15 de septiembre de 2024

DISTANCIA, MIERDA Y ARQUITECTURA


Antonio Lopez, El cuarto de baño, 1966, imagen fuente desconocida
La distancia interpuesta entre el ser humano y la mierda ha venido a denominarse civilización. Curiosamente, la industria de los pañales, que por esencia reduce a cero la separación entre los excrementos y nuestro cuerpo, incrementa sus ingresos más de un diez por ciento al año. Así pues, y atendiendo a estas dos premisas, puede concluirse que sufrimos una regresión fecal que nos acerca cada vez más a nuestros ancestros homínidos. Vivimos cada vez más cerca de nuestros detritos, y eso a pesar de los incansables esfuerzos históricos de la arquitectura, la medicina y las leyes para evitarlo.
El resultado, a la vista está, sigue provocando en el mundo multitud de enfermedades y contaminación. El mundo vive en medio de aguas cada vez más infectadas, a pesar de que depuradoras, productos químicos y una avanzada tecnología de nuevas bacterias comecaca son desarrolladas con las mismas energías que se ponen en la lucha contra el cáncer o el crecimiento del pelo.
La aportación del higienismo a la arquitectura supuso una notable mejora en las condiciones de salud a comienzos del siglo XX. Los inodoros, los urinarios y las bañeras de loza hicieron una innegable contribución al progreso de la civilización un siglo antes. Sin embargo, aun de modo más temprano, se había producido el mayor de los avances respecto a las relaciones de la mierda y la habitabilidad con la invención del "retrete". Ciertamente, el retrete sin la tecnología del desagüe, el brillo impoluto de la cerámica y el estudio de la ergonomía, resulta en apariencia un descubrimiento menor. Pero en absoluto lo es. El retrete era, por definición, el cuarto en el que se hacía posible la interposición de una primordial e imprescindible distancia civilizatoria entre el caganchón y las personas que habitaban una casa. El retrete era, de facto, el lugar de retiro. De retirada. La propia palabra retrete hablaba del acto de defecar sin aludir más que a un educado circunloquio. Del latín "retractum", y del verbo "retrahere", solo se refería en origen a un espacio separado, localizado a cierta distancia, antes que a un WC.
Hoy que la palabra retrete se ha vuelto una reliquia, no debemos olvidar que en sus tripas lleva incrustada la definición de civilización misma. La distancia que sugiere tal vez sea poco digna, pero resulta definitoria de lo que somos. Hasta la expresión "vete a la mierda" suena menos mal si pensamos que supone una invitación a viajar a ese lugar privado y alejado donde el ser humano realiza algo que solo puede hacer por si mismo. 
 
The distance placed between humans and excrement has come to be known as civilization. Curiously, the diaper industry, which by nature reduces the distance between excrement and our bodies to zero, increases its profits by more than ten percent each year. Thus, considering these two premises, it can be concluded that we are suffering a fecal regression, bringing us ever closer to our hominid ancestors. We live increasingly near our waste, despite the tireless historical efforts of architecture, medicine, and law to prevent it.
The result, as is plain to see, continues to cause a multitude of diseases and pollution around the world. The world lives amidst increasingly contaminated waters, despite water treatment plants, chemical products, and advanced technology like new feces-eating bacteria, which are developed with the same energy poured into fighting cancer or promoting hair growth.
The contribution of hygienism to architecture led to a notable improvement in health conditions at the start of the 20th century. Toilets, urinals, and ceramic bathtubs made an undeniable contribution to the progress of civilization a century earlier. However, even earlier than that, the greatest advance in the relationship between shit and habitability came with the invention of the "toilet." Certainly, without plumbing technology, the spotless shine of ceramics, and the study of ergonomics, the toilet may seem like a minor discovery. But it is anything but. The toilet was, by definition, the room where a primordial and essential civilized distance could be placed between the turd and the people living in the house. The toilet was, in fact, the place of retreat. Of withdrawal. The very word "retrete" (toilet) spoke of the act of defecation through nothing more than a polite euphemism. From the Latin *retractum* and the verb *retrahere*, it originally referred to a separate space, located at some distance, long before it referred to a WC.
Today, as the word "retrete" has become a relic, we mustn't forget that it carries within its guts the very definition of civilization. The distance it invites us to create may be undignified, but it is definitive of who we are. Even the expression "go take a shit" sounds less harsh if you imagine it as an invitation to that private, distant place where humans do something only humans can do by themself.
 

