18 de enero de 2021

LA VENGANZA DEL AGUA

Los canalones, tuberías y gárgolas, forman parte del necesario exilio del agua en la arquitectura. Fontaneros, ingenieros y arquitectos confían en que el agua circule por donde debe, como un buen soldado con sus ejercicios de orden cerrado. Sin embargo ésta es indisciplinada, infantil y además tiene el oído muy fino, y a la mínima trata de colarse por el sitio más imprevisto provocando goteras y humedades. Por eso y por mucho que para aplacar sus caprichos se fabriquen divertidos toboganes, saltos maravillosos y circuitos de vértigo, a la mínima ocasión el agua, siempre caprichosa, hace lo que le da la gana y se escapa con un sigiloso goteo o el canturreo de un descarado chorro. 
Solo encuentro un motivo para tanta malicie: el agua, arquitecta ancestral de cuevas y oquedades en el seno de la tierra, excelsa constructora de galerías y túneles catedralicios (aunque no muy visitados), siente unos celos mortales de esa otra arquitectura, más humana popular y ligera, construida sobre el suelo. Y en justa venganza trata de demoler sutilmente cada una de las obras que compiten con su inmemorial tallado de estalactitas y formaciones pétreas… Nadie se da cuenta de esos celos. Y menos los presuntuosos arquitectos. 
Pero, nadie se engañe, cuando aparece la más mínima gotera afloran las razones de una ciega, lenta y premeditada venganza

11 de enero de 2021

EL RESPETO COMO EXCUSA


Nadie puede oponerse al totalitarismo de la palabra "respeto". Como sucede con la palabra, "amor", ambas se han vuelto una excusa para casi todo. “Historias de amor son todos los crímenes y no hay acto, por abyecto que sea, sin justificación amorosa” decía Félix de Azúa hace años sin que nadie le escuchara. Hoy en arquitectura, en aras del “respeto”, sea eso el edificio colindante, el sitio o el detalle, se proyectan y erigen todo tipo de atrocidades
"Respeto", el verdadero, el que proviene de “respectus”, de la ‘acción de mirar atrás’, afecta a los ojos y a la mirada antes que ser una mera sumisión formal. Por eso el respeto no se mantiene solo girando el cuello para ver qué hay a nuestras espaldas, sino usando los ojos con una determinada intensidad. El "respeto" no es, por tanto y tal como se entiende habitualmente, algo que tenga que ver con la imitación del vecino, sean eso sus huecos, la altura de su cornisa, su materia, sus colores o sus soluciones constructivas. El "respeto" a un entorno en nada se asemeja a rendir pleitesía o en someterse a lo existente, porque ese concepto no pertenece al universo del servicio ni del camuflaje, sino al del mirar las entrañas, por sucias o sanguinolentas que resulten.
“Hay el amor y el respeto por la materia” decía el escultor Fausto Melotti en un precioso librito de aforismos. “El amor es una pasión; puede convertirse en odio: drama vivificante para un artista artesano. El respeto es como una separación legal: la materia exige sus derechos y todo termina en una gélida relación. El verdadero artista no ama ni respeta la materia: la materia está siempre `a prueba´ y todo puede terminar siempre de la peor manera.”. Melotti, olvida decir que el respeto no es algo que se “mantiene” sino que se “logra”. Y que el único importante, al menos para el arquitecto, es el que brota en dirección contraria: desde el sitio, el vecino o el paisaje hacia la obra. Es decir, cuando la obra se "gana" su respeto. 

4 de enero de 2021

SUEGRAS, ASESINATOS Y ESCALERAS

En Francia, país de la guillotina y de la enciclopedia, la prueba de resistencia de las barandillas recibe el preciso nombre de “prueba de la suegra” (test de la belle-mère) (1). El ensayo consiste en dejar que una bolsa de 50 kilogramos de peso llena de pequeñas canicas de acero - nunca una suegra fue tan poco pesada, he ahí una de las ironías del asunto - golpee en su caída pendular a una sufrida barandilla. Si ésta resiste el envite, (la barandilla, me refiero) significa que en la vida real, ante un indeseable empujón o un casual tropiezo en el rellano de una escalera, toda suegra debiera quedar, felizmente, a salvo… 
Sin adentrarnos en el escalofriante tema de las familias políticas y si en el de las escaleras y las limitaciones que sufren, lo cierto es que tal es el sentimiento de amenaza y de peligro que ofrecen estos hermosos mecanismos de comunicación que el mundo occidental se ha visto en la necesidad moral de regular su diseño hasta el extremo. Normativas de todo orden impiden no solo la caída de una madre política debida a la fragilidad de una barandilla, sino que incluso éstas puedan ser escaladas, o que un travieso niño pueda quedar atrapado entre sus barrotes… 
Con razón Óscar Tusquets acusaba a este universo normativo de ser el causante de la muerte de las escaleras. Por eso si hay que elegir entre la metafórica "prueba de la suegra" como representación de la suma de esas castrantes y despreciables imposiciones legales, o el entonar un responso por las escaleras, sin dudarlo, me quedo con el salvamento de esos seres desprotegidos y maravillosos capaces de llevarnos lejos. A veces, hasta el cielo. (Me refiero, por supuesto, a las escaleras).

(1) Debo este precioso dato a mi amigo François Guynot de Boismenu.

28 de diciembre de 2020

LOS APELLIDOS DE LAS ESCALERAS


Toda escalera que se trae al mundo debiera tener el mínimo derecho de gozar de un apellido. Y, por descontado, no el del arquitecto. Decir de una escalera que es Imperial, Dorada o del sabio, significa enraizarla más de lo que supone añadir su mero lugar de nacimiento. Gracias a ese apellido, además, se hace posible una taxonomía no basada simplemente en sus formas
El apellido de las escaleras describe su movimiento, su espíritu y su natural inclinación (esto último no literalmente). Ese apéndice muestra su carácter y hasta su raigrambre y genealogía. Por eso todo arquitecto que se precie de poseer cierto oficio debe ofrendar al mundo las escaleras no solo para que sean capaces de conectar pisos, sino también para vincularlas con otras familias de escaleras que pueden encontrarse incluso a miles de kilómetros de distancia. 
Esta problemática de apellidar escaleras ha sido bien entendida por los grandes de la disciplina desde muy antiguo. Sin embargo otros, malditos ellos, han convertido esa necesidad en algo ruin. Porque en lugar de ofrecerlas al mundo con apellidos han parido las suyas con pedigrí. Y eso es una cosa estúpidamente distinta. Ninguna escalera debe mirar a las demás por encima del hombro. Y menos a quienes cabalgan sobre sus lomos.