14 de febrero de 2022
EL ESPACIO PROFUNDO
El espacio profundo resulta vago a los usos y a las miradas. Imposible de vender o de publicitar como algo que añada valor comercial, se encuentra al fondo (y a veces, al fondo a la derecha). Por mucho que contenga resonancias positivas el espacio profundo no goza entre los arquitectos de buena o mala fama. Simplemente se encuentra situado fuera del discurso arquitectónico contemporáneo y de cualquier foco, porque se trata, sin más, de un resto mal proyectado. El espacio profundo no sale bien parado en Pinterest.
Así como la arquitectura histórica estaba condenada a un rosario de crujías que acababa en cuartos mal ventilados y a los que apenas llegaba algo de claridad, la modernidad sometió al espacio a una demoledora limpieza de luz y ventilación en todos sus rincones. De ese modo y para descubrir un espacio profundo en una casa moderna hay que recurrir al inframundo donde reina la especulación inmobiliaria, la humedad de los sótanos y el polvo de las buhardillas. O a lugares donde incluso la misma modernidad ha sido esquilmada.
Pero el espacio profundo existe, de siempre, y en él se desarrolla una vida placentera y tranquila. Se trata de un espacio en sombra, donde apenas llegan rumores sordos del exterior. El espacio profundo lo es siempre demasiado. Permanece intrínsecamente mal aprovechado y es de una modesta "segunda categoría". Pero a pesar de todo, y cuando se deja descubrir, nos ofrece un cierto tipo de vida separada de la otra, la visible y más transitada. En esos espacios de llegada, cul de sac domésticos, el aire está un poco sobrecargado y a menudo se encuentran viejos sillones o mesas llenas de trastos y papeles. Periféricos al mismo acto de pasar el polvo, en su sombra hay crujidos en el suelo y poco trasiego. Pero aun así, y pese a que todo en ellos parece estar connotado con cierto abandono, son de un valor incalculable para la construcción de uno mismo. En los espacios profundos toma forma, desde la soledad, el necesario aburrimiento que conduce a la reflexión.
Tanto, que a uno le gustaría pensar que son los espacios profundos los que acaban invitando a la profundidad de los pensamientos.
7 de febrero de 2022
UN FRÍO DE MUERTE ME RECORRE
A menudo
se acusa a la arquitectura moderna de ser “fría”. Los arquitectos ante esa
observación suben las cejas con displicencia o se encogen de hombros, sea
como estúpido gesto de superioridad o como débil signo de incomprensión. Aun a sabiendas de que “el acero puede ser tan cálido como la madera”, nadie se preocupa de explicarlo y menos de pensar sobre esa verdad psicológica. Sin embargo mientras no sean capaces de abrir su
pensamiento a esa capa ocluida de realidad no podrán comprender
siquiera la profunda aportación al campo de la temperatura ofrecido por la modernidad, y menos aun por parte Mies Van der Rohe.
Si bien la modernidad no tuvo nunca por qué ser fría
como tal, el pabellón de Barcelona o la casa Farnsworth por ejemplo, su simiente y su epílogo, son la encarnación y el
manantial de esa heladora sensación. Una frialdad contagiosa, convertida en logo, y perseguida con el mismo
ansia que pusieron Amundsen, Ellsworth y Nobile para contemplar por vez
primera el polo Norte.
Ni la casa Farnsworth ni acaso el pabellón de Barcelona superaron nunca la condición térmica de obra inacabada. Por mucho que se terminaran los trabajos de sus respectivos interiores, ambas obras estuvieron siempre sujetas a la constante amenaza de las temperaturas extremas. Aun hoy el frío que soportan sus vigilantes no se puede atemperar. El problema no es el de un insuficiente aporte de calorías o aislamiento sino que se encuentra en su mismo centro. La arquitectura de Mies Van der Rohe es una máquina térmica, una cámara frigorífica
destinada a helar a sus visitantes. Para lograrlo, cada uno de sus
componentes, cada una de sus piezas está diseñada para eliminar el calor
consustancial a la sensación de abrigo que puedan ofrecer tanto techos y muros como
la propia interioridad de la materia. Walter Benjamin dijo de las cosas (casas) modernas: “el hombre tiene que compensar con su calor la frialdad de las
cosas”. Si el calor de las manos que trabajan la materia se transfiere a su ser,
Mies es el descubridor del mecanismo por el que esas huellas han sido
eliminadas hasta lograr una arquitectura repelente al calor. Al igual que Willis Haviland Carrier, inventor del aire acondicionado, Mies
construye pozos térmicos.
