15 de enero de 2024

EL PARADIGMA DEL AISLAMIENTO

Frente a las teorías y la historia canónica de la arquitectura, el siglo XX no fue el siglo del higienismo, el hormigón y de la arquitectura de vidrio, sino más bien el siglo del aislamiento.
Si habitualmente se han descrito los avances de esta disciplina en términos formales o materiales, mirado en profundidad el gran salto cualitativo se produjo con el intento de eliminar toda porosidad e intercambio con el mundo. La modernidad aisló la arquitectura de su contexto, de las medianeras de los vecinos y de la ciudad compacta, por medio de un programa de edificaciones exentas donde el edificio no tenía siquiera que intercambiar aire o luz con el exterior. A la vez, el muro sólido y de un único material se escindió en capas y capas entre las que apareció una nueva sustancia, secreta, por cuanto era invisible, que rellenaba las oquedades como una metástasis informe: el aislamiento.
El aislamiento, masa irregular de espumas, de fibras lanosas o de burbujas de aire, constituye el material moderno por antonomasia. Material oculto por falta de atractivo, volvió a colocar en el centro del debate el periclitado debate de la sinceridad constructiva de la arquitectura. Si el programa moderno hablaba de la necesidad de recuperar la honestidad formal, es decir, de que las cosas se mostrasen como lo que eran, la aparición del aislamiento desbarató dicho discurso.
El recubrimiento del aislamiento, inevitable por cuanto que no podía dejarse a la vista dada su descomposición en contacto con el sol o la humedad exterior, o su misma falta de carácter desde el punto de vista estético, dejó el discurso de lo moral sin fundamento. Mucho más que la termodinámica o la tecnopolítica, el aislamiento, sea al fuego, al ruido, al clima o al lugar, es el gran tema contemporáneo. El siglo XXI será el siglo de la conexión, de la búsqueda de un nuevo paradigma de la porosidad y el intercambio. O no será.
Contrary to theories and canonical history of architecture, the 20th century was not the century of hygiene, concrete, and glass architecture, but rather the century of insulation.
If the advances of this discipline have usually been described in formal or material terms, looking in depth, the great qualitative leap occurred with the attempt to eliminate all porosity and exchange with the world. Modernity isolated architecture from its context, from the dividing walls of neighbors and from the compact city, through a program of exempt buildings where the building did not even have to exchange air or light with the outside. At the same time, the solid wall of a single material split into layers and layers between which a new substance appeared, secret, because it was invisible, that filled the cavities like an amorphous metastasis: insulation.
Insulation, irregular mass of foams, woolly fibers or air bubbles, constitutes the modern material par excellence. Material hidden for being ugly, it brought back to the center of the debate the periclited debate of the constructive sincerity of architecture. If the modern program spoke of the need to recover formal honesty, that is, that things were shown as they were, the appearance of insulation disrupted said discourse.
The coating of the insulation, inevitable insofar as it could not be left in sight given its decomposition in contact with the sun or exterior humidity, or its lack of character from an aesthetic point of view, left the discourse of the moral without foundation. Much more than thermodynamics or tecnopolitics, insulation, whether fire, noise, climate or context, is the great theme of today. That of the 21st century will be the century of connection, of the search for a new paradigm of porosity and interchange. Or it will not be.
 

