11 de abril de 2022

CAMBIAR DE NOMBRE, O CÓMO TRIUNFAR COMO ARQUITECTO ANTES DE SERLO

“Charles-Édouard Jeanneret-Gris” no era más que un joven grabador de relojes hasta que procedió a bautizarse a sí mismo como “Le Corbusier”. El motivo y el origen de ese seudónimo ha sido debatido hasta la extenuación por los biógrafos del maestro suizo, pero ni los símiles encontrados con el famoso licor y con los córvidos, han hecho que la marca “Le Corbusier” fundada en el año 1920, haya dejado de ser un símbolo internacional. Que Le Corbusier rescatase el apellido de su abuelo materno “Lecorbésier” no resulta tan importante como la escisión nominal entre su dedicación a la pintura, donde siguió firmando como Jeanneret, y la arquitectura. Que emplease un seudónimo para ese arte mayor y que le ha reportado mayor fama, frente a su nombre real para la firma de su obra gráfica, no es un detalle que un psicoanalista medianamente solvente debiera pasar por alto. 
En 1919, el cambio de nombre de “Maria Ludwig Michael Mies” a un mucho más sonoro, aristocrático e internacional, “Mies Van der Rohe”, era algo aún más sofisticado. Mies probó que se puede construir y proyectar un nombre como se proyecta y construye un edificio. El suyo, fundado en el rescate del apellido materno con la partícula holandesa “von der Rohe”, algo impensable para un alemán, y la adición sonora de la vocal “e” haciendo de Mies una palabra de dos sílabas, libre entonces de su pronunciación original vinculada a significados como “menor”, “raro” o “miserable”, supuso el pasaporte hacia una clase social diferente. De hecho, y según cuenta Franz Schulze, la única pega que la familia Bruhn había puesto al joven Mies antes de aceptarlo como nuero no había consistido en reprocharle su escaso patrimonio, como suele ser habitual entre gente obtusa, sino la vulgaridad de su nombre.
El joven “Franklin Lincoln Wright” cambió sus apellidos hasta rebautizarse como “Frank Lloyd Wright” por un ajuste de cuentas familiar. Con ello puso en valor el papel jugado en su vida por su madre e, indirectamente, la obtención de un nombre mucho más memorable...
Alrededor de 1893 “Charles Rennie Mackintosh”, cambió la ortografía de 'McIntosh' a 'Mackintosh' igual que había hecho antes su propio progenitor, pero sin resolver la confusión que aún pervive de si el “Rennie” es parte de su nombre o de su apellido... 
La lista de los arquitectos cuyos nombres han sido reconstruidos no se detiene con el nacimiento de la modernidad. “John Nelson Burke” se rebautizó como “Craig Ellwood” inspirado en el nombre de una tienda de bebidas. En los años 50 se convirtió en uno de los arquitectos preferidos para erigir las Case Study Houses en América y hasta llegó a registrar su nombre como una marca... 
“Frank Owen Goldberg” es hoy mundialmente conocido como “Frank O. Gehry” y ya ni siquiera resulta efectiva la O. de Owen para que se sepa de quien se habla. Una vez más, los motivos para este cambio vuelven a ser de orden psicoanalítico. O aun peor: por la presión de una exmujer…Definitivamente, Freud olvidó dedicar un libro completo a estos desarreglos mentales de los arquitectos consigo mismos. 
Hoy a los traumas infantiles se añaden motivos de registro, legales, de sonoridad internacional, o de dominio web, igual que sucede con los nombres de los coches, los cantantes o las marcas de ropa. Hoy, lo mejor antes de adoptar un nombre es hablar con una empresa de marketing. O con un poeta. O aún mejor, recurrir a lo que nunca ha fallado: hacer, como todos ellos, buena arquitectura.

