20 de noviembre de 2023

COCODRILOS Y ARQUITECTURA

Los cocodrilos han sido inesperados pero frecuentes habitantes de la arquitectura. El vínculo entre los caimanes y la arquitectura egipcia es consistente. El festín que se daban esos bichos con aquellos que causaban problemas en la construcción de templos, mastabas y tumbas es legendario. 
Más tarde los cocodrilos han reivindicado ocasionalmente su papel, y no solo como ejercicio ornamental. Desde mucho antes de que fuese desmentida la historia de que las alcantarillas de Nueva York estaban infectadas de estos reptiles, en varias iglesias y catedrales medievales europeas se exhibían cocodrilos colgados de sus cúpulas y paredes. A medio camino de la reliquia y el trofeo de caza, el medioevo, tendente a la pedagogía de los objetos y a la explotación de su simbología, pretendía de ese modo, aleccionar de la virtud frente al pecado, cosa que sucedía por ejemplo en la imagen de la victoria de San Jorge sobre el dragón-cocodrilo.
Hay catedrales donde un cocodrilo disecado permanece colgado como una lámpara y hasta ofrece el nombre a una parte de la iglesia (como sucede en la puerta del lagarto de la Catedral de Sevilla). Confundidos con salamanquesas y dragones, esos seres misteriosos son parte del anecdotario turístico preferido por las multitudes
Pero de todas las historias que justifican la presencia de esos bichos en las catedrales, la mejor es la leyenda de que están allí porque se pensaba que eran unos animales que no emitían ruido alguno. Y que con su silencio ejemplar, podían contagiar un clima de recogimiento a los fieles que paseaban devotamente bajo sus cuerpos disecados. Cuando vean un cocodrilo en una obra de arquitectura, recuerden que se trata de un ancestral dispositivo de reducción acústica. Vamos, que está ahí para que nos callemos. 
Sé bien que esta historia de los cocodrilos y la arquitectura es una frivolidad para lo sesudas que suelen ser estas líneas. Por eso, ruego, que no vean estos cocodrilos como simples cocodrilos, sino más bien como una metáfora, sea eso lo transpolítico, el colonialismo, las desigualdades de género o sociales, o incluso, si se apura, lo sostenible. Y así verán que hoy tenemos, más que de sobra, cocodrilos flotantes en la arquitectura que no hacen sino pedirnos que nos callemos. Y que la cosa no es tan loca como parecía.
Crocodiles have been unexpected but frequent inhabitants of architecture. The link between alligators and Egyptian architecture is consistent. The feast that these creatures had with those who caused problems in the construction of temples, mastabas, and tombs is legendary.
Later, crocodiles have occasionally claimed their role, and not just as an ornamental exercise. Long before the story that New York’s sewers were infested with these reptiles was debunked, several European medieval churches and cathedrals displayed crocodiles hanging from their domes and walls. Halfway between a relic and a hunting trophy, the Middle Ages, tending to the pedagogy of objects and the exploitation of their symbolism, intended in this way to instruct virtue against sin, which happened for example in the image of Saint George’s victory over the dragon-crocodile.
There are cathedrals where a stuffed crocodile remains hanging like a lamp and even gives its name to a part of the church (as happens at the door of the lizard of the Cathedral of Seville). Confused with geckos and dragons, these mysterious beings are part of the tourist anecdote preferred by the crowds.
But of all the stories that justify the presence of these creatures in the cathedrals, the best is the legend that they are there because it was thought that they were animals that did not make any noise. And that with their exemplary silence, they could spread a climate of recollection to the faithful who devoutly walked under their stuffed bodies. When you see a crocodile in a work of architecture, remember that it is an ancestral acoustic reduction device. In other words, it’s there to keep us quiet.
I know well that this story of crocodiles and architecture is a frivolity for how serious these lines usually are. Therefore, I beg you, do not see these crocodiles as simple crocodiles, but rather as a metaphor, be it the transpolitical, colonialism, gender or social inequalities, or even, if you hurry, sustainability. And so you will see that today we have, more than enough, floating crocodiles in architecture that do nothing but ask us to be quiet. And that the thing is not as crazy as it seemed.

