30 de diciembre de 2009

OTROS PATIOS, OTRAS CASAS


Si decimos que un patio es la recreación de un universo, también es el lugar de contacto del hombre con la naturaleza domesticada y la casa un refugio flexible y resistente frente a la intemperie.
La propuesta de Josic, Candillis y Woods para un habitat tropical muestra una vivienda en la que el patio es desde luego un observatorio, pero no de estrellas como la casa del futuro de los Smithson, sino meteorológico, capaz de registrar la violencia del exterior: “Una unidad de vivienda arquitectónicamente lograda,“dice Sloterdijk, ” no sólo representa un trozo de aire cercado, sino más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según convenga, el grado de impermeabilización hacia fuera”.(1)
Aquí la brutalidad de la luz y el viento es destilada por medio de la arquitectura, la casa la apacigua y trasmuta lo inhóspito en hospitalario. Imaginamos la casa crujir con el temporal, arquearse e hincharse ágil, igual que la palmera de su patio, y al habitante abrazado a ella, como esa casa-madre de Henri Bosco:

La casa luchaba bravamente. Primero se quejó; los peores vendavales la atacaron por todas partes a la vez, con un odio bien claro y tales rugidos de rabia que, por momentos, el miedo me daba escalofríos. Pero ella se mantuvo. Desde el comienzo de la tempestad unos vientos gruñones la tomaron con el tejado. Trataron de arrancarlo, de deslomarlo, de hacerlo pedazos, de aspirarlo, pero abombó la espalda y se adhirió a la vieja armazón. Entonces llegaron otros vientos y precipitándose a ras del suelo embistieron las paredes. Todo se conmovió bajo el impetuoso choque, pero la casa flexible, doblegándose, resistió a la bestia. Estaba indudablemente adherida a la tierra de la isla por raíces inquebrantables, que daban a sus delgadas paredes de caña enlucida y tablas, una fuerza sobrenatural. Por mucho que insultaran las puertas y las contraventanas, que se pronunciaran terribles amenazas, trompeteando en la chimenea, el ser ya humano, donde yo refugiaba mi cuerpo, no cedió ni un ápice a la tempestad.
La casa se estrechó contra mí como una loba, y por momentos sentía su aroma descender maternalmente hasta mi corazón. Aquella noche fue verdaderamente mi madre. 
`Solo la tuve a ella para guardarme y sostenerme. Estábamos solos´.”(2)

(1) SLOTERDIJK, Peter, Esferas III, Siruela, Madrid, 2006, pp. 387
(2) BOSCO, Henri, La Redousse, citado en BACHELARD, Gaston, La Poética del espacio, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1965 (1957), pp. 76-77

28 de diciembre de 2009

CIELO PRIVADO


La dosis de ambición que contiene la casa del futuro de los Smithson no se limita a lo que tiene de ejercicio plastificado de buenaventura.
Beatriz Colomina, dice que en realidad es el aire y no el plástico el verdadero material de la casa y que la obra solo es un envoltorio sucesivo a ese "tubo vertical de aire privado sin respirar”.
Sin embargo no solo es una casa de aire, sino que también existe en ella, gracias a su “cielo privado”, una vertical sin fin hacia las estrellas y galaxias lejanas. Si cada patio encierra y recrea un universo, corresponde a esta casa la fabricación de uno para un astrónomo, un observatorio espacial. Igual que las piedras de Stonehenge o las Pirámides, aunque por motivaciones bien diferentes. Ese es en realidad su contexto tipológico verdadero y no la arquitectura residencial o la expositiva.
Sobre esta casa, la historia debería ser contada de otra manera.

26 de diciembre de 2009

MAXIMALISMO


La tensión de los espacios contrapuestos, y su conexión, oscura y baja, concentra el interés de esta sección del Banco Nacional de Dinamarca de Arne Jacobsen.
El dibujo hace posible imaginar un espacio sorpresivo, donde el sentido de lo vertical y lo horizontal se acompasa con la luz y la sombra.
Su dibujo tiene algo de ejercicio de circo, donde el lema del “más difícil todavía” es sustituido por el “más sencillo todavía”. Aparecen mesas y suaves trazos de vegetales en el interior de los lucernarios-vitrinas, lo que revela que el criterio de los signos conservados no está en su carácter resistente sino en el significante. Es palpable una lenta decantación gráfica, el destilado tranquilo de cada una sus líneas, que se asoma a algo extremo, que roza el límite donde se pierde la forma.
Quizá en todo ello consiste el maximalismo secreto que contiene el auténtico minimalismo.

23 de diciembre de 2009

CONTEXTOS Y VISCOSIDAD



Como si fuese necesario proteger a la arquitectura de si misma, el contexto ha sido interpretado como una sustancia viscosa capaz de pringarlo todo. Como la miel, o como esas tiras atrapa moscas que impiden escapar al proyecto, por más que éste agite sus alas trasparentes.
Sin embargo el lugar es en si mismo una sustancia estimulante, y no solo algo capaz de animar el cuerpo aun sin vida de la obra. El lugar es la primera materia gracias a la cual es posible ver nacer el significado de la arquitectura en el tiempo, y cuya presencia es sentida como el aire que posibilita su desarrollo; que permite desplegar el proyecto y verlo respirar.
El proyecto no nace, no puede nacer, directamente de su entorno. Por más que en ocasiones se finja. Para mayor gloria de la arquitectura, el lugar y el proyecto no mantienen una narcotizante relación puramente deductiva. El lugar antecede a la obra, si, pero solo una vez que la arquitectura se ha enraizado en él. Antes de la llegada de la edificación no podía establecerse como precursor, solo era un conjunto, un trenzado que contenía potencias y taras. Y el proyecto con su llegada solo las pone de manifiesto o las descarta.
En el destejido de esas posibilidades latentes, su elección y posterior retejido, el lugar queda trasformado y el proyecto adquiere para si auténtico sentido.

