6 de julio de 2020

LOS OBJETOS SERVIDORES


Junto a las alfombras, las escobas son un icono persistente de los viajes y de la magia. También de la limpieza doméstica. En la pintura del siglo XVII las escobas habitan los cuadros de Vermeer y de Pieter de Hooch como personajes a punto de hablar. Hoy las aspiradoras han jubilado esos palos y sus varillas pero en su esbeltez austera siguen representando una imagen viva del mundo de objetos que rodean silenciosamente la arquitectura. 
Los objetos serviciales, al igual que los lugares servidores - aprovechando la distinción de Kahn entre los espacios servidores y servidos – importan. El umbral de esta casa, con su voladizo y el hueco profundo dedicado a la puerta, con su áspero adoquinado de piedra y sus objetos próximos, constituyen una imagen de la limpieza que debe guardarse en el interior. Los espacios servidores imprimen carácter a los que se dejan servir por ellos. Puede que incluso esa escoba hable más del interior de lo pueda hacer el gris y perfectamente delineado hormigón de su arquitectura. Es su cartel. 
Además, nadie inventó esa escoba. Su belleza es fruto de la sencillez, de la lógica de su uso y de su economía. Es uno de los últimos símbolos universales y legibles de lo anónimo y de lo vernáculo. Una simple escoba, rústica y ancestral, que limpia cada día la entrada de la inmaculada casa de Peter Zumthor. Es un buen retrato de un moderno Merlín suizo. 
La versión mejorada de la “Nimbus 2000”

29 de junio de 2020

VALORES DE LA LEJANÍA


Tanto el Renacimiento como la óptica dicen que ese punto donde todo confluye y se condensa no está lejos de nosotros. Lo llevamos dentro y se teje y desteje en el fondo de nuestro cerebro. Pero lo cierto es que sabemos, por muchas patrañas que nos expliquen los fisiologistas, que se trata de algo tan profundo e inalcanzable como el horizonte. (En realidad el horizonte es la línea trazada por ese punto dicharachero al ir de un lado para otro). Sin embargo ¿de dónde procede el poder magnético que hace que todas las líneas confluyan en él? ¿De dónde mana su poder? Al igual que los cósmicos agujeros negros y las estrellas, ese punto donde se condensa la mirada debe su extraordinario poder atractor no a la gravedad, sino a la minusvalorada fuerza de la lejanía. 
La lejanía es una fuerza ligera y silenciosa cuando nos encontramos en la proximidad de las cosas deseadas. Pero su poder crece con la distancia hasta anegar el pensamiento e impedirlo. Cantos en la lejanía son los proferidos desde el bosque de Walden y la cabaña de Heidegger. Desde lejos, la vida de la ciudad se ve con perspectiva. (Nunca mejor dicho). La lejanía es una fuerza poderosa porque provee, además de paz y tranquilidad, sus propias enfermedades y anhelos: la nostalgia y la morriña son algunos de sus nombres. Ulises viaja impulsado por el poder que le brinda el deseo de regresar a su lejana Ítaca. 
En la lejanía la arquitectura cambia enormemente. La lejanía es distancia convertida en tiempo. O mejor, tiempo hecho memoria. En él las obras crecen: San Carlino o el Tempietto de Bramante en Roma se vuelven tan grandes como el Panteón. La lejanía distorsiona el tamaño y a la vez destaca y rellena sus huecos congruentemente. Fruto de la lejanía la arquitectura se incorpora a la ciudad y al tiempo. Gracias a ella se produce una especial planeidad que diluye todo exceso de formas. A esa distancia solo los grandes arquitectos saben trabajar porque hay que rebajarse mucho, ser muy modesto, para renunciar a la forma. Palladio sabe bien de este efecto en la Iglesia veneciana del Redentore. La lejanía es una cura de humildad. 
La lejanía es la casa donde habita el punto hacia el que se dirigen todas las líneas de fuga.