4 de abril de 2022

LA MATERIA IMPRESCINDIBLE


Se necesita mucha más materia para apear una obra que la empleada para sostenerse por sí misma. Al construir se usa más acero en los puntales o madera en las cimbras que en la obra ya inaugurada y solitaria. Entre la ruina y la construcción, la arquitectura aparece como el mágico instante de equilibrio en el que el edificio se mantiene en pie gracias, solamente, al empleo de la materia imprescindible. 
Esta disciplina, llamada ancestralmente a optimizar sus recursos, salvaguarda su presencia entre la humanidad no tanto por representar y simbolizar a sus patrocinadores, sino por su condición útil más inmediata, y goza de merecida respetabilidad gracias a emplear solo la materia necesaria. Solo así podemos decir que la arquitectura es verdaderamente “sostenible”. 
Esta observación que parece que atañe solo a la estabilidad, va más allá. De hecho, bastaría para excluir del estrecho perímetro de la arquitectura a todo exceso de material injustificado. La materia justa, equivalente a la literaria “mot juste”, exige más aún que calcular la sección adecuada, el recorrido de los esfuerzos y la resistencia precisa como un encadenamiento destinado a gastar lo imprescindible. En un tiempo donde el mero hecho de construir implica un consumo de recursos que en determinados círculos comienza a ser tildado de inmoral, solo el marco operativo que ofrece el empleo de la “materia imprescindible” permite, desde una dimensión social, ecológica y política comprometida, que la arquitectura sea algo más que un mal tolerable.

28 de marzo de 2022

LOS MEJORES ERRORES SON LOS ÉPICOS


Cada error revela sistemáticamente aspectos ocultos de la forma de la arquitectura. La elección de la carpintería equivocada, el material fuera de sitio en la maqueta, o la curva que se convierte en la protagonista indeseada de la planta o la sección, son parte de un despreciado e inmenso catálogo de posibilidades fracasadas. Son tantas las ocasiones de fallar que la aparición de arquitectura resulta un milagro, cuanto menos, estadístico. 
Mientras la forma adecuada es única (o cuanto menos está muy limitada en cuanto a sus posibilidades) y desde luego no admite gradación, en la forma errada, caben desde las catástrofes a los fallos en todas sus escalas intermedias. El error posee diferentes escalas y hasta tienen diferentes repercusiones que abarcan desde la estética a la estabilidad de la obra. Evidentemente resultan menores los fallos en el color de una habitación que las catástrofes que terminan con la obra en el suelo. 
Sin embargo y puestos a poder elegir los favoritos en ese catálogo infinito de los errores, uno prefiere esa rara familia que se ofrece como épicos pero que a la postre no lo son. Esos que se muestran sin aparente solución, principalmente en el transcurso de una obra, cuando ya todo se precipita, pero que pueden llegar a ser reconducidos con talento y oficio. Esos, que serían errores sin remedio, pero que pueden ser redimidos gracias a la “ingenua” mirada del arquitecto. El escritor Willian Gass dejó escrito que “a veces ocurren accidentes y nace la belleza”. Ante esa especial clase de errores maravillosos, adquiere sentido la profesión del arquitecto. Pueden incluso inventarse gracias a ellos una obra nueva. Que se lo digan a Enric Miralles y a Carme Pinós, o a Adolf Loos.

21 de marzo de 2022

DOS TIPOS DE PERSONAS


La humanidad se divide en dos tipos de personas. No son las que provienen de Venus o de Marte, o las que se decantan por el mar frente a la montaña (o los que prefieren absurdamente la tortilla sin cebolla a ese otro manjar que si la lleva). No. La humanidad se divide efectivamente entre los que tienen o no “sentido de la casa”. 
Esa frontera fundamental, y subrayada por el “domólatra” Mario Praz, permite distinguir a los seres humanos más allá del gusto con el que reúnen a su alrededor los utensilios domésticos o de la mera estética. Hay personas que se preocupan por el marco en el que se desenvuelven sus vidas y otras que, directamente, lo obvian (de manera permanente u ocasional). 
La indiferencia hacia el entorno doméstico - mucho más trascendente que si se prefiere uno u otro refresco de cola (puesto que no pasamos la mayor parte de nuestra vida ingiriendo bebidas con burbujas) -, permite a Praz llegar a decir: “no te fíes de quien no valora su casa”. 
Esa escisión entre los que tienen o no sentido de la casa incumbe también a los arquitectos. Aunque esos profesionales proyecten casas, cuídense mucho de aquellos cuya propia casa no tenga "sentido doméstico". Por eso, no visiten sus oficinas o se dejen engatusar por su catálogo de casas ya construidas. Simplemente, y antes de nada, visiten sus casas.
El sentido de la casa permite a su poseedor madurar tanto el pensamiento como la vida. En ese sentido puede verse una firme relación con el conocimiento, a pesar de que incluso muchos filósofos no se interesen por las casas. Lo que se pierden es poseer un paisaje irrigado de existencia lejos de las restricciones que impone tanto, la pura racionalidad, como el comercio de ideas.
Preferir la pizza con o sin piña, como se puede comprender, pertenece a otra frontera de diferente dimensión existencial. De la que por cierto conviene despertar a los equivocados que prefieran lo segundo.