21 de diciembre de 2009

EXTRAÑAMIENTO


No hay nada como la realidad para exponernos a los abismos de la imaginación. Para ello es suficiente practicar el hábito de no fiarse de nada. Mirar un suelo, una mesa o una ciudad como por primera vez. Describirla fingiéndonos viajeros de un país lejano. Sorprenderse por su estabilidad o su construcción a pesar de ser la mesa sobre la que comemos a diario. Ver las cosas como por vez primera para ser capaces de revelar las verdades que de ordinario permanecen ocultas. 
Practicar el extrañamiento para librar a la arquitectura de la costra adherida a lo cotidiano y recuperar cierta frescura. Practicar el extrañamiento aunque no precisamente como Shklovsky lo entendía para la literatura a principios del siglo pasado sino en una doble dimensión: Como experimento y como forma de buscar el verdadero tema del proyecto. 
Experimentar con el objeto extraño, probar “injerencias” frente al tema “dominante”, ponerlo a prueba, someterlo a presiones con tal de librarlo de lo inmediato y de lo “automático”. Así descubriremos que su poder coincide con la satisfacción del alquimista aficionado: mezclar sustancias sin saber bien cual será el producto final. Solo por el placer de ver aparecer espumas o cambiar sustancias de estado. 
Por otro lado, averiguar qué se esconde bajo la capa de suciedad que oculta el término “casa”. Qué queremos decir “en realidad” cuando decimos “casa”. Intentar conocer si “la casa” es “refugio”, es “prisión” o “universo”, o “centro”. Hallar, en fin, su verdad poética.

18 de diciembre de 2009

DORMITORIOS



La arquitectura para Adolf Loos es siempre percibida como un interior, un ropaje. Un vestido primordial. Basta leer sus escritos y enumerar sus temas: muebles, sombreros, calzado, trajes, lencería...es interior incluso el modo de tratar el tema del ornamento. Todo le ocupa siempre que sea envolvente. Su arquitectura crece desde el cuerpo, de modo centrífugo.
”Pongamos que el arquitecto tuviera aquí la misión de hacer un espacio cálido y habitable. Las alfombras son cálidas y habitables. Este espacio podría resolverse poniendo una de ellas en el suelo y colgando tapices de modo que formaran las paredes. Pero con alfombras no puede construirse una casa. Tanto la alfombra como el tapiz requieren un armazón constructivo que los mantenga siempre en la posición adecuada. Concebir este armazón es la segunda tarea del arquitecto” (1).
El espacio del dormitorio para su mujer Lina es, al igual que esa funda llena de pieles y cueros que es la casa para Josephine Baker, un espacio para que la arquitectura acaricie el cuerpo. El suelo extendido se convierte en cama. La imagen publicada en 1903 es de los pocos interiores que Loos muestra de su obra. La posición del objetivo frente a los pies de la cama, muestra el objeto como un altar de ofrendas al tacto. Una imagen realizada por un intruso, un vouyeur externo, y la imagen tiene algo de intimidad violada.
Setenta años después, el dormitorio de Paul Rudolph rescata esos viejos temas de Loos. El dormitorio y la alfombra son un encuentro entre los sentidos del tacto y la arquitectura. Pero algo ha cambiado. Y no solo se trata de la enorme foto presidiendo la cabecera de la cama, manos y brazos rodeando un torso al descubierto. No es solo una imagen estereotipada del hombre de los años setenta. La posición del objetivo fotográfico se sitúa en un lateral de la cama. No importa quien sea el retratista, la aparición del espejo y la imagen impiden escapar de la fotografía. Todo es táctil y sensual, erótico. Pero el sentido persuasivo y lo explícito secuestran el posible misterio. Todo es exterior. Todos somos espectadores de esa imagen construida y proyectada. Nada hay de intimidad. Todo es escaparate.
La reunión de las dos imágenes contiene algo de fascinante: Dos objetos, equivalentes desde el punto de vista de la forma, pueden convertirse en opuestos tanto en sentido como en carácter: De madriguera a pantalla.
No todo es cuestión de forma.

(1) LOOS, Adolf, “Das Prinzip der Bekleidung”, Nueue Freie Presse, Viena, 4 de Septiembre de 1898, Ahora en LOOS, Adolf, “El principio del revestimiento”, Escritos I, 1897/1909, El Croquis editorial, Madrid, 1993, pp. 151. Debo agradecer las reflexiones sobre Loos a Josep Quetglas que nos ha puesto sobre la pista de la relación de su obra y el interior.

16 de diciembre de 2009

EL PROFESOR



El vocablo griego que designa la educación es el mismo que se emplea para hablar de la juventud: paideia, paidos. Teniendo eso presente, la tarea del profesor sería sencilla: solo debería ser un fiel intermediario entre esos dos sentidos de la palabra.
El profesor es pues alguien que se interpone, un dique frente a lo inmediato y superfluo. Una figura que debe ayudar a elevar la mirada y a afirmarse por alteridad, por oposición, para que el alumno sea capaz de comprenderse mejor a si mismo. También alguien que despierta en él la codicia por saber, con el escepticismo necesario hacia lo que eso significa. Decía el ilustre Juan de Mairena, que un profesor no es solo el que enseña, sino el que enseña a dudar de lo que enseña.
El aprender es un acto individual, pero el enseñar requiere de oficio y método. Quetglas dice que la arquitectura se enseña en-señando, es decir, dando señas que hagan ver: “Escoge. Deserta las aulas. No vayas a clase. Que queden vacías. Ve a la biblioteca –ellos [los profesores de verdad] te esperan”.(1)
Ahí tenemos al profesor Louis Kahn para enseñarnos una última lección. En un aula se pueden decir muchas cosas, pero no es fácil imaginar el clima adecuado para formular la arquitectura como el transito del silencio a la luz. Seguramente se trata de lo más importante que puede aportar: más que persuasión o entusiasmo,  ser capaz de favorecer una temperatura, una atmósfera auténtica, donde esas palabras inflamen el aire, como fuego sobre las cabezas de los oyentes.
Más que pedagogía, hay profesores que solo necesitan esa meteorología.