22 de junio de 2020

PAISAJES VIRALES


Un apocalíptico mundo de camas equidistantes, mamparas de plexiglás, astronautas (o trajes que apenas se diferencian sustancialmente de ellos), una montaña rusa de curvas, y plástico, mucho plástico, incluso intubado, parece haberse adueñado de nuestras retinas. (¿Conseguiremos olvidarlo o pasará a lo más hondo de nuestra memoria como sucedió con la caída de las torres gemelas?) 
Sin embargo el sufrimiento no es soportable mucho tiempo ante la vista sin sentir hastío y cambiar de canal. Y menos si es televisado. La sucesión de imágenes en diversos puntos del planeta muta a mayor velocidad que el propio motivo que la provoca. Pronto el paisaje se trasformará en uno más amable, relegando al anterior a un tramposo segundo plano. Es inevitable que camas, hospitales improvisados y túmulos, den paso a un panorama casi amable, hecho de círculos de dos metros de radio y parcelas del tamaño de un salón cutre. Las playas, parques y espacios abiertos adquieren así la repentina imagen de grandes cultivos e inmensos tableros de juego, donde parece trascurrir una partida secreta e inexplicable cuyas reglas han sido impuestas por un círculo abullonado de milésimas de micra. Un juego diabólico. Por eso no puede olvidarse que ese paisaje de casillas inertes, rellenas en ocasiones con seres humanos castrados para abrazar a sus congéneres, es un reflejo del anterior, una capa más de él, por muy leve o ligera parezca. Los paisajes tienen estratos y simas, son hojaldres, y este que vemos ahora, por pintoresco que resulte, no es sino uno de sus valles de tranquilidad antes de llegar a abismales cascadas y espantosos precipicios. 
Pero ¡que poca humanidad contienen! Tal vez la nostalgia de un paisaje humano, verdaderamente invisible, sea un recordatorio de que nuestra especie genera el suyo propio. Un paisaje congestionado, denso y cargado, independientemente de que sus accidentes sean coches, hormigón o bicicletas. El ser humano lleva consigo un territorio, social y cultural, incluso de distancias, de seres humanos interactuando, pero solo cuando nos es arrebatado percibimos su importancia. Como cuando nos quitan el aire, o nuestra casa. O la belleza.

15 de junio de 2020

EL DEGRADANTE DEGRADADO


En algún aciago momento, en un despacho, o ante el teclado de un programador informático surgió una idea fija que ha martirizado a toda una profesión. Una idea pérfida, irreal, y por tanto ajena a la construcción, a la luz y a la experiencia cotidiana: el degradante degradado.
Un efecto que hasta entonces pertenecía al dominio de la naturaleza, se coló en millones de pantallas retroiluminadas animando las presentaciones y los dibujos de otros tantos millones de  adolescentes. Sin embargo el degradado no es un efecto óptico de la realidad diaria, sino que es fruto del desgaste o de la óptica. El degradado, que no debe confundirse con el difuminado con el que los miopes disfrutan el mundo, o el que ofrece la bruma, es un efecto puramente marino o del horizonte. A pesar de que el mar y el cielo no son igual de azules.
El degradado resulta degradante para el dibujo y su significado, porque en manos inexpertas acaba haciendo de una superficie plana, un cilindro. Pero los efectos tornasolados mejor dejárselos a los fabricantes de coches y sus pinturas metalizadas, a las alas de las mariposas y a las manchas de petroleo accidentales y levemente mágicas de las gasolineras.
Solo al arte y a los viejos arquitectos de más de una cincuentena de años de profesión debería otorgárseles la licencia de uso del degradado que ofrecen los programas de dibujo. Jean Nouvel entre ellos. De hecho éste último ha hecho del esfuerzo de construir el degradado su religión particular. 
Puede que la culpa de todo fuese de Mark Rothko que nos enseñó que dentro de casa se puede tener un hermoso y carísimo horizonte degradado y desde entonces su popularización se haya extendido como un virus de interiores por obra y gracia de Autocad, Archicad o el Paint de turno... O puede que lo degradante sea no saber utilizarlo con cierto arte.