13 de noviembre de 2023

ESQUINEROS, ESPUMA DE POLIURETANO Y MIEDO

El primer rayazo a la pintura de nuestro coche recién salido del taller, o la mancha en la pared del salón pintado el mes pasado es un drama que atenta contra algo más profundo que nuestro esfuerzo y tiempo. Sentimos la decrepitud de ese instante como una sombra que nos acecha y amenaza con extenderse a la totalidad de nuestra existencia. El tiempo actúa como una mancha viscosa que todo lo inunda. A veces para evitar esa sensación con el mueble recién adquirido, o con el último teléfono, pasamos un instante sin despegar la pegatina protectora original. Dejamos el mundo de lo nuevo preso de todas sus protecciones ficticias. La solución es cutre e inocente, pero pensamos que los libra, al menos, de la suciedad primeriza.
El traslado de una vajilla en una mudanza, la compra de un producto dispuesto a atravesar continentes embalado en papel de burbujas y foam, nos sitúa ante exacto abismo. Uno semejante al de las primera arruga en la frente o el signo de una incipiente pata de gallo detectada una mañana sin fecha. Muy pocas cosas en la vida logran una simbiosis entre esa mancha pastosa del tiempo y la propia obra sin que una y otra se engullan. Un simbionte con tensiones contrapuestas es mejor que llenar cada pieza de arquitectura de esquineros, o, como recuerdo a unos vecinos, que por miedo a que se estropeara su inmaculado salón, obligaba a cada visita a calzarse unas zapatillas de mopa. Y que a los pocos años, como es de imaginarse, tenían un perfecto salón, anticuado y podrido por el paso del tiempo como los del resto del bloque de pisos. 
The first scratch on the paint of our newly repaired car, or the stain on the living room wall painted just last month, is a drama that strikes at something deeper than our effort and time. We feel the decrepitude of that moment as a shadow that stalks us and threatens to spread to the totality of our existence. Time acts like a viscous stain that floods everything. Sometimes, to avoid this feeling with the newly acquired furniture, or with the latest phone, we spend some time without peeling off the original protective sticker. We leave the world of the new imprisoned by all its fictitious protections. The solution is tacky and innocent, but we think it frees them, at least, from the first dirtiness.
The transfer of a set of dishes in a move, the purchase of a product ready to cross continents packed in bubble wrap and foam, places us before the exact same abyss. One similar to the first wrinkle on the forehead or the sign of an incipient crow’s foot detected one dateless morning. Very few things in life achieve a symbiosis between that pasty stain of time and the work itself without one and the other engulfing each other. A symbiont with opposing tensions is better than filling each piece of architecture with corner guards, or, as I remember some neighbors, who, for fear of spoiling their immaculate living room, forced each visitor to wear mop slippers. And after a few years, as you can imagine, they had a perfect living room, outdated and rotten by the passage of time like the rest of the apartment block.

6 de noviembre de 2023

SOBRE LOS SUELOS TRANSITABLES (Y LOS OTROS)


Solo el uno por ciento del suelo de la corteza terrestre es pisable, (el equivalente a doscientos millones de periodísticos campos de futbol). Si se piensa, no es mucho. El suelo urbano, las calles y plazas, las carreteras, sendas y caminos, los jardines y los paseos representan una fracción minúscula en comparación con el terreno agreste, lleno de maleza, rocas, selva o arena en que se encuentra el resto del mundo. Añadido a eso, entre los suelos transitables los hay de dos familias: los que se pisan con los pies y los que se pisan con la mirada. Los que uno corre el riesgo de morir atropellado por una bicicleta o un patinete y en los que está el "prohibido pisar" o el "keep off the grass".
De las maravillas del Japón, una que no deja de resultar asombrosa es la condensación allí de esos suelos nacidos para ser pisados con los ojos en relación a los destinados a los pies. Es decir, de esos suelos separados del suelo, dispuestos a ser contemplados como una obra de metafísica antes que como un conjunto de guijarros y piedras. El suelo nos ofrece abismos, puertas e infinidad de sorpresas para el caminante pesaroso. Y no me refiero solamente al encuentro ocasional de monedas o pendientes solitarios. En el suelo aparece el cielo y la entrada al infierno. El suelo recoge el agua y al porquería de los perros. El suelo es el recipiente de las cejas de un empedrado que ofrece dentelladas y tropezones a los caminantes. (Tras cuyo tropiezo miramos al suelo culpándolo de su falta de perfección y lisura). Pocas veces el suelo recupera nuestra atención. Contemplamos el suelo como un paisaje completo ante el cataclismo personal sentados en el banco de un parque. Del mismo modo que Monet sus nenúfares.
El suelo acoge nuestra mirada como una cuna ancestral. El suelo es la penúltima y despreciable superficie que tiene la arquitectura, aun hoy, ser una fuente de pensamiento, de devolvernos a la vida real. Lo cual no deja  de resultar un buen antídoto. Que un lugar que acumula la porquería de la vida y la muerte, la mugre y las hojas secas, se vuelva un objeto de pensamiento supone una forma de andar por el mundo alternativa.
Only one percent of the Earth's crust is walkable, which is equivalent to two hundred million football fields. When you think about it, it's not much. Urban ground, streets and squares, roads, paths, and gardens represent a minuscule fraction compared to the rugged terrain, overgrown with weeds, rocks, jungles, or sand that makes up the rest of the world. Furthermore, among the walkable grounds, there are two distinct families: those you tread with your feet and those you tread with your gaze. The former pose the risk of being run over by a bicycle or a scooter, and often display signs that say "No Trespassing" or "Keep Off the Grass."
Among the wonders of Japan, one that never ceases to amaze is the concentration of these grounds meant to be gazed upon, as opposed to those meant to be walked upon. In other words, these grounds detached from the earth, intended to be contemplated as a work of metaphysics rather than a collection of pebbles and stones. The ground offers us chasms, gateways, and countless surprises for the pensive traveler. And I'm not only referring to the occasional discovery of coins or lone earrings. In the ground, you find the sky and the entrance to hell. The ground collects water and the filth of dogs. The ground is the canvas of a cobblestone mosaic that provides bites and stumbles to pedestrians. (After stumbling, we look at the ground, blaming it for its lack of perfection and smoothness). Rarely does the ground regain our attention. We gaze at the ground as a complete landscape when facing personal turmoil while sitting on a park bench. Just like Monet with his water lilies.
The ground cradles our gaze like an ancient cradle. The ground is the second-to-last and seemingly insignificant surface in architecture that can still serve as a source of reflection, returning us to real life. This, in itself, is a valuable antidote. That a place that accumulates the detritus of life and death, the grime, and dried leaves, becomes an object of contemplation offers an alternative way to navigate the world.