8 de septiembre de 2024

INSIGNIFICANTE POCHÉ

planta de bunker, imagen fuente desconocida
El poché, mecanismo decimonónico de representación gráfica por el que se rellenaban los espacios invisibles de la arquitectura con extensas manchas negras, ha experimentado un auge inesperado en el siglo XXI. Tanto es así que abrir hoy una publicación de arquitectura es como nadar entre sus pastosas manchas oscuras, como quien chapotea alegremente en medio de un puerto petrolero.
El poché sigue presente, y se ha convertido en un símbolo que trasciende la diferenciación entre espacios servidores y servidos, la articulación de diferentes partes de la arquitectura o el equilibrio visual digno de toda bella planta. Lugar donde no podemos posar ni los pies ni la mirada, el poché se extiende hoy como una mancha de aceite gastado.
Sin embargo y a diferencia del siglo XIX, el poché no se limita ya a ser un signo gráfico. Hoy se manifiesta a cada paso en la vida cotidiana: en llamativos carteles de “no pasar”, en cordones rojos o cintas azules sujetas por horrendos bolardos móviles de acero inoxidable, o en el omnipresente cartel de “privado”. Basta con caminar por cualquier museo urbano, un abarrotado centro comercial, un aeropuerto o una clínica odontológica para ver que la mayoría de sus espacios pertenecen al universo del poché. ¿Está destinada la arquitectura a representar una perpetua escenografía de las jerarquías de acceso? ¿No es el poché el signo de una alienación constante?
El hecho de no poder cruzar las líneas que traza el poché nos convierte en ciudadanos de una clase especial: turistas, clientes o usuarios. En este sentido, el poché funciona como un eficaz portero de discoteca. Marca fronteras de maneras invisibles pero indudables. Aquellos que pueden sumergirse en el poché no habitan lo secreto o lo invisible, sino que experimentan la alegría de tener permiso para circular libremente por la planta de la arquitectura, sin restricciones, incluso si llevan calcetines blancos.
Poché, a 19th-century drawing technique that filled the invisible spaces of architecture with broad black smudges, has seen an unexpected resurgence in the 21st century. So much so that opening an architecture publication today feels like swimming amidst those thick dark stains, like someone happily splashing around in an oil tanker dock.
Poché endures, and it has become a symbol that transcends the differentiation between servant and served spaces, the articulation of various parts of architecture, or the visual balance essential to any elegant plan. Poché, a place where neither our feet nor our gaze can settle, now spreads like a slick of dirty oil.
Unlike in the 19th century, poché is no longer just a graphic sign. It now reveals itself in everyday life at every turn: through bold "no entry" signs, red ropes or blue tapes held by unsightly mobile stainless steel bollards, or the ubiquitous "private" sign. A walk through any museum, a crowded shopping mall, an airport, or a dental clinic shows that most of their spaces belong to the realm of poché. Is architecture destined to forever represent a stage for the hierarchies of access? Isn't poché the symbol of a constant alienation?
The fact that we cannot cross the lines poché draws makes us a special kind of citizen: tourists, clients, or users. Poché works, in this sense, like an effective nightclub bouncer. It marks boundaries in ways that are invisible but undeniable. Those who can immerse themselves in poché do not dwell in secrecy or the unseen; rather, they enjoy the quiet privilege of being allowed to move freely within architecture, with no restrictions, even while wearing white socks.