 (1). QUETGLAS, Josep, Pasado a limpio II, Ed. Pretextos, Valencia, 1999, pp. 172

14 de diciembre de 2009

MEMORIA AMPLIADA



La arquitectura se consume hoy como se consumen las imágenes o la comida rápida. Sin embargo respecto a la moda o las publicaciones, con el tiempo la arquitectura se enriquece en sentidos y evoluciona, igual que los seres vivos. En lugar de extinguirse actúa como una memoria construida: a la vez que capas de cal y pintura se acumulaban sobre el gótico, las ampliaciones y portadas renacentistas y barrocas cubrían y hacían crecer las viejas catedrales.
Como objeto de cultura, la obra se enriquece con el paso del tiempo. Como la fruta y las flores, se malogra si se congela. En ese sentido, hoy Venecia resulta un cadáver tan putrefacto como las aguas donde flota, igual que la mayor parte de los monumentos del movimiento moderno. Objetos de veneración arquitectónica, detenidos en un instante, que se conservan como parte de una valiosa e irrenunciable memoria, pero inaccesibles e intocables: Objetos de museo.
Por el contrario, el Palazzo Pitti de Brunelleschi es uno de esos objetos maravillosos que ha mostrado su adaptabilidad y viveza con el tiempo. Ampliado multitud de veces, de siete vanos a los actuales veintitrés, pero ampliado sabiamente, conociendo cada uno de los arquitectos que lo modificaron que solo cabía su crecimiento en horizontal, puesto que el palazzo renacentista se establece sobre tres cuerpos apilados.
Ampliar y restauran significan entender la arquitectura como una herramienta para establecer continuidades y diálogos en el tiempo. De alguna manera, su modificación y ampliación, si no niega, al menos atenúa y ralentiza su condición de consumo instantáneo y vindica su permanencia en el tiempo, más allá de las simples imágenes.

11 de diciembre de 2009

EQUILIBRISMO



Por diferentes motivos, la importancia del trabajo de Paul Rudolph no ha sido aun suficientemente valorado. Sus obras, tal vez por su barroca y fiel continuidad a la herencia del movimiento moderno, han sido un referente formal no declarado tanto para los metabolistas, como para arquitectos europeos y españoles como Javier Carvajal.
Sin embargo la imagen de la arquitectura que hoy nos ofrecen sus obras contrasta con las de su entorno vital. Su oficina de Nueva York era un festival de situaciones y experimentos espaciales. Mesas elevadas, pasos absurdos, almacenes impensables.
La ausencia de objetos de valor, la tosquedad y crudeza del espacio contrasta con su uso, cercano al trabajo circense. Una oficina aun sin faldas, donde la jerarquía no va ligada a los niveles de ocupación del espacio, (y donde el propio Paul Rudolph ocupaba un altillo junto a un enorme ventanal del que colgaban enredaderas como cortinas).
Esta imagen resulta quizás una buena metáfora del trabajo del arquitecto: entre el tablero y el equilibrismo y es capaz, aun hoy, de sugerir una atmósfera de trabajo vital y dinámica, capaz de impregnar la de por si exuberante arquitectura de Rudolph.

9 de diciembre de 2009

COPIAR


Copiar sin piedad, sin pudor, impunemente.
Sin miedo.
Afortunadamente para su vitalidad, la arquitectura siempre ha avanzado sobre esa vía dinamizadora. Pero no copiar como el que arrasa un territorio y lo esquilma. No copiar como un ladrón, sino de un modo generoso y en parte anónimo, con un doble compromiso hacia lo copiado y hacia el futuro.
Porque una vez ejecutada la obra, el arquitecto se convierte en donante, para que otros puedan a su vez adquirir los pequeños logros alcanzados. Para ello no basta copiar sin ton ni son, sino que es necesario conocer el origen y las intenciones de la copia,- incluso el espíritu que la anima-, no sea que a base de derivadas, estemos ante un clon degenerado e improductivo del que no se reconoce ni origen ni padre: una vía muerta. Ya el lugar, las costumbres constructivas, el clima y los materiales, ya las eventualidades, los accidentes y las dificultades de la obra, harán necesariamente que ésta se trasforme en algo distinto a su origen.
Sobre esa tierra concreta, ante unas dificultades específicas, el proyecto dejará de ser un vil plagio y empezará a murmurar su propia realidad.
Copiar como herramienta liberadora, con la naturalidad del que usa un desatascador en una cañería obstruida. O copiar como el que sabe que los inventos y las obras maestras corresponden a momentos diferentes a las actuales postrimerías.

6 de diciembre de 2009

PAISAJE PORTATIL


Si hubiese que resumir los intereses de la arquitectura de comienzos de este nuevo siglo en una lista de palabras, tal vez no sería muy extensa, pero con seguridad no podrían faltar ni los conceptos de sostenibilidad, ni de paisaje.
No obstante, y respecto a éste último, resulta verdaderamente precaria la equivalencia de la disciplina sajona del lansdscape architecture con lo que podría ser un espeso y artificial potaje de jardinería y urbanismo. Sobre esa nueva frontera, donde la puerta del edificio supone el fin del trabajo del arquitecto y el comienzo del trabajo del paisajista, se construye gran parte del discurso contemporáneo de las relaciones de la arquitectura con su contexto. No es, por tanto, una dicotomía ni inocente ni carente de una fuerte carga ideológica y obliga a que tengamos ante nosotros una pregunta que generaciones pasadas habían intentado responder con cada obra de arquitectura: ¿Qué es hoy el paisaje?
Nuestras certezas sobre el paisaje no son muchas pero al menos son nítidas: El paisaje nunca provoca risa. No es divertido, ni cómico, porque no existe con que confrontarlo. La oposición es la base de lo risible y no existe nunca un paisaje contrario. El interés de un paisaje, a la larga, no basta, es necesario su interés moral o histórico. Lo que es equivalente a decir que todo paisaje lleva impreso otros paisajes. Que todo paisaje es un hojaldre de paisajes.
Por último, todo sujeto arrastra el suyo, como una joroba, como maleta de la que es imposible librarse; Concepción Arenal lo resumía de modo inmejorable cuando decía: “Desengáñese usted, con los paisajes ocurre como con las posadas de aldea. Cuando llega el viajero y pregunta a la posadera: ”¿Qué hay de comer? –la posadera contesta: “Señor, lo que usted traiga”. Pues esto es el paisaje; lo que cada cual traiga”.

