22 de noviembre de 2021

CÓMO NO AMAR GALICIA (Y A ALGUNOS GALLEGOS)

 


¿Cómo no amar a estos gallegos y a sus cosas? Con su mesita, y su mantel de cuadros. Con su plan de comer fuera de casa, indestructible, aun a pesar del tiempo incierto. Con esa adecuación a las circunstancias de hacer lo que se pueda con lo que se tenga a mano. 
Esto no es "feismo" aunque sea feo. No hay aquí posibilidad de redención por la estética, ¿importa acaso? Su éxito proviene de una "forma de ser" a mitad de camino entre el optimismo, la indiferencia por el qué dirán y de la férrea voluntad de que nada ni nadie tuerza el destino trazado en una mañana lluviosa de domingo. 
El plan no resulta atractivo, es circunstancial y la cohabitación con el óxido y la maleza no resultan agradables. Sin embargo tiene algo encantador. Si Herman Hertzberger hubiese pasado por aquí se hubiera extasiado. Y con razón. La pareja parece decir: usamos el mundo a nuestro antojo, nos adaptamos sin fin. 
Nadie hubiese podido imaginar un picnic bajo una parada de autobús. Ni la entidad bancaria patrocinadora, acostumbrada antiguamente a regalar baterías de cocina  -ríete tú del "porque tú, porque te" comparado con la inmejorable publicidad de esta estampa- ni el más estricto funcionalista, podrían soñar con las posibilidades que nacen del majestuoso hueco que surge entre las formas y la vida. Ese ofrecimiento, esa invitación a la apropiación, resulta inesperado y, por tanto, tiene el carácter de un regalo. 
Este acto es, en si mismo, un acto de arquitectura. No importa la imagen o su apariencia o la estética que subyace y que en el fondo carece de toda relevancia. E importa menos aun si son de Galicia, de Aluche o de Villafranca del Penedés. Importa ese hueco.

15 de noviembre de 2021

EL MUSEO AGOTADO. EL FUTURO DEL MUSEO.


“Más vale una visita a un jardín que cien visitas a un museo” decía Ernst Jünger. Lejos ya de ser la casa de las musas, de ser un contenedor de trastos del pasado o la primera obra de arte de la colección que contiene, hoy la visita a cien museos vale menos que la visita a una floristería. Esta depreciación del museo como espacio de encuentro con nuestra memoria proviene de su uso indiscriminado y su cruel explotación comercial durante los últimos veinticinco años. La inflación torticera de la tipología del museo, espoleada por urbanistas y políticos, que pretendieron evitarse planes urbanos y ordeñar votos y turismo gracias a lo que parecía una teta infinita, ha terminado por secar el dulce manantial imaginativo que permitía pensar sobre ellos. 
La renovación del museo, inevitablemente llegará. Pero cabe intuir que desde un lugar diferente: gracias al paciente silencio con el que nos contemplan sus habitantes interiores… Por mucho que el contenido de todo museo sea el fruto de un expolio, de una injusticia, o de desigualdades para nosotros hoy insoportables, el silencio de esas obras es y será una enseñanza. El olor culpable que desprenden por distintos motivos los frisos del Partenón, el busto de Nefertiti, o las señoritas de Avignon, difícilmente podrán ser mitigados sino es por la intermediación del museo. Solo cuando entendamos que esos espacios son lugares de reconciliación volverán a ser significativos. Lugares donde viajar al pasado y regresar sanos y salvos. Es decir, lugares de perdón. 
Ese es el momento al que se refiere Álvaro Siza cuando dice que un museo debe ser propiamente “un nada”. Una nada donde no debe haber “propiamente espacio, ni paredes, ni suelo, ni techo, ni luz. Ni espesores, ni aberturas, ni sensación de interior ni de exterior”. Entonces serán nada, efectivamente. Una nada riquísima en silencio y en tiempo. En lugar de la actual apariencia de precipitado y superficial lugar de citas que tan bien retrata la imagen de Christopher Broughton desde los ojos de la Gioconda.