1 de septiembre de 2024

ESPECIES AMENAZADAS Y ARQUITECTURA

Las especies amenazadas se cuentan por millares. El orangután de Sumatra, el baobab, el urogallo o la mariposa Isabelina bordean peligrosamente el exterminio. Esa línea de la extinción de la biodiversidad afecta al resto de las especies. La sensibilidad hacia la casa común sitúa a todos sus inquilinos en una rara comunidad de vecindad en la que cada ecosistema amenazado repercute de maneras impensables en la totalidad. La protección de la diversidad aplica también al mundo de la cultura en todas sus dimensiones.
La disminución de variedad de música y películas resulta una catástrofe moral insoportable. Otro tanto sucede con la literatura y la poesía. Las tonalidades de la estructura argumental de esas obras son de una pobreza solo similar a la de un estante de snacks en un supermercado. Solo el sabor barbacoa parece diferenciar unos best sellers de otros.
Cada dos semanas una lengua en el mundo dejará de ser hablada para siempre. Se espera que al finalizar este siglo se hayan extinguido la mitad de las lenguas que hoy permiten al ser humano pensar de modo alternativo. Existen una cincuentena de lugares declarados patrimonio mundial que pronto dejarán de ser testigos insobornables de la historia para ser mero polvo. La lista aparentemente solo afecta al pasado, pero cada edificio que se demuele, cada solar que se convierte en edificación obviando su pasado previo, es parte del mismo problema. El borrado del pasado afecta a la esencia misma de los lugares y de su diversidad. Toda falta de relación entre la historia y las particularidades de un lugar hacen de todos ellos el mismo lugar, no ya un no-lugar, sino uno idéntico, carente de misterio y de trasfondo. A menudo se olvida que la protección de la diversidad es integral y que afecta a todas las dimensiones del mundo.
Ante este panorama de extinción incontrolada, ¿qué papel debe jugar la arquitectura? Decir que su labor es puramente pasiva supone una cobarde rendición. Pero decir que la arquitectura puede celebrar la diferencia, acariciar a las minorías amenazadas y brindarles un reducto de bienestar, es ofrecer una respuesta aún más cínica y ruin por cuanto que oculta el problema bajo un falso cosmopolitismo.
Solo dos cosas parecen claras: ni el orangután de Sumatra o el urogallo serán salvados por las buenas intenciones de los arquitectos, ni la solución podrá encontrarse en ningún tipo de monocultivo, sea formal o ideológico.
Threatened species number in the thousands. The Sumatran orangutan, the baobab, the capercaillie, and the Isabelina butterfly are teetering dangerously on the brink of extinction. This line of biodiversity loss impacts all other species. Sensitivity towards our shared home places all its inhabitants in a rare community of neighbors, where each threatened ecosystem has unimaginable repercussions on the whole. The protection of diversity applies equally to the world of culture in all its dimensions.
The shrinking variety of music and films is a moral catastrophe of unbearable proportions. The same holds true for literature and poetry. The tonal range of narrative structures in these works is as impoverished as the snack aisle in a supermarket, where only the barbecue flavor seems to distinguish one bestseller from another.
Every two weeks, a language somewhere in the world will cease to be spoken forever. By the end of this century, it's expected that half of the languages that today allow humans to think in alternative ways will have vanished. Around fifty sites currently designated as world heritage are soon to lose their status as incorruptible witnesses to history and become mere dust. This list seemingly only concerns the past, but each building that’s demolished, each plot of land turned into new construction while ignoring its prior history, is part of the same problem. The erasure of the past affects the very essence of places and their diversity. When the connection between history and the unique qualities of a place is lost, all places become the same place—not just a non-place, but one identical place, devoid of mystery and background. It is often forgotten that the protection of diversity is holistic and affects every dimension of the world.
In the face of this uncontrolled extinction, what role should architecture play? To say that its role is purely passive is a cowardly surrender. But to claim that architecture can celebrate difference, embrace threatened minorities, and offer them a sanctuary of well-being is to provide an even more cynical and disgraceful response, as it conceals the problem beneath a facade of false cosmopolitanism.
Only two things seem clear: neither the Sumatran orangutan nor the capercaillie will be saved by the good intentions of architects, nor will the solution be found in any kind of monoculture, whether formal or ideological.