2 de diciembre de 2009

SIMETRIA



Palladio, en sus Cuatro Libri, y hablando de villa Rotonda, dice que la simetría la provee de sencilla estabilidad estructural. No hay mejor razón para su forma. Sin embargo la simetría, como una fiera domesticada, de pronto suelta una dentellada imprevista y acaba de un golpe con su dueño y su inocencia.
Palladio sabe bien de esa violencia oculta y asume su imposibilidad. Su villa Rotonda lo prueba. Cada una de las escaleras, cada uno de los frentes abiertos al horizonte, la deshacen sabiamente.
La simetría tiene algo terrible que escapa a la capacidad de comprensión del hombre. Exacto terror fascinante al de los espejos, capaz de duplicar espacios y multiplicar las cosas. Capaz de extraviar en un eje a cualquiera que se adentre por él.
La simetría es una invención artificial para la arquitectura porque apenas se da fuera de la escala propia del hombre. La realidad solo es simétrica a tamaños ajenos a la percepción humana. Solo en la cristalografía. Solo en las matemáticas. Es decir, solo en lo abstracto y en lo diminuto. Sin embargo ha sido un recurso de primer orden para la arquitectura porque, aunque indomable, habla de profundidad y ritmo.
Si para Vitruvio el concepto de simetría poseía otros matices, Venturi introdujo el concepto de “inflexión” cuando el conjunto lo era en base a componentes no propiamente simétricos, complicando aun más el asunto.
El Tempietto de San Pietro in Montorio de Bramante, dibujado por Palladio, y único incluido dentro de su estudio de las antigüedades romanas, es un buen ejemplo de su difícil carácter. Se presenta a primera vista como un prototipo de simetría clásica. Solo las barandas del remate superior no lo son, pero solo por una cuestión de economía de medios. No obstante y como un detalle que pudiese pasar por alto, sobre el templo, Palladio, traza un pequeño círculo, vacío e insignificante en apariencia. Un círculo flotando al lado de la cúpula que solo puede ser un sol. Un sol que golpea la piedra destruyendo toda la aparente y serena composición axial. Desenmascarando su idílico equilibrio por medio de la brutal sombra inesperada.
Ese nimio círculo dibujado por Palladio es la confirmación de como la simetría se resiste a ser amaestrada. Porque solo sin la luz es posible.

30 de noviembre de 2009

TURISMO



El arquitecto debe viajar. Su formación depende de ello. Pero no contentarse con visitar solo arquitecturas hermosas o ilustres sino también territorios diferentes e inusuales.
Viajar hasta ser incluso un turista de la geometría.
Esto debe hacerse porque en realidad las líneas y los planos, como los monumentos, son un enigma. Son objetos impenetrables y por tanto invisitables. “¿Cómo habitar un vacío, como visitar una línea?” se pregunta Barthes al hablar de la Torre Eiffel.
Visitar la geometría. Pero no según axiomas matemáticos, sino arquitectónicos. Ese tipo de exploración no consiste en jibarizarse para acampar allí a modo de simpleza literaria sino en encontrar lo sustancioso de la geometría.
Es tranquilizador entender la línea como un mínimo que une dos puntos. Pero la línea tiene siempre una condición doble: es simultáneamente una cuchilla y un puente. Siempre conecta dos mundos pero también puede alejarlos. También están en ella nociones de continuidad y prolongación más allá de lo explorado por Kandinsky.
Si de cada línea solo importase el comienzo, el final y su trazado solo veríamos en ellas su axioma matemático general. Pero cada línea tiene sus propias geometrías y sus propios axiomas y solo de ese modo el arquitecto-turista puede cruzar con emoción una y descubrir su significado. Recorrerla desde su interior y sorprenderse porque hay inscrita en cada línea una velocidad. También verla convertirse en un punto cuando se inmoviliza. Así es posible descubrir en cada una su particularidad que la libra de la indiferencia y posibilita la arquitectura.
Como vemos, ese turismo también es necesario, y si el viaje es algo que tiene siempre mucho de lúdico y de apropiación, la geometría es un territorio digno de visitar. Un turismo necesario para ver las cadencias ocultas bajo esos incómodos signos gráficos, que no hacen sino distraer y representar insuficientemente la potencias de la arquitectura.

25 de noviembre de 2009

COMPLEJIDAD



La complejidad es un tema muy querido para toda una generación y aquí se nos muestra toda su trayectoria como concepto arquitectónico. Decir que la evolución de la arquitectura funcionalista ha degenerado en vacuos monstruos simétricos y que tras ella todo ha devenido en estilo, es mucho simplificar. Sin embargo, es de señalar como el dibujo continúa siendo el cordón umbilical que une al arquitecto con el mundo. Por medio de este lenguaje cifrado es posible hablar incluso de lo más intangible, del pensamiento arquitectónico y también de su historia.
La expresión escrita nos sobresatura a diario para explicar los procesos y los proyectos de arquitectura, y sin embargo, “nada que no merezca ser dibujado, merece ser explicado”, parecía ser la divisa también de la generación más descreída y pesimista incluso respecto a la propia arquitectura. Por eso esta lección dibujada de Leon Krier continúa siendo ejemplar.

23 de noviembre de 2009

TIEMPO FORMADO



Cada naturaleza, cada paisaje encierra un tiempo. La amplitud de las edades geológicas y biológicas desbordan la capacidad de comprensión del hombre. Para ello se emplea la arquitectura: igual que un marino usa un ancla.
Sin embargo, el propio tiempo de la arquitectura es un tiempo premioso respecto al del consumo, la electricidad, los medios de comunicación y la vida diaria. Esa doble temporalidad es también compartida por algunas sustancias que aceleran procesos en el campo de la biología. O que los pausan, casi como el retardo musical, o como un relé. Esta duplicidad, donde lo tremendamente lento y lo veloz se entretejen, forma un conglomerado capaz de representar la vida del hombre respecto al universo.
La arquitectura puede interpretar pianissimo el paisaje, la ciudad y trasformarlos. Puede puntuar el tiempo y representarlo. Puede atraparlo y detenerlo.
Así, la arquitectura es tiempo formado.

20 de noviembre de 2009

METAMORFOSIS


Como bien saben los alquimistas, la metamorfosis es un arma capaz de producir sustancias realmente preciosas. Solo es cuestión de aplicar paciencia y oficio a materiales que otros encuentran despreciables.
Así, hay trabajos, - como el de Enric Miralles al completo, mucho de Clorindo Testa y de Daniel Fullaondo, y alguno de Libeskind -, que de tan cargados de posibilidades resultan sorprendentes y productivos. Donde una mirada firme y ortodoxa solo vería desconcierto, sus ojos son capaces de ver flotar esa carga de posibilidades como una cualidad, como un tipo especial de metamorfosis que hace que, de improviso, el giro inesperado de un dibujo descubra potencias que antes no se percibían. Que hace que una fotografía ajena a la arquitectura pueda convertirse en un recorrido. Y que posibilita que un texto pueda trasmutarse en una distribución funcional con la sencillez con que un buen jugador de ajedrez cambia el sentido de una partida con un simple golpe de peón.
Cualquiera sabe que cada planta se debe a una orientación correcta y que es un trabajo no menor en cada proyecto encontrar la adecuada. Pero la sabiduría de esos arquitectos está en mantener la mirada al acecho de la ocasión oportuna para producir ese cambio de postura en el proyecto. Esos arquitectos enseñan al resto a ver secciones en plantas, alzados en detalles constructivos, y proyectos en los cuadros de Picasso, las manchas de una pared o el despiece de una máquina de escribir.
Este tipo de arquitectos son los responsables de hacernos ver el universo ampliado de la arquitectura, y, como a dioses lares, se les debe tributo cada vez que se descubren esas posibilidades en la realidad.