8 de enero de 2024

ESPACIOS DE MIERDA

La duquesa de Orleans, en su correspondencia con la emperatriz de Hannover, dejó dicho en una carta del 9 de octubre de 1694: "Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis, ¡cagad, pues, toda vuestra mierda de golpe!... No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas, y, por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar fuera, me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada".
Desde Barthes sabemos bien que "la mierda escrita no huele", he ahí el motivo de que esas cartas no causasen desdichas añadidas a la nobleza. Por fortuna tampoco huele la mierda retratada. Cosa muy diferente sería que la duquesa y la emperatriz hubiesen compartido semejantes confidencias en los tronos enfrentados de la imagen...
El mundo excrementicio no se consideraba una cosa privada en la antigüedad. Griegos y romanos defecaban en comandilla. Se ha discutido mucho si los romanos sentían la necesidad de aliviar sus necesidades en privado o eran felices con hacerlo en público. El caso es que Vitruvio no dice gran cosa al respecto. Los primeros retretes individuales, que no privados, se dan en las mejores casas de Roma tanto como en mitad de los bosques y campos. La edad media conservó ese modelo comunal de letrinas.
Es leyenda que el primer espacio privado dedicado al retrete como hoy lo entendemos lo construyó el papa Julio II en sus dependencias del Vaticano en 1507. Solo dos años antes había encargado a Miguel Ángel el proyecto de su tumba. Las cosas tienen su orden de prioridad.
El renacimiento ordenó una policía del excremento. Un edicto de París de 1539 obligaba a los particulares a construir retretes en sus casas, bajo pena de perder incluso la propiedad de su vivienda. Desde ese momento confluyen los significados de los términos 'retrete' y 'privado'. La dimensión privada de lo escatológico es tan delicada como la limpieza del culo. A la mínima de cambio, cualquiera irrumpía en ese espacio "privado" dejando al descubierto las impudicias del más elegante.
La teleología, la antropología y la coprología hunden sus raíces en la misma problemática cultural de los límites de lo privado. El colmo es la regresión anal que supone este retrete enfrentado con otro. No solo por la suciedad del propio espacio sino porque deshace la posibilidad de no compartir olores o la visión ajena mientras uno realiza tareas verdaderamente individuales. Esa mismísima sensación fue relatada por Julio Cortázar restringiéndola a su dimensión auditiva: "En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde…"
A veces basta con el sonido para sentir la misma incomodidad que provoca esa imagen inicial. Si el inventor del retrete con cisterna, el poeta John Harrington, viese lo que alguien hizo con su inodoro seguramente se habría arrepentido de su creación.
The Duchess of Orleans, in her correspondence with the Empress of Hanover, stated in a letter dated October 9, 1694: 'You are very lucky to be able to take a dump whenever you want, so dump all your crap at once!... It's not the same here, where I'm forced to hold my dump until nightfall; there are no toilets in the houses next to the forest and I have the misfortune of living in one of them, and therefore, the annoyance of having to go outside to take a dump, bothers me, because I like to take a dump at my own pace, when my butt is not exposed to anything'.
Since Barthes, we know well that 'written shit doesn't stink', that's why these letters didn't cause additional misfortunes to the nobility. Fortunately, depicted shit doesn't stink either. It would be a very different thing if the duchess and the empress had shared such confidences on the opposing thrones of the image...
The excremental world was not considered a private thing in antiquity. Greeks and Romans took a dump in groups. There has been much debate about whether the Romans felt the need for privacy when relieving their needs or if they were happy doing so publicly. The fact is that Vitruvius doesn't say much about it. The first individual toilets, which are not private, are found in the best houses in Rome as well as in the middle of the woods and fields. The Middle Ages preserved this communal excremental model.
Legend has it that the first private space dedicated to the toilet as we understand it today was built by Pope Julius II in his Vatican quarters in 1507. Just two years earlier, he had commissioned Michelangelo to design his tomb. Things have their order of priority.
The Renaissance ordered a policing of excrement. A Parisian edict of 1539 obliged individuals to build toilets in their homes, under penalty of even losing the ownership of their dwelling. From that moment on, the meanings of the terms 'toilet' and 'private' converge. The private dimension of the scatological is as delicate as the cleanliness of the butt. At the slightest change, anyone would burst into that 'private' space, exposing the indecencies of the most elegant.
Teleology, anthropology, and coprology sink their roots in the same cultural problematic of the limits of privacy. The height of it is the anal regression that this toilet facing another implies. Not only because of the dirtiness of the space itself but because it undoes the possibility of not sharing smells or the sight of others while one performs truly individual tasks. This very sensation was narrated by Julio Cortázar, restricting it to its auditory dimension: 'In today's apartments, as we know, the guest goes to the bathroom and the others continue talking about Biafra and Michel Foucault, but there is something in the air as if everyone wanted to forget that they have ears and at the same time the ears are oriented towards the sacred place which naturally in our shrunken society is barely three meters from the place where these high-level conversations are taking place, and it is certain that despite the efforts that the absent guest will make not to manifest his activities, and those of the interlocutors to activate the volume of the dialogue, at some moment will reverberate one of those deaf noises that let themselves be heard in the least indicated circumstances, or in the best of cases the pathetic scraping of a toilet paper of ordinary quality when a sheet of the pink or green roll is torn off...'
Sometimes the sound alone is enough to feel the same discomfort that this initial image provokes. If the inventor of the flush toilet, the poet John Harrington, saw what someone did with his toilet, he would surely have regretted his creation. 