25 de agosto de 2024

EL AGUJERITO DE LA PARED


Toda pared, a los dos días de haber sido pintada, posee un habitante inevitable fruto de un error de cálculo: el agujerito. Se intenta colgar un cuadro, o el retrato materno o el poster adolescente e, inexplicablemente, se clava en el sitio inadecuado. El agujerito entonces se convierte en un polifemo que nos vigilará por el resto de nuestros días. O hasta el nuevo repintado. El único remedio, como es bien sabido, no consiste en volver a llamar al pintor. Cosa impensable. Sino añadir más y más agujeritos que soporten un cuadro que tape ese recién despertado ojo espía.
El agujerito como actor secundario aparece en la historia del hogar desde antiguo. Desde allí se escucha el otro lado del muro, y ayuda a Vermeer a que sus paredes sean seres ancianos, con pasado, y de un color irrepetible. Los agujeritos que existen tras su mujer vertiendo leche son constelaciones no menos hermosas que las que formaban los agujeritos que soportaban los andamios en el muro este de la capilla de Ronchamp de Le Corbusier. Estrellas domésticas, que una vez suprimidos los cuadros, quedan como un conjunto de perforaciones rellenas de alcayatas, desconchones y sombras y que representan un tipo de huellas del habitar que solo percibimos en los desahucios y las mudanzas. 
Every wall, just days after being painted, inevitably gains a new inhabitant due to a miscalculation: the little hole. When trying to hang a picture, a family portrait, or a teenager poster, it inexplicably ends up in the wrong spot. This tiny hole then becomes a Cyclops that watches us for the rest of our days—or until the next repainting. The only remedy, as is well known, isn’t to call the painter again, which is unthinkable. Instead, it’s to add more and more holes to support a picture that will cover up that newly awakened spying eye.
The little hole, as a supporting character, has appeared in the history of homes for ages. From there, you can hear the other side of the wall, helping Vermeer’s walls appear ancient, with a past, and of an irreplaceable color. The holes behind his wife pouring milk are constellations, no less beautiful than those that held the scaffolding on the east wall of Le Corbusier’s Ronchamp chapel. These domestic stars, once the pictures are removed, remain as a collection of filled perforations, chips, and shadows, representing a type of living footprint that we only notice during evictions and moves.

18 de agosto de 2024

LA ANILLA

En el mundo del diseño, las genialidades a veces pasan desapercibidas. La silla, la lámpara o unas gafas ocupan el mayor esfuerzo de los diseñadores, quienes otorgan su firma y sus neuronas para mejorar sus diseños y dotarlos de nueva personalidad en cada cambio. Sin embargo, luego está ese diseño invisible, que Jasper Morrison denominó "supernormal", que facilita la vida y con el que nos rozamos a diario, perteneciente al mundo de lo anónimo y lo humilde, y sin cuyo auxilio el día a día no sería tan fluido y hermoso.
La anilla con la que mantenemos unidas las llaves pertenece a este submundo. Esta obra maestra de la ingeniería fue inventada en los años setenta, pero, al contrario que el clip, cuya patente pertenece al estadounidense Samuel B. Fay, la anilla no tiene autor. Simplemente apareció en multitud de lugares, como si fuese el inevitable fruto del tiempo...
La anilla requirió acero y una técnica de fabricación muy propia de esos años, y sustituyó a la vieja cadena con la que se mantenían unidas las llaves. La esencia de su diseño se concentra en dar dos vueltas apretadas a una espiral de acero para aprovechar la flexibilidad del material y, a la vez, garantizar su seguridad. Con menos vueltas o menos materia, la anilla, como sabemos, es peor. Las llaves, gracias a ese bucle, se vuelven familiares entre sí, forman parte de un conjunto y se hacen más difíciles de perder. La humilde capacidad de agrupar de ese simple objeto maravilla por su silencio y eficacia. Su precio y su invisibilidad las vuelven imbatibles para lo mucho que consiguen. Quien no se maraville ante el acto de meter la mano en el bolsillo, sacar ese manojo de llaves unidas por un tacto agradable y ligero, como diría Baudelaire, "es un imbécil y yo lo desprecio". La caligrafía japonesa ha hecho de este tipo de círculos, denominados ensō, una filosofía. Ya quisiéramos algunos poder hacer arquitectura sabia, humilde e invisible como esta anilla.
In the world of design, brilliance sometimes goes unnoticed. The chair, the lamp, or a pair of glasses demand the greatest efforts from designers, who invest their signature and their neurons into refining their designs and imbuing them with fresh personality at every turn. Yet, there exists another kind of design, invisible but indispensable, dubbed "supernormal" by Jasper Morrison, that quietly enhances our daily lives. It belongs to the realm of the anonymous and humble, without which our routines wouldn't flow so smoothly or beautifully.
The keyring that keeps our keys together belongs to this underworld. This engineering masterpiece was invented in the seventies, yet unlike the clip patented by American Samuel B. Fay, the keyring lacks a known creator. It simply appeared in numerous places, as if it were the inevitable fruit of time itself...
Crafted from steel and a manufacturing technique characteristic of those years, the keyring replaced the old chain that once held keys together. Its design essence lies in tightly wrapping steel wire into two loops to leverage the material's flexibility while ensuring security. With fewer loops, as we know, the keyring is less effective. Thanks to this spiral, keys become familiar with each other, forming a cohesive unit that is harder to lose. The humble ability of this simple object to group items together marvels me for its silence and efficiency. Its affordability and invisibility make it unbeatable for all it achieves. Anyone not awestruck by the act of reaching into a pocket, pulling out a bunch of keys held together by a pleasingly light touch, as Baudelaire might say, "is a fool, and I despise him. Japanese calligraphy has made this type of circle, known as ensō, a philosophy. Some of us wish we could create architecture as wise, humble, and invisible as this keyring.