30 de octubre de 2023

¿SABÍAS QUE VIVES CON UN FANTASMA EN TU CASA?

Por mucho que estén recién construidas, vivimos en casas de otro tiempo. Ascensores, lavaplatos, aire acondicionado y hasta la electricidad son inventos del siglo XIX. Por lo que respecta al siglo XX, apenas ha aportado mucho más a lo doméstico salvo, quizás, el plástico y a Mies Van der Rohe
De hecho, de esos inventos del siglo pasado, y ahora que el plástico está tratando de hacerse desaparecer, solo nos queda Mies.
Mies fue lo único que entró en la casa con la capacidad de cambiar su forma. Junto con el aparador y la butaca mecedora heredados de nuestros antepasados, una sombra del arquitecto alemán vaga por las casas modernas, encarnado en los muebles de IKEA (únicos y legítimos herederos de su arquitectura y de su espíritu, por mucho que estén privados del concepto de lujo). Allí, y en la pobreza sistemática de la decoración que hace que las casas permanezcan medio vacías y con eco hasta bien entrada la vida.
Dicho esto, su herencia, el Minimalismo relajado en el que habita medio mundo, se ha convertido en un oxímoron invisible. En la casa estandar, tanto de oriente como de occidente, lo miesiano es solamente una filosofía parcial y, por tanto, contradictoria. El "menos es más" es un programa demasiado exigente como para hacerse extensivo a la vida diaria. Es decir, en nuestras casas gozamos de Mies y su esencialismo, pero parcialmente, por tramos inconexos. A plazos. Poseemos una mesa exquisitamente depurada en su diseño, cuyas aristas son de una pulcritud increíble si la comparamos con las del pasado, o una lámpara que es una delicia de simplicidad industrial, pero, a su lado, encontramos una damasquinada alfombra turca o un armario ropero de pino teñido de caoba.
Es decir, todo hogar contemporáneo acoge la sombra de un Mies ectoplasmático, con la cabeza sujeta bajo el brazo, como esos fantasmas decapitados de las películas de serie B, que vaga refunfuñando por nuestras habitaciones y pasillos, un poco a la gresca con el resto de los fantasmas, que no entienden ese afán suyo por colocar cosas en lugar de esconderlas, como hacen ellos. 
No matter how recently they are built, we reside in homes of another era. Elevators, dishwashers, air conditioning, and even electricity are inventions from the 19th century. As for the 20th century, it has contributed little more to our domestic lives, perhaps just plastic and Mies Van der Rohe.
In fact, from these inventions of the last century, and now that plastic is striving to vanish, only Mies remains.
Mies was the sole element that entered homes with the power to reshape them. Alongside inherited sideboards and rocking chairs from our ancestors, a shadow of the German architect wanders through modern houses, embodied in IKEA furniture (the unique and legitimate heirs of his architecture and spirit, even though they lack the concept of luxury). There, and in the systematic simplicity of decor that leaves homes echoing and half-empty well into our lives.
That said, his heritage, the relaxed Minimalism that half the world, embraces has become an invisible oxymoron. In the average household, be it in the East or West, Miesian ideals represent only a partial and, consequently, conflicting philosophy. "Less is more" is too demanding a concept to extend to daily life. In other words, in our homes, we experience Mies and his essentialism, but only partially and in disconnected segments. In installments. We possess a table exquisitely refined in design, with edges of remarkable cleanliness when compared to the past, or a lamp that delights in industrial simplicity. Yet, next to them, we find a damascened Turkish carpet or a mahogany-stained pine wardrobe.
In essence, every contemporary dwelling harbors the presence of a ghostly Mies, with his head held under his arm, much like those decapitated phantoms from B-movie films. He roams through our rooms and hallways, grumbling, at odds with the other ghosts, who don't understand his zeal for arranging things instead of concealing them, as they do.