1 de enero de 2024

LA EMERGENCIA DEL PAISAJE

Uno de los lemas del olvidado mayo del 68 escondía un principio imperecedero del arte del urbanismo: "Sous les pavés, la plage!" ("¡Bajo los adoquines, hay una playa!"). El origen poético del mismo se fundaba en la inocente observación de unos estudiantes al levantar barricadas arrancando adoquines del suelo y descubrir que, bajo ellos, se escondía un suave lecho de arena.
Robert Daley, en su libro The World Beneath the City, nos recuerda que bajo el suelo de Nueva York habitan cosas más truculentas y peligrosas que legendarios cocodrilos. Las ciudades tienen bajo ellas un mundo de alcantarillas, cables, tubos, pasadizos, ríos subterráneos, líneas de metro e incluso las trincheras del pasado.
Sin embargo no está de más señalar que bajo las ciudades existe algo más importante e invisible que todo lo anterior. Algo que amenaza su propia existencia y que con total seguridad las hará desaparecer: el paisaje. Cada hierba que aparece entre adoquines, cada montón de arena acumulado por las aceras es el signo de ese paisaje indomable a punto de emerger. El paisaje que existe bajo la ciudad y que tarde o temprano la acabará engullendo, está a la espera. Cuando paseen por su propia ciudad y vean una de esas inocentes florecillas silvestres asomando, no la contemplen como una curiosidad poética sino como el principio del fin. Es el paisaje que sale de las alcantarillas, a devorarnos.
Feliz Año Nuevo.
One of the slogans of the forgotten May '68 hid an enduring principle of the art of urbanism: 'Sous les pavés, la plage!' ('Under the cobblestones, there is a beach!'). The poetic origin of this was based on the innocent observation of some students when they lifted barricades by tearing cobblestones from the ground and discovered that, beneath them, a soft bed of sand was hidden.
Robert Daley, in his book The World Beneath the City, reminds us that under the soil of New York live things more gruesome and dangerous than legendary crocodiles. Cities have beneath them a world of sewers, cables, pipes, passageways, underground rivers, subway lines, and even the trenches of the past.
However, it is worth noting that beneath the cities there is something more important and invisible than all of the above. Something that threatens their very existence and that will surely make them disappear: the landscape. Every blade of grass that appears between cobblestones, every pile of sand accumulated on the sidewalks is the sign of that indomitable landscape about to emerge. The landscape that exists under the city and that sooner or later will swallow it up, is waiting. When you walk through your own city and see one of those innocent wildflowers peeking out, do not contemplate it as a poetic curiosity but as the beginning of the end. It is the landscape that comes out of the sewers, to devour us.
Happy New Year.