18 de noviembre de 2009

LA MODESTIA DEL LADRILLO



El ladrillo es un material humilde, terco, paciente y hermoso. Es pieza básica de la historia de la arquitectura y de las barricadas y protestas ciudadanas.
Los hechos demuestran que no importan verdaderamente sus dimensiones sino su condición de portabilidad. El ladrillo encierra en si algo de la corporeidad del hombre que es capaz de manejarlo con una sola mano gracias a un peso y unas dimensiones necesariamente equilibradas.
Cientos de aparejos posibles surgen cuando estos se conjugan para formar un muro:  todos hermosos, la mayoría con el nombre de su lugar de procedencia. Tanto que muchos han llegado a ser en algún instante casi banderas o himnos nacionales.
Ningún material como el ladrillo, gracias a su modesta condición, expone tan marcadamente su dimensión ética, fruto de los sucesivos usos y los procesos por los que ha ido renovándose: desde la artesanía primitiva donde eran secados al sol, pasando por el proceso de cocción en hornos, hasta ser hoy un sofisticado producto de la industria. Ese tránsito está cargado de saltos y descubrimientos.
El ladrillo en tiempos antiguos recibía la marca impresa del artesano que lo producía. De ese modo no solo era posible contabilizar la obra ejecutada sino que se establecía una correspondencia entre material y obrero. La historia de su honestidad como material corre paralela al añadido de sustancias que lo colorean artificialmente. A nadie se le escapa que “honestidad” y “humildad” son conceptos solo aplicables al ser humano. En ningún material como el ladrillo se ha producido esta identificación tan temprana y de modo tan persistente. Quetglas dice del monumento a Rosa de Luxemburgo, de Mies van der Rohe, que allí los ladrillos son auténticos obreros, formando violentos batallones ingrávidos.
Por el contrario en la casa de Muuratsalo, de Alvar Aalto, además de ser un elogio a la ruina y al pasado, también los ladrillos son pequeños grupos festivos. Como una comparsa en carnaval, cada pieza cerámica subraya la pertenencia feliz a su propio grupo. Un elogio a la diferencia. Como el desfile de atletas en una Olimpiada.

16 de noviembre de 2009

ERRAR


En la intimidad del acto de proyectar deben tener natural cabida los momentos para el error. Y en lo que respecta al aprendizaje, el error es imprescindible. Salvar los escollos acrecienta la confianza. Cuando se lograr hacer algo correctamente se deja de sentir el pánico que provoca. El esfuerzo que ha transitado por el fracaso se ha probado que es más fácilmente asimilado. Como se puede imaginar no se trata de un masoquismo triste y vacío sino de un acto que contiene la misma alegría que está presente en el jugador y el atleta en su entrenamiento.
Dar la bienvenida al error no implica que deba precipitarse, a sabiendas de que todo proceso lo contiene y que una vez superado desaparecerá, sino que se trata de una búsqueda de un tipo diferente. En ocasiones sorprende al asalto, pero otras es provocado en el momento justo solo para intentar lanzar el proyecto más allá. A veces es leve y solo se manifiesta como un creciente titubeo, otras como un escollo insalvable que nos hace replantear sus mismos fundamentos.
Como se ve, para el arquitecto el error apenas posee connotaciones negativas. Errar y vagar, borrador y barrer en su etimología comparten origen y hunden sus raíces en la palabra “radere” que significa, tanto raspar y tachar, como limar y pulir. Convivir con él y aprovechar los instantes en que el proyecto debe vagabundear, es una herramienta extraordinaria para comprender las verdaderas interioridades de la generación de la arquitectura.
Es seguramente gracias a la épica del error donde el proyecto consigue asomarse a zonas que de otro modo siempre permanecen en la oscuridad. Es gracias a la ventana abierta por el error por donde el proyecto adquiere su porción de infinito.

13 de noviembre de 2009

LO OBLICUO


No encontramos superficies puramente horizontales en la naturaleza salvo la del agua. Resulta tan terrible como fascinante esa tabula rasa que ofrecen los ríos tras el aluvión. En las inundaciones, el territorio anegado nos descubre un paisaje sin suelo, horizontal, puro, y la arquitectura flotando libre de referencias se “objetualiza”.
El resto de las ocasiones al ser humano se le ofrece necesaria la identidad del suelo oblicuo y la naturaleza. Algunas veces escarpado e inaccesible, otras transitable y apto para ser habitado. Sobre esas últimas la arquitectura ha desarrollado la mayor parte de su tarea. El suelo oblicuo es el protagonista de la arquitectura egipcia y de los grandes accesos procesionales de la arquitectura griega. El moderno “paseo arquitectónico” de Le Corbusier es su visible depositario y su influencia ha estado especialmente presente en el último cuarto del siglo XX.
El recorrido oblicuo es el que realizan los niños en sus juegos, donde la incomodidad es suplantada por la libertad en la elección del camino. Lo lúdico, lo joven y desprejuiciado de esas superficies es observado en los trabajos de Parent y Virilio bien que en un lugar tan inesperado como es la arquitectura defensiva de los bunker de la segunda guerra mundial. Sus trabajos de los años 60 corren silenciosos, como una corriente secreta, hasta el manantial que supone el influyente proyecto de la Biblioteca de Jussieu de Rem Koolhaas, casi treinta años después. Posteriormente tal vez la puesta en práctica más notable de las teorías lúdico-oblicuas de Parent y Virilio se concentren en el Proyecto para la terminal de Yokohama, donde el suelo es capaz de aparecer con su potencia para configurar tanto los recorridos como el propio funcionamiento del edificio.
Por breve e incompleto, este recorrido por lo oblicuo seguramente resulta deformado, pero es la base más profunda desde donde entender algunas de las más importantes operaciones formales de plegado, de las topografías artificiales y las deformaciones de láminas y planos de cientos de proyectos de la arquitectura más reciente.
Hay tranquilas corrientes que tardan en encontrar el hueco por donde manar, pero cuando afloran, pueden llegar a provocar auténticas inundaciones.

