19 de diciembre de 2022
LOS HUESOS DE LOS MONUMENTOS
La escultura (como la ideología) o tiene estructura o no se sostiene ella sola. La vieja trayectoria profesional de los especialistas capaces de calcular las estructuras en el campo del arte viene de lejos. Desde la monumental estatua de Atenea Partenos contenida en el corazón de la Acrópolis griega, las estatuas ecuestres del Renacimiento, el Cristo del Corcovado brasileiro y el trabajo monumental de Anish Kapoor, los especialistas en saber si la estatua iba a terminar con su bronce, aluminio u piedra en el suelo han sido legión.
Dedicados a reforzar los interiores huecos de estatuas ecuestres, de monumentales efigies a la libertad o de dictadores desmesurados, muchos ingenieros obtuvieron más prestigio profesional con la sujeción de ciertas esculturas que con la construcción de puentes y obras civiles. El monumento siempre fue un prodigio de las matemáticas antes que de la sociología y la política.
Sin nombrar a Eiffel, encargado de sostener casi todo en el siglo XIX sobre sus hombros hechos de barras y pernos de acero roblonado, ingenieros como Lucio del Valle, no es que se acercaran al territorio de las escuelas de bellas artes, sino que comandaron incluso las de Arquitectura. A veces el roce hace el cariño y esos sabios calculistas se vuelven los verdaderos artistas. Como en el caso de Cecil Balmond, por dar un ejemplo actual. De quien tan poco se habla y que tantas esculturas modernas ha ayudado a soportar... Esculturas, que por cierto, llamamos hoy arquitectura como si tal cosa (cuando en realidad tanto se parecen a las fallas).
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12 de diciembre de 2022
¿ES ESTE EL ÚLTIMO MINIMALISMO POSIBLE?
A comienzos del siglo XX la tienda más pequeña del mundo era esta zapatería de Londres. El ocupante de aquel cuchitril, posa, medio centauro medio pordiosero, ocupando un inhóspito lugar bajo un escaparate. El tendero permanece a la altura del betún esperando a su clientela. Esa ciudad, acostumbrada como está a la convivencia impertérrita con lo sórdido, retrata la situación como una curiosidad más de sus calles. Hoy, en el Londres actual, ese diminuto negocio pasaría por un atractivo ejercicio de minimalismo.
La vulgarización de lo “minimal” es un hecho. En poco más de cincuenta años su universo ha sido despojado de las aspiraciones esencialistas de origen aristocrático con que nació. Lejos de su contacto con el arte y la alta cultura ha pasado directamente a calificar a lo diminuto. Los apartamentos minimalistas triunfan por doquier. Los anuncios inmobiliarios que emplean el calificativo como recurso de venta se multiplican mientras tras la palabra solo vemos verdaderos zulos pintados de blanco. Ya ni siquiera son necesarias geometrías de líneas rectas y depuradas. Hoy en esa zapatería se despacharían deliciosos bollitos, se serviría té y aparecería fotografiada en Instagram bajo la etiqueta de “minimal”. No se trata del fin de un mero proceso de vulgarización, cosa que ya se había producido en los suplementos de decoración hace años, si no de una transformación semántica que ha terminado por arrastrar las formas. Al menos en arquitectura, ya no existe lo pequeño.
Este nuevo tipo de minimalismo, sin aura, no remite ya a la sencillez extrema, ni siquiera al lema “menos es más” sino a lo pequeño privado de todo encanto. De hecho se trata ya del último adjetivo posible cuando lo pequeño no es más que lo pequeño sin trascendencia.
Por si alguien pensaba que el "menos es más" no daba para más...
5 de diciembre de 2022
¿CUÁNDO DESCANSA LA ARQUITECTURA?
La arquitectura lucha a diario, trabaja con las cargas que hay que llevar hasta el suelo como un estibador. Se esfuerza por dar significado a cada esquina y cada detalle. Funda su competencia en el trabajo duro y en el sudor de su frente (y en ello arrastra a los arquitectos). Así puede entenderse la historia de la arquitectura, desde las catedrales góticas, a los grandes museos; desde los coliseos a las termas; desde Santa Sofía al Cristal Palace. Esa condición visible de su labor, de sus esfuerzos diarios, se da en las grandes obras. Pero, ¿cuándo descansa?
En la casa, la arquitectura se repanchinga en su sillón tras la dura jornada laboral. Todo el día en el tajo merece el satisfactorio contrapeso de llegar a casa, a la casa. En la casa esta vieja incansable encuentra su merecido asueto. Solo en la casa la arquitectura se va de fin de semana.
Así fue en la historia de esta disciplina hasta el paréntesis estajanovista que supuso el siglo XX, donde no paró de producir casas con aspiración de convertirse en obras monumentales y eternas. Junto a ese instante, salvo las excepciones domésticas de Palladio y el raro caso tipológico de la villa, el resto de las casas de la historia han conservado ese espíritu de “ocio digno” tanto para los habitantes como para la propia arquitectura.
La casa, como tema, permaneció siempre libre de los esfuerzos semanales y del neg-ocio. Solamente gracias a la calma que encuentra esta disciplina en el caserío logra recuperar energías para hacer esas otras grandes obras por las que se ha ganado su fama de arte perdurable. No puede olvidarse que todo arte tiene su contraparte, como toda escultura depende del vaciado en yeso capaz de acoger el metal fundido en su interior. Sin esa merecida pausa, sin ese negativo, la arquitectura no puede abordar temas mayores. Recordemos que hasta la divinidad misma, al séptimo día encendió la tele y, pies en alto, descansó.
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28 de noviembre de 2022
LO CREAS O NO, LA ARQUITECTURA SE MUEVE
La arquitectura suele ser considerada un bien inmueble y, consecuentemente, un arte de la "inmovilidad sustancial". Cosa, si se piensa, algo injusta dado que el listado de las obras que se mueven y trasladan de sitio, la de las arquitecturas que giran motorizadas para contemplar las vistas o el sol, y las de aquellas consideradas flexibles, efímeras, o nómadas, roza el infinito...
Para desmentir esta creencia sobre la inmovilidad edilicia bastaría pensar que, en realidad, si no es a lo grande, toda arquitectura se mueve en lo pequeño. En muchos de sus componentes más menudos el desplazamiento es diario: giran sus puertas y armarios, se despliegan las hojas de sus ventanas o se abren sus persianas como los párpados de un inmenso animal. Ciertamente, los movimientos a esa escala no son significativos y en principio nadie considera que su casa se mueva porque lo hagan medio centenar de las bisagras de sus puertas o ventanas. Pero esos movimientos condicionan la vida del interior tanto como lo hacen la solidez de las paredes o el hormigón de la estructura...
Además y a la vez, con otra velocidad invisible, la construcción va depositando su peso y aplastando el terreno dando lugar a pequeños asientos y a movimientos que se hacen palpables cuando aparecen fisuras en sus paredes. La arquitectura dilata y se retuerce como un ser dormido que a veces se despereza ante los cambios de temperatura. Entonces el movimiento se traduce en crujidos y chasquidos que confundimos con fantasmas nocturnos. Tras todos ellos la arquitectura permanece a la espera del último de sus movimientos: el colapso ruinoso al que toda obra está llamada...
El sumatorio de todos esos vaivenes constituye una extraña y maravillosa coreografía. Somos ciegos espectadores de ese lentísimo bailarín, silencioso y amable, que nos deja encaramarnos a su espalda sin inmutarse. Aunque se mueva. Sin parar.
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