25 de diciembre de 2023

PAVOS DE NAVIDAD Y ARQUITECTURA

Sobre una pared cubierta de plantas trepadoras de grosella reposa un extraño pájaro hecho de arbustos: un pavo coronado convertido en pavo real. A partir de un espino blanco silvestre y con una altura que rivalizaba con la planta superior de Upper Lawn Pavillion, Alison y Peter Smithson criaron este pájaro monumental que adquirió la forma sucesiva de pavo y cisne con el paso de los años. El pájaro, que se quedaba pelado en Navidad (como por otra parte corresponde a todo pavo en estas fechas), representa una de esas maravillosas anomalías que tanto disfrutaban cultivar la pareja de arquitectos ingleses. Desde lo alto del muro vigilaba la casa y a sus habitantes con idéntica sonrisa a la del gato de Cheshire de Lewis Carrol.
A los Smithson les gustaban las rarezas tanto como la jardinería, pero que el pavo se apoyara en el muro de igual modo a como lo hacía la casa no deja de ser un misterio que empareja ambas intervenciones. Un poco como la jaula y el pájaro escapado de ella y a punto de emprender el vuelo. Un poco posmoderno. Un poco chistoso. O por el contrario, puede que algo muy sofisticado.
La pasión de los ingleses por la jardinería resulta enfermiza para una mentalidad de secano como es la mediterránea. El jardín provee de felicidades a quien lo cultiva con esmero y los Smithson no eran ajenos a  construir con madreselva y rododendros igual que lo hacían con ladrillo y acero. Además, en los cottage-garden, y esta casa lo era, el arte del topiario tan del gusto del Arts and Crafts ofrecía como una bendición el arte de podar un seto hasta convertirlo en un pato, un perro o un busto clásico. El arte de dar formas inesperadas a los arbustos estaba muy enraizado en la tradición  anglosajona pero era poco considerado por los elitistas círculos de jardineros profesionales. Una cosa es la tradición de los pijos jardines pintorescos y otra dedicarse al vulgar cultivo de divertimentos domésticos. Es decir, con este pavo los Smithson manifestaban más que su gusto pop, su gusto por lo bajo, por lo despreciado. Por lo humilde. Cosa muy profundamente navideña, por cierto.
Cuando la pareja de arquitectos abandonó la casa, ese pavo murió de inanición o falta de cuidados. Curiosamente, cuando años después se reconstruyó Upper Lawn Pavillion y se repararon sus goteras y sus fisuras, nadie se acordó de aquel gracioso seto. Lo cual es un signo. Sin embargo, hay pavos que en Navidad merecen ser reivindicados antes que los rellenos de salchichas, coñac y ciruelas pasas...
Feliz Pascua. 
On a wall covered with climbing currant plants rests a strange bird made of shrubs: a crowned turkey turned into a peacock. From a wild hawthorn and with a height that rivaled the upper floor of Upper Lawn Pavilion, Alison and Peter Smithson raised this monumental bird that took on the successive shape of a turkey and swan over the years. The bird, which was bare at Christmas (as is fitting for any turkey at this time), represents one of those wonderful anomalies that the English architect couple so enjoyed cultivating. From the top of the wall, it watched over the house and its inhabitants with a smile identical to that of Lewis Carroll's Cheshire cat.
The Smithsons liked oddities as much as gardening, but why the turkey leaned on the wall in the same way as the house is a mystery that pairs both interventions. A bit like the cage and the bird escaped from it and about to take flight. A bit postmodern. A bit funny. Or on the contrary, maybe something very sophisticated.
The English passion for gardening is sickly for a dryland mentality like the Mediterranean one. The garden provides happiness to those who cultivate it with care, and the Smithsons were not strangers to building with honeysuckle and rhododendrons just as they did with brick and steel. Also, in the cottage-gardens, and this house was one, the art of topiary so liked by the
Arts and Crafts was able to prune a hedge until it became a duck, a dog, or a classic bust, rooting that figure with a very English tradition and very little considered by the elitist circles of the great gardeners. One thing is the tradition of the English picturesque gardens and another is to dedicate oneself to the cultivation of domestic amusements. That is, with this turkey they manifested more than their pop taste, their taste for the low, for the despised. For the humble. Something very deeply Christmas, by the way.
When the Smithsons left the house, that turkey died of starvation or lack of care. Curiously, when years later
Upper Lawn Pavilion was rebuilt and its leaks and cracks were repaired, no one remembered that funny hedge. Which is a sign. However, there are turkeys that at Christmas deserve to be claimed before those stuffed with sausages, brandy, and prunes...
Merry Christmas.