Una escalera de hielo puede ser mortal. Pero tal vez sea mejor esa solución que poner una barandilla atravesada para impedir el paso. En realidad, nadie pondría un pie en un peldaño de hielo o cristal, como es en realidad lo que sucede aquí. Hay cosas que no están hechas para ser pisadas. Del mismo modo, nadie pone el pie sobre una mesa de cristal y menos aún se pisa un lago helado sin las convenientes precauciones (es decir, sin ser sueco o finés). La escalera de bloques de vidrio desde luego no está en ese lugar para ser pisada ni para disuadir de nada, sino que con su transparencia deja pasar luz a un lugar oculto y misterioso que se encuentra fuera de la vista. La intervención, que supone una reinterpretación del templo sintoísta cuando este entendía que existían objetos capaces de representar a las deidades, es un homenaje a la piedra de cerca de veinte toneladas que se encuentra a los pies de esas escaleras y que, sin embargo, no reclama nada del protagonismo de la escena. Esa piedra inmensa es el centro, y bajo ella llegan esas escaleras que introducen la luz como en un túmulo.
El recorrido imaginado por Sugimoto comienza con la contemplación de esa enorme piedra y las llamativas escaleras, para luego dar un rodeo que nos conduce a la entrada de un túnel estrecho y oblicuo, que sitúa al habitante debajo, y que está iluminado por esa escalera lucernario. Ocasionalmente ese lugar se llena de agua. A la salida, el estrecho pasadizo encuadra una vista del mar.
En Japón, nunca nada es lo que parece. Ni unas escaleras de hielo siquiera.
An ice staircase can be deadly. But perhaps that solution is better than putting a railing across to block access. In reality, no one would step on a rung made of ice or glass, as is actually the case here. Some things are not meant to be stepped on. Similarly, no one places their foot on a glass table, and even less so on a frozen lake without taking proper precautions (that is, unless you are Swedish or Finnish). The staircase of glass blocks is certainly not there to be stepped on or to dissuade anyone from doing so, but with its transparency, it lets light pass to a hidden and mysterious place that is out of sight. The intervention, which represents a reinterpretation of the Shinto shrine when it was understood that objects could represent deities, is a tribute to the stone weighing nearly twenty tons that lies at the foot of these stairs and yet claims none of the scene’s protagonism. This immense stone is the center, and below it, these stairs bring light like in a tumulus.
The journey imagined by Sugimoto begins with the contemplation of this enormous stone and the striking stairs, then takes a detour that leads us to the entrance of a narrow and oblique tunnel that places us below and is illuminated by this skylight staircase. Occasionally, that place fills with water. Upon exiting, the narrow passage frames a view of the sea.
In Japan, nothing is ever what it seems. Not even an ice staircase.