11 de agosto de 2024

GESTIÓN (CREATIVA) DE RESIDUOS

Puerta partida, imagen fuente desconocida
El desperdicio no es desperdicio hasta que no lo desperdiciamos. Mientras, los restos deben guardarse en una nevera de posibilidades. Del mismo modo a como en las casas de las generaciones de posguerra se gestionaban las sobras de la comida del día anterior convirtiéndolas en manjares con forma de albóndigas, croquetas o "ropa vieja", la arquitectura de todos los tiempos ha empleado las construcciones existentes en nuevas obras. Viejos templos y fábricas, aun siendo usados, entran en los próximos planes de demolición como almacén de materia para la edificación por venir. El Coliseo romano dejó de ser coliseo para ser una cantera. Los templos griegos y romanos sin derruir dejaron de ser usados como espacio religioso y se convirtieron en almacenes de piedra y madera, sin cambiar ni un ápice su forma. En el pasado el almacén del desperdicio de la arquitectura tenía su propia logística.
A otra escala y aunque aparezcan abandonados, los trozos de madera sobrante en el hacerse de una obra se convierten de la mañana a la noche en virutas, piezas auxiliares y cuñas en manos de un buen carpintero. Aunque a la gestión de residuos de la arquitectura se le exijan contenedores y un plan para su correcta gestión, hay un momento intermedio de los desechos de las obras que no llegan a ser desechos sino trozos de ladrillo recién cortado, o de madera recién aserrada que, desde el suelo reclaman su inclusión en otra parte... Tal vez muchos acaben como verdadero desperdicio, pero recién amputados de la pieza “útil”, reclaman en un susurro no pasar al cajón del residuo. Si quien pasa por delante posee algo de creatividad, si tiene necesidad de acuñar o completar un espacio, si necesita de su forma o de su materia, el desperdicio pasará a tener una inesperada nueva vida.
Ese aspecto del reciclaje de tono menor resulta hermoso. Tal vez resulte insignificante en el volumen de contenedores de materia del verdadero desecho, pero da pie a imaginar el reciclaje con una caridad y unas aspiraciones diferentes. Porque con ese pequeño ripio, cuña o listón, es como si el proyecto de arquitectura fuese interpelado en su mismo hacerse a participar de la gestión de los residuos tanto más que las plantas de reciclado.
Waste is not waste until we waste it. Meanwhile, the remnants should be kept in a refrigerator of possibilities. Just as in post-war generation households, the leftovers from the previous day's meals were managed and turned into delicacies like meatballs, croquettes, or "ropa vieja," architecture throughout time has used existing constructions in new works. Old temples and factories, even while still in use, enter the next demolition plans as a warehouse of materials for future buildings. The Roman Colosseum stopped being a colosseum to become a quarry. Greek and Roman temples, though not demolished, ceased to be used as religious spaces and turned into warehouses of stone and wood, without altering their form one bit. In past times, the waste warehouse of architecture had its own logistics.
On a different scale and even if they appear abandoned, the leftover pieces of wood from a construction project are turned overnight into shavings, auxiliary pieces, and wedges in the hands of a good carpenter. Although architectural waste management demands containers and a plan for proper disposal, there is an intermediate moment when construction waste does not become waste but rather pieces of freshly cut brick or newly sawn wood that, from the ground, cry out for inclusion elsewhere... Many might indeed end up as true waste, but freshly severed from the "useful" piece, they whisper not to be thrown into the waste bin. If someone passing by possesses a bit of creativity, if they need to wedge or complete a space, if they require its shape or material, the waste will gain an unexpected new life.
This aspect of minor-tone recycling is beautiful. It might seem insignificant in the volume of true waste material containers, but it gives rise to imagine recycling with a different kind of charity and aspiration. Because with that small scrap, wedge, or strip, it's as if the architectural project itself is called upon, in its very making, to participate in waste management even more than recycling industry.