10 de noviembre de 2009

ELEVAR LA MIRADA



En la historia solo ciertos arquitectos se han hecho necesarios. Junto con los que han logrado obras delicadas, brillantes o memorables, también se hallan los que han hecho cambiar el enfoque de la arquitectura y han iluminado zonas que hasta entonces se hallaban en tinieblas. De los últimos, quizá alguna de sus producciones sean notables, pero su dimensión como catalizadores de arquitectura las desborda. Tal es el caso de Eisenman, Piranesi, Boullée, Serlio y Yona Friedman.
Es fácil vindicar hoy la figura de Friedman, tras la popularidad y el resurgir de toda la metafísica situacionista. Grandes exposiciones y fastos se han celebrado y hoy goza del reconocimiento que nunca tuvo en el momento de su mayor esplendor intelectual. Hoy todas las utopías de los años 70 quedan como símbolos perdidos y ni siquiera el trabajo de los metabolistas ha logrado cosechar los éxitos soñados, - lo poco que resta del trabajo de Kishō Kurokawa está siendo demolido sin contemplaciones- .
El peso de las propuestas de Friedman, y sus ciudades verdaderamente tridimensionales, apelando en parte a las propuestas de Hilberseimer y a la separación corbuseriana de las circulaciones, se constituye aun en una visión arquitectónica de valor.
La realidad de sus ilustraciones encierran toda una poética, no maquinal, de una ciudad cercana y posible. Sin embargo de todas las aportaciones de la ciudad de Friedman, desde mi punto de vista, la más importante  se concentra en el colocar un techo a las ciudades existentes. Ese techo y su altura son lo que aun hoy resulta tanto más excitante que la nueva ciudad en sí. La sabiduría de su altura variable según los montajes, permite hacer de zonas de París o Londres, auténticos salones, recibidores y dormitorios urbanos, y a su vez,  reinterpretar y rehacer sus existencias esclerotizadas desde hace siglos.
Junto a eso, los amables dibujos, expresados con la sencillez con que se hace un garabato en una servilleta de papel, no resultan sobrecogedores ni apabullantes. No es una ciudad antipática ni alienante sino una que pasa sobre lo existente como la sombra de los árboles lo hacen sobre un parque. El garbo de la forma de expresión a pesar de la amplitud de su desarrollo, no deja de sorprender y muestra a un arquitecto con una enorme ambición, sobre todo, humanística.
Habitar las ciudades de Friedman significa hoy hacerlo sobre la capacidad del arquitecto para soñar con otros mundos posibles. De ahí que su legado permanezca para generaciones que han crecido bajo el exclusivo mandato del material y la realidad, como una meta hacia los fines más altos a que la arquitectura debe aspirar.

6 de noviembre de 2009

CONJUNTO



Las obras de arquitectura forman un conjunto abierto en el que cada nueva incorporación requiere recolocar  las existentes. El poder de la nueva obra de arquitectura para interpretar y por tanto modificar las precedentes es sobrecogedor. Esa colección se reajusta y no parece completarse sino que se crean afinidades y vínculos no exclusivamente formales, sino también temporales, morfológicos, filogenéticos, sociales, tipológicos… Consecuentemente ese conjunto también es un organismo acogedor y abierto al por-venir.
Desde ese punto de vista, cada nueva obra es la mejor interpretación de la arquitectura pasada, y el arquitecto, un auténtico crítico, libre de la pedante literatura exegética. Pero con una responsabilidad apabullante: y es la de no poderse permitir la ignorancia.
Conciente de esas potencias de la obra de la arquitectura y su capacidad de cambiar el pasado, remitirnos a otras obras y enlazarlas, el arquitecto podría darse por satisfecho si por medio de las suyas alguien descubriese la grandeza de otras mayores.

4 de noviembre de 2009

EL FIN DE LA ARQUITECTURA


El dibujo “el sexto orden o el fin de la arquitectura”, de Leon Krier, se abre en dos direcciones opuestas.
El “sexto orden” es remitir la arquitectura a una tradición en la que aun es posible hablar en términos de lenguaje. A los órdenes clásicos, la arquitectura contemporánea debe aportar una propuesta que les dote de continuidad. Y hablar de continuidad es hablar de tradición pero también de una disciplina con posibilidades de futuro.
Por otro lado se nos muestra la deplorable ejecución de un soporte, cuyo armado se oxida y retuerce, -cuando no aparece en posiciones anormales-, cuyo encofrado realizado con  restos irregulares de madera  obstaculiza su necesaria pulcritud, y cuya cimentación apenas tiene sentido estructural. Lo cual es hablar a su vez, y sin tapujos, del “fin de la arquitectura” entendida según Leon Krier, como el fin de la construcción.
El conjunto de la superposición de los dos títulos es un mensaje cargado de ironía. Casi con el poder de una amarga caricatura, como un espantapájaros de hormigón, el dibujo es capaz de descubrir una realidad de la arquitectura bajo un palpable desencanto.
Por si fuera poco, esa ironía es capaz de incardinar al mismo autor en un panorama concreto, convirtiendo el dibujo también en una fiel autobiografía.

2 de noviembre de 2009

ARCO DEL TRIUNFO




En la misma exposición de artes decorativas de París en la que Le Corbusier presentaba su pabellón del Esprit Nouveau, Melnikov construía estas escaleras. La disposición de la planta con su potente e inquietante diagonal sigue siendo un ancestro de lo más respetable para aquellos volcados hoy en las geometrías de lo fragmentario, lo dislocado y lo afilado.
Que de ese espacio se diese acceso a dos cuerpos enfrentados que funcionaban como lugar de exposición, es secundario; la fuerza del pabellón estaba concentrada en realidad en aquel acceso dinámico.
La habilidad de Melnikov para estrechar la entrada a cada paso, para ascender por unos peldaños no en su dirección natural sino en sentido oblicuo, la continuidad de un recorrido en que nada nos detiene hasta atravesar el edificio, la manera de dirigir la posición de los ojos hacia un cielo enlazado, dinámico y activo, como los dedos de una mano en mitad de una plegaria, eran sobre todo la construcción del símbolo de la revolución Soviética. La fe en las posibilidades de la arquitectura hacía aun posible erigir arcos del triunfo.