La historia de frialdad acumulada en sus obras es
patológica y llega a expulsar toda posibilidad de habitación e interioridad.
La falta de calorías en estas obras es consustancial a su concepción y construcción y su capacidad virulenta sobre toda la modernidad, un hecho. Un exceso premonitorio.
No se puede habitar un cubo de hielo, pero sí, admirarlo. Por mucho que no haya madera suficiente capaz de caldear los grados bajo cero fenomenológicos de esa arquitectura, al menos si puede uno deleitarse con su belleza.
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31 de enero de 2022
TUMBAS, SUEGRAS Y ARQUITECTURA
El devoto epitafio dedicado por G. Marx a su suegra, "RIP, RIP, ¡HURRA!" muestra cuán lejos puede llegar la felicidad de un yerno al ver asegurada la vida eterna de una madre política. Imagino que razones no muy diferentes hacen que en Nueva Orleans se conmemore la muerte de los seres queridos a ritmo de jazz. Los cementerios no parecen lugares dados a esas comprensibles manifestaciones de alegría fundadas en la fe, sin embargo por algo en Lisboa existe uno llamado “de los placeres” y en Rumanía otro conocido como “cementerio feliz”…
La misma palabra cementerio, lúgubre en apariencia, en absoluto lo es. Su origen, que salta del griego koimêtêrion al latín coemeterium, emparenta ese lugar de descanso con “dormitorio” por un trasvase etimológico basado en la inquebrantable confianza cristiana en la vida eterna… Así pues los cementerios no se han construido históricamente para sus inquilinos sino más bien para guardar su memoria. Es decir, para las visitas.
El arte de la construcción de un recuerdo justo, exacto y feliz es la más auténtica tarea de la arquitectura (y puede que de la vida). Precisamente por eso Adolf Loos decía: “Sólo hay una pequeña parte de la arquitectura que pertenezca al arte: el monumento funerario y el monumento conmemorativo”. Una piedra bien dispuesta y un epitafio que evoque al ausente y sus logros, gracias a un misterioso poder, son capaces de conmemorar el recuerdo del que está dos metros por debajo. Eso sí, difícilmente coinciden. Hagan un repaso de epitafios hermosos y de los lugares que los soportan y podrán verificar su carácter inmiscible.
En el cementerio protestante de Roma encontramos un ejemplo inmejorable de la mayor cercanía posible entre esas dos artes: la sentencia "aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua" trazada sobre la modesta tumba de John Keats, se encuentra a pocos metros de la monumental pirámide de Cayo Cestio. Parece que no es posible mayor proximidad entre ambas disciplinas funerarias. Para una buena tumba es necesaria piedra y talento constructivo, para un buen epitafio, dejarlo bien escrito o cierta confianza (en el ingenio familiar).
Por eso cuando les toque el turno a sus queridas suegras, Dios quiera que dentro de muchos años, tengan preparada, por si acaso, una memorable frase feliz. Por lo que a mí respecta, bastará con un modesto cubo de piedra. Sin texto, por favor. Para que las visitas puedan tomar asiento. Eso sí, cuando vengan, "disculpen si no me levanto".
24 de enero de 2022
LA CABAÑA DEL ARQUITECTO
El "dejadme sólo" del torero, el "si me queréis irsen" de la folclórica y la construcción de la cabaña del arquitecto comparten el mismo territorio existencial: la necesidad de tranquilidad acompañada de entrega, esperanza y coraje.
En el particular Cabanon construido por Le Corbusier en la costa Azul, apenas una caja de tres por tres metros, el pintor francés se retira del mundo con el mismo ansia de silencio que un monje laico. Desde allí volverá a su oficina de París, rejuvenecido. Estar en medio de la naturaleza marina para volver a la ciudad cargado de fe en sus posibilidades (las propias y las de la ciudad) resulta necesario.
Ese mismo impulso es el que anima a Steven Holl a permanecer en la suya. De espaldas, arropado por una caja no mayor que la de Le Corbusier, desde donde se asoma a un paisaje de soledad. Frente a una oficina que cuenta con secretarias, arquitectos, administrativos, técnicos y especialistas en marketing, el "dejadme solo" es una necesidad. Permanecer sólo, no es un acto torero de mera valentía, supone rechazar momentáneamente toda ayuda subalterna. Sólo en soledad se puede pensar en la tarea que ahora nos apura y para ello basta con unos medios reducidos. Y uno mismo apretando los dientes.
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