4 de agosto de 2024

HABITACIONES SIN VENTANAS

Las ventanas de los hoteles de Las Vegas no se abren. Y si lo hacen, no dejan que sean más de unos quince centímetros. Las pérdidas en los casinos invitan a saltar desde los pisos altos tratando de huir del cataclismo. Los suicidios necesitan ventanas.
Los trasatlánticos y los grandes barcos no tienen ventanas en sus tripas por motivos muy diferentes. El camarote interior es más barato y la tropa viaja en esos lugares sin la escotilla de los más ricos.
Hay un creciente número de hoteles y residencias que presumen de abaratar sus costes gracias a no tener ventanas. El negocio de las compañías de alojamiento de bajo coste llega tan lejos como el de los vuelos de bajo coste. Por un precio irrisorio, uno puede alojarse en el centro de las ciudades más sofisticadas del mundo a cambio de no tener en sus paredes más que una pantalla, una enorme fotografía del exterior o una iluminación que trata de disimular el agobio de sentirse bajo tierra. La ventilación mecánica parece garantizar la salubridad del asunto. Uno de los primeros, un viejo hostal victoriano situado en el centro de Londres, pasó de tener 18 habitaciones a 35 tras una remodelación en la que las habitaciones perdieron metros y ventanas. El negocio ofrece como extra el gel de ducha, el cambio de toallas y de sábanas, ver la televisión o la limpieza de la habitación. Desgraciadamente, uno no puede llevar las ventanas de casa.
La torre del Long Lines Building, en Nueva York, es una rareza. A pesar de ser una torre de ciento setenta metros, no tiene ni una sola ventana. Las leyendas urbanas en torno a esta mole de hormigón son inquietantes no por la disposición de sus escaleras o ascensores ni acaso por su uso como supuesto refugio nuclear, sino por su ausencia de contacto con el exterior.
La ciudad de servicios prescinde de las ventanas como uno de los lujos innecesarios. Las cocinas fantasma no necesitan ventanas. Los estudiantes, vista la presión del mercado por abaratar sus cuartos, parece que tampoco. Y menos los espacios de la logística. Las máquinas no necesitan esos adornos porque la refrigeración puede resolverse de muchos otros modos. La arquitectura sin ventanas es una arquitectura convertida en una caja negra. Una tan barata que no sé si merece la pena vivirla.
Por si todos los ejemplos previos no resultasen ilustrativos, la ausencia de ventanas demuestra que se trata del último territorio fronterizo a partir del cual no hay arquitectura. Las ventanas, aun, son de las pocas cosas que pueden ofrecer una auténtica e imperecedera definición de ese viejo juego, sabio y magnífico... 
The windows in Las Vegas hotels do not open. And if they do, they only open about fifteen centimeters. Losses in the casinos invite people to jump from the high floors trying to escape the cataclysm. Suicides need windows.
Transatlantic liners and large ships do not have windows in their lower sections for very different reasons. The interior cabin is cheaper, and the crew travels in these areas without the portholes of the wealthier passengers.
There is a growing number of hotels and residences that boast about reducing their costs by not having windows. The business of low-cost accommodation companies goes as far as that of low-cost airlines. For a negligible price, you can stay in the center of the most sophisticated cities in the world in exchange for having nothing on your walls but a screen, a large photograph of the outside, or lighting that tries to disguise the claustrophobia of feeling underground. Mechanical ventilation seems to guarantee the healthiness of the matter. One of the first, an old Victorian hostel located in central London, went from having 18 rooms to 35 after a remodel in which the rooms lost space and windows. The business offers shower gel, towel and sheet changes, TV watching, or room cleaning as extras. Unfortunately, you cannot bring windows from home.
The Long Lines Building in New York is a rarity. Despite being a 170-meter tower, it does not have a single window. Urban legends around this concrete behemoth are unsettling not because of the arrangement of its stairs or elevators nor perhaps its use as a supposed nuclear shelter, but because of its lack of contact with the outside world.
The service city dispenses with windows as one of the unnecessary luxuries. Ghost kitchens don't need windows. Students, given the market pressure to reduce the cost of their rooms, apparently don't either. And even less so for logistics spaces. Machines do not need these adornments because cooling can be solved in many other ways. Windowless architecture turned into a black box. One so cheap that I am not sure it is worth living in.
If all the previous examples were not illustrative enough, the absence of windows shows that this is the last frontier territory beyond which there is no architecture. Windows still can offer a true definition of that old, wise, and magnificent game...