29 de octubre de 2009

SUMAR


Si a la estructura domino de Le Corbusier se le añade una escalera mecánica, afirma Koolhaas, el resultado es un perfecto centro comercial. He ahí los requerimientos fundamentales de una tipología que se extiende por todo el mundo: flexibilidad y facilidad de recorridos.
Aunque inocente en apariencia, la ilustración final coincide con la iconografía de las revistas de posguerra norteamericanas y logra evocar el optimismo del recién inventado mundo de los electrodomésticos y la cultura de consumo.
Si se mira aun con más atención, el resultado ni siquiera es ya un edificio, sino un resplandeciente modelo que se nos ofrece como un objeto más. Digno de ser usado hasta que el desgaste, o hasta que uno todavía más nuevo, lo arrincone en el sótano de los trastos viejos.
A nadie se le escapa que eso no les ocurre a las verdaderas ideas de arquitectura.

27 de octubre de 2009

MODELOS



Antes de que la arquitectura se vuelva irremediable, las maquetas permiten probarla y corregirla. “La maqueta, la casa como hijo, promete una belleza que, más tarde, no siempre se da en la construcción” dice Bloch en su Principio Esperanza (1). Es iluminadora la expresión “La casa como hijo” por lo que tiene de obra en miniatura cargada de futuro, es significativo detectar que no son plenamente eficaces para adelantar la belleza porque ese es un objetivo que requiere de cierta inocencia.
No puede negarse cuanto de arquitectura tienen estas maquetas de Herzog y de Meuron y Nouvel, como espacios, en si mismos, habitables. En ellas está presente un componente premonitorio y uno lúdico: horóscopo y casa de muñecas. No hay otra manera de evitar el fracaso acústico de una sala que por medio de ellas. Pero también son habitaciones infantiles en las que jugar con los amigos, por mucho que sea requerido para el juego, que éstos se disfracen de ingenieros acústicos o especialistas en disciplinas innombrables. Son como las cabañas en los árboles y los espacios bajo las mesas, donde está vedado el paso al mundo adulto.
La arquitectura es un juego muy, muy serio, pero a veces se nos ve el plumero.

(1) BLOCH, Ernst, El principio Esperanza, Editorial Trotta,  Madrid, (Título original, Das Prinzip Hoffnung. In fünf Teilen, 1959), 2006, Vol 2, pp. 283.

25 de octubre de 2009

ENTRE DOS LUCES


Hay luces que deslumbran y otras que calientan. Hay luces celestes y las hay terrestres.
La luz en la obra de Torresblancas de Oíza, redibuja y descubre el orden subyacente y permite identificar los contornos y las zonas inaccesibles de la planta, las zonas expuestas y las íntimas y sus gradaciones. La luz se comporta como una topografía superpuesta a la estructura. Comprobar que la iluminación se manifiesta como un estrato que sumado a los anteriores hace que estos amplifiquen su sentido, habla de una sabia disposición del espacio.
La luz como un fluido viscoso ha esculpido aquí el programa de la torre como si fuese un material verdaderamente tangible. Una luz que parece manar lenta como la lava de un volcán, y que acaba en contornos que solo intuimos.
A pesar de las aparentes coincidencias, en el croquis de Peter Zumthor para el museo de Bregenz existe otra luz. Una luz que llega y que se vierte por la planta como una inundación, arrasando con todo. El resplandor presiona desde todos los frentes. Consigue penetrar a raudales a pesar de los negros diques que la arquitectura pone para contenerla. Después, nada queda. Solo permanecen los muros que han resistido el envite. Solo de noche el orden se invierte y el museo se convierte en una gran lámpara.
Se trata de dos luces diferentes. Entre una y otra hay matices de velocidad y viscosidad, de temperatura y origen, capaces de imprimir a la obra sobre la que se han posado, un sentido.
Como diferentes son las luces de una explosión y de unas brasas, saber cual se ha de convocar es trascendente para el significado de la obra.

21 de octubre de 2009

EL PROGRAMA



Programa es una palabra demasiado aburrida. Se trata de comprender la naturaleza de un conjunto de espacios donde es bueno hacer algo en concreto. Ahora bien, decís que algunos espacios deberían ser flexibles. Claro que algunos espacios deberían ser flexibles, pero también los hay que deberían ser completamente inflexibles. Deberían ser pura inspiración...” (1)

El programa es un inestable campo de posibilidades y la arquitectura es la base que consigue hacerlo específico. Pero al ser una base sensible, la misma arquitectura suele ver alterado su carácter al recibir un programa concreto. Igual que algunos suelos son más adecuados que otros para acoger ciertas especies vegetales y al cabo del tiempo, por el mero hecho de haberlas dado sustento, quedan trasformados en su composición.
Por si eso no fuese suficiente, los arquetipos de la forma determinada por el uso, (estuche de violín), y lo multiuso, (caja de herramientas), quedan superados por situaciones donde la participación del usuario reivindica su propia relación con la arquitectura. Como bien prueba la experiencia diaria, no hay mejor modo de guardar herramientas que fuera de su caja. Como bien prueba el cine negro, no hay mejor modo de esconder una metralleta que en la funda de un violín.
Preguntar a la forma o a la función, quién debe seguir a quién, es hoy menos productivo que nunca. Forma y función siempre han sido dos caras de la misma moneda. A esa moneda bifronte solo le falta un golpe, veloz y habilidoso, para verla girar convertida en una esfera.


(1) KAHN, Louis, Conversaciones con estudiantes, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2002, pp. 30

19 de octubre de 2009

ARQUITECTURAS SIMULADAS



La simulación es quizá uno de los síntomas más notables de nuestro atiborrado mundo de imágenes. La simulación altera aparentemente la causa de la arquitectura. Vive de su representación y, en cierto sentido, trata de hacerse pasar por arquitectura que existe. La arquitectura de simulación no nace para ser contemplada, quizá porque el tiempo que requiere esta operación viene negado en el modo en que esas imágenes se nos presentan. No es casual que haya nacido simultáneamente a las nuevas posibilidades constructivas de la industria, donde la máxima es ahora “todo es construible”.
Gracias a esto, la realidad se ve forzada a parecerse a lo simulado puesto que surge en el proceso de una manera tan real que difícilmente es posible escapar a su capacidad de seducción. De ese modo lo real acaba pareciéndose, irremisiblemente, a la simulación.
Esta situación impone un tiempo forzado donde se da una aceleración retrospectiva de los plazos. Cortocircuita el sentido de continuidad temporal. El presente ya no anticipa un futuro en el mismo sentido que hace años, puesto que amputa, a priori, el mismo proceso de gestación de una obra donde los inconvenientes y dificultades constructivas y técnicas lograban desplegar la forma a nuevos desarrollos. Los sistemas de representación tradicionales dejan de poseer así cierto valor estético o mediador con la realidad. La planta o los alzados buscan su razón de ser en cuanto a su capacidad de constituirse en imágenes y no tanto en sus valores de descripción y descubrimiento progresivo del proyecto.
Además la simulación, aun aludiendo a los efectos de la materialidad, la niega de una manera evidente. No se exhibe la obra de arquitectura sino sus efectos. Los efectos gravitatorios y materiales de lo edificado contribuyen a preguntar si nos encontramos ante otro fantasma o se trata de algo real.
Así las cosas hoy la arquitectura no parece tener muchas más opciones que refugiarse en la materialidad como antídoto, o lanzarse al mismo vacío de los arquitectos cuyas obras construidas acaban pareciéndose a las imágenes iniciales. O claro, permanecer caminando, absortos, con la seguridad de aquel que sabe que llegarán otros tiempos. Quién sabe si mejores.