8 de noviembre de 2021

SIN IMÁGEN

Una arquitectura sin imagen es hoy la única verosímil para salir del bucle infinito en que nos encontramos. No una arquitectura que prescinda de la imagen, sino una que no nazca desde ella, ni que la emplee como centro o que la fomente. No se trata de rehuir de la necesaria dimensión formal de esta disciplina sino de reformular su origen alejándolo de todo aquello que fomente su consumo o su interpretación. Hacer esto supone salir de todo discurso de apariencias y dirigirse hacia un interior despojado.
La arquitectura sería así, el simple pensamiento y la construcción de una habitación. 
Las habitaciones son la encarnación inmejorable de la arquitectura sin imagen. Nos ven pasar, somos interinos de sus entrañas a la vez que nos habitan. Habitación es la acción de habitar. Una arquitectura así comprendida contiene y genera su propio significado y no requiere de un programa ni de un usuario. “Las habitaciones más hermosas en las que he estado son las vacías. Almacenes llenos de polvo y luz. Áticos vacíos con una ventana. Llanuras sin árboles”, dice Yann Martel aludiendo a su esencial simplicidad. 
En una arquitectura sin imagen cabe el lento regocijo del tiempo y el silencio pero no los discursos ultrafuncionales con los que trata de darse visibilidad a los conflictos cosmopolíticos, las luchas transgénero, el poscolonialismo, o ninguna otra forma de desigualdad a través de la arquitectura. La arquitectura sin imagen es inmune a los discursos igual que lo hace el lento polvo soleado que flota en el interior de un cuarto. La arquitectura sin imagen tampoco participa de la retórica derivada de la sintaxis entre materiales. El vidrio, el acero o el más simple de sus ladrillos, por mucho que escondan una remota desigualdad social, ecológica o transpolítica, son incapaces de visibilizar conflictos si no es por medio de un discurso puramente externo, artificial y fútil. 
La arquitectura sin imagen no es blanca, ni cruda, ni una pura exaltación fenomenológica (destacar solo su materialidad es tratar de pegar sobre ella la pegatina de un nuevo discurso). Puede ser fotografiada pero siempre la realidad la mejora y completa. No es un espejo, no habla de nosotros. Dicta su propio significado. La arquitectura sin imagen no es una arquitectura sin referencias, sino inmune a ellas. Su esencia es antiadherente. El discurso resbala de la arquitectura sin imagen porque ambas entidades pertenecen a diferentes órdenes existenciales. Ante una arquitectura semejante el zombi crítico solo puede dejar escapar por su boca trozos de lengua muerta referidos al autor de la arquitectura y su monserga egotista. Sin embargo la arquitectura sin imagen está libre de personalismos. No es anónima sino carente de estilo (en su sentido decimonónico). La arquitectura sin imagen no carece de autor sino que se hace presente como trabajo colectivo... ¿Tiene aún sentido preguntarse por la autoría de la vacuna contra el covid, de un botijo o de un coche de fórmula uno? 
Dice Gertrude Stein que una “habitación es suficientemente grande si está vacía y sus rincones se mantienen unidos”. No hay nada que ilustre mejor la profundidad de la arquitectura sin imagen que esta frase. La unidad que mantienen las esquinas de una habitación es significativa de su propia capacidad expresiva y de su ética. Flaubert sitúa su origen en un ideal: “no puedo pensar nada en el mundo que sea mejor que una habitación agradable”. Si no hay ya posibilidad de utopías, la arquitectura sin imagen es hoy lo que más se le acerca. El único ideal realista que podemos pensar.

1 de noviembre de 2021

LA DECORACIÓN COMO ARTE DE RETAGUARDIA


 

El arte de la decoración de interiores es un arte de retaguardia. Y no se dice como un reproche. Toda técnica, todo descubrimiento cultural o estético, con el paso de los años, acaba en un salón, o en un dormitorio como objeto decorativo. El nylon, el velcro, o los plásticos que imitan madera, resultan ejemplos inmejorables. 
Con el paso de los años toda vanguardia acaba convertida inevitablemente en el entelado de unas cortinas o en una copia de un cuadro en un recibidor. Por eso cuando la asimetría y la compensación de las masas triunfó en la decoración y en sus tratados, es que por fin había pasado a ese estado de cosas. Porque incluso un sistema de orden se puede cosificar e insertar en el mundo de la decoración. A la política, la ecología y la lucha de género les sucede igual. El mejor succionador existente, la mejor aspiradora civilizatoria conocida es la decoración de interiores. (¿Se acuerdan de lo que se llegó a hacerse con los despreciados palets industriales hace unos años?)
Lo maravilloso es que entre los restos de tanto naufragio cultural, esta disciplina absorbe por encima de todo la temperatura y el clima de cada época y es capaz de mostrarnos como sociedad mejor de lo que lo haría un espejo. Y eso sin renunciar a hacerlo con viejos trastos. Este desacople es pura magia y hace de los decoradores unos maestros a la hora de caminar sobre la estrecha línea que separa el hoy del mañana. La chamarilería de trastos dispuestos en un interior habla de nosotros con una elocuencia que asusta. Ríanse ustedes de cómo nos retratan las redes sociales comparadas con el más simple tratado de decoración de un suplemento dominical. Si quieren saber lo que fuimos y lo que seremos, paseen ustedes por una página de tendencias.