15 de octubre de 2009

MI PROYECTO



El proyecto no pertenece al arquitecto.
Sin más aclaraciones, esta simple afirmación debiera bastar, en el aula y fuera de ella, para erradicar la malsana costumbre de comenzar toda explicación del proyecto de arquitectura con la primera persona de ese posesivo artículo.
No, el proyecto no es tuyo, como tampoco lo es el amanecer, ni el cielo, ni el paisaje, ni el aire. Ni tuyo, ni de tu profesor, ni de tu cliente, siquiera. Ni tampoco de la humanidad.
No se de quién el proyecto, pero desde luego no del arquitecto, que solo puede ser un modesto intermediario de ese algo excéntrico a él llamado Arquitectura.
El proyecto nace y tiene vida por si mismo y el arquitecto es, en el mejor de los casos, una nodriza sana y cariñosa. El arquitecto solo es un refugio en el que se le presta oído hasta que está en condiciones de hablar al mundo por si mismo.
Lo demás es hacer proyectos como el que cría monstruos o esclavos.

14 de octubre de 2009

DOSCIENTOS PROYECTOS DE DIFERENCIA



No se,- nadie sabe-, de que trató la conversación que mantuvieron el filósofo Ludwig Wittgenstein y el arquitecto Adolf Loos en el café Imperial de Viena el 27 de Julio de 1914. Quizás no fueran temas que importen salvo a estudiosos de biblioteca. El caso es que a partir de ese momento el joven y rico filósofo, pasó a ser el mecenas del arquitecto y se estableció entre ambos una amistad profunda y duradera. (Lo cual no significa que no hubiese entre ellos los desencuentros que correspondían a dos personalidades con un ego suficientemente peraltado).
La vida de ambos es novelesca. Con el entusiasmo que le obliga su inteligencia, Wittgenstein estudia ingeniería mecánica en Berlín y aeronáutica en Manchester, fracasa como estricto maestro de escuela y ejerce de jardinero, antes de considerarse filósofo profesional. Por su parte Loos, hijo de cantero, se había formado como arquitecto tras una larga y errática trayectoria que le hizo conocer de cerca el oficio de albañil. Famoso polemista en la Viena de comienzos de siglo, entre las ocupaciones ocasionales que le entretuvieron en América ejerció, entre otras cosas, de aprendiz de sastre, lavaplatos y solador.
El interés amateur de Wittgenstein por la arquitectura arranca de antiguo y terminó con la construcción de una casa para su hermana Margaret, (antes había realizado una pequeña cabaña para él mismo en Noruega desaparecida y de la que no se guardan documentos). Dedicó dos años a su construcción y empleo medios ingentes. El rigor que el filósofo exigía a los constructores es legendario. Su hermana Hermine recuerda que obligó, con la obra acabada, a demoler un techo por un error de tres centímetros. También recuerda un desencuentro con un cerrajero por un milímetro de más: ”Ludwig tenía tal sensibilidad para las proporciones que a menudo medio milímetro era importante”.
Esta casa está bien documentada y ha sido objeto de interés por parte de numerosos estudios. Se pueden destacar los de Wijdeveld y Leitner, y en castellano los más breves de Muñoz Gutiérrez y Bayón. Sobre todos cabe señalar dos coincidencias: por un lado la familiaridad estética que ofrece con las obras de Loos, por otro, el sentimiento de fracaso que el mismo Wittgenstein manifestaba años después de su conclusión.
La casa Moller, de Adolf Loos tenía un programa similar y fue erigida prácticamente a la vez. Pero como contraste, aun hoy ésta resulta de una riqueza arquitectónica extraordinaria. La casa acometida por Wittgenstein, aunque cargada de buenas intenciones y con un lenguaje que podemos considerar premoderno, carece del mismo interés si no fuese por el que despierta su autor.
¿Entonces a que es debida la diferencia?.
Es necesario haber fracasado previamente en docenas de proyectos para lograr los primeros éxitos. Son esa docena de desengaños algo necesario para modificar el campo de acción de la mirada hacia la profesión de la arquitectura. A pesar de su brutal inteligencia, seguramente a Wittgenstein le faltaba toda una larga cadena de errores y tanteos para interiorizar que la obra lograda no depende tanto de una implacable perfección de la ejecución, como de conocer las posibilidades de su proceso de formatividad.
Wittgenstein dedicó ingentes energías para que las proporciones de las estancias fueran insuperables, obviando que eran espacios conectados con otros y por tanto capaces por ello de lograr su ansiada trascendencia. Ingentes energías al diseño de delicados picaportes, manivelas y mecanismos, olvidando su importancia en el conjunto. Ingentes energías a la persecución de hermosas y vacías insignificancias. Su casa tiene evidentes cualidades, pero carece de la esencial relación con lo absoluto.
Loos reconoce sin embargo la importancia de los hechos contingentes que rodean la obra y sabe aprovecharlos a su favor. Sabe rectificar sobre la marcha graves errores de ejecución, -y en la casa Moller los hubo prácticamente irremediables-, y jerarquizar a que debe dedicarse atención manteniendo la visión del conjunto. Apreciar el valor del proyecto en cuanto desarrollo, el detalle irresuelto en favor del global de la obra. Y cuando acabar, consciente que los medios de que dispone no son, ni mucho menos, ilimitados.
En ocasiones la diferencia puede ser una cuestión de talento o inteligencia. Otras, de suerte. Aquí, además, la diferencia son doscientos proyectos.