28 de julio de 2024

CUIDADO CON LA ESCALERA

La familia de las escaleras que no están hechas para ser usadas es amplia y variopinta. Están las que solo ofrecen un aspecto decorativo o pertenecen a la categoría de lo artístico, las que, debido a su desproporción, se vuelven inutilizables (por inmensas o por lo contrario), las que tienen otras al lado que de verdad son las que todo el mundo emplea para subir y bajar, y luego están aquellas que, aun pareciendo escaleras, no lo son. A esta última especie pertenece esta diseñada por Hiroshi Sugimoto.
Una escalera de hielo puede ser mortal. Pero tal vez sea mejor esa solución que poner una barandilla atravesada para impedir el paso. En realidad, nadie pondría un pie en un peldaño de hielo o cristal, como es en realidad lo que sucede aquí. Hay cosas que no están hechas para ser pisadas. Del mismo modo, nadie pone el pie sobre una mesa de cristal y menos aún se pisa un lago helado sin las convenientes precauciones (es decir, sin ser sueco o finés). La escalera de bloques de vidrio desde luego no está en ese lugar para ser pisada ni para disuadir de nada, sino que con su transparencia deja pasar luz a un lugar oculto y misterioso que se encuentra fuera de la vista. La intervención, que supone una reinterpretación del templo sintoísta cuando este entendía que existían objetos capaces de representar a las deidades, es un homenaje a la piedra de cerca de veinte toneladas que se encuentra a los pies de esas escaleras y que, sin embargo, no reclama nada del protagonismo de la escena. Esa piedra inmensa es el centro, y bajo ella llegan esas escaleras que introducen la luz como en un túmulo.
El recorrido imaginado por Sugimoto comienza con la contemplación de esa enorme piedra y las llamativas escaleras, para luego dar un rodeo que nos conduce a la entrada de un túnel estrecho y oblicuo, que  sitúa al habitante debajo, y que está iluminado por esa escalera lucernario. Ocasionalmente ese lugar se llena de agua. A la salida, el estrecho pasadizo encuadra una vista del mar.
En Japón, nunca nada es lo que parece. Ni unas escaleras de hielo siquiera.
The family of stairs that are not meant to be used is extensive and diverse. There are those that offer only a decorative aspect or belong to the category of the artistic, those that, due to their disproportion, become unusable (either by being immense or the opposite), those that have other, functional stairs beside them which everyone uses to go up and down, and then there are those that, despite appearing to be stairs, are not. This last type includes the one designed by Hiroshi Sugimoto.
An ice staircase can be deadly. But perhaps that solution is better than putting a railing across to block access. In reality, no one would step on a rung made of ice or glass, as is actually the case here. Some things are not meant to be stepped on. Similarly, no one places their foot on a glass table, and even less so on a frozen lake without taking proper precautions (that is, unless you are Swedish or Finnish). The staircase of glass blocks is certainly not there to be stepped on or to dissuade anyone from doing so, but with its transparency, it lets light pass to a hidden and mysterious place that is out of sight. The intervention, which represents a reinterpretation of the Shinto shrine when it was understood that objects could represent deities, is a tribute to the stone weighing nearly twenty tons that lies at the foot of these stairs and yet claims none of the scene’s protagonism. This immense stone is the center, and below it, these stairs bring light like in a tumulus.
The journey imagined by Sugimoto begins with the contemplation of this enormous stone and the striking stairs, then takes a detour that leads us to the entrance of a narrow and oblique tunnel that places us below and is illuminated by this skylight staircase. Occasionally, that place fills with water. Upon exiting, the narrow passage frames a view of the sea.
In Japan, nothing is ever what it seems. Not even an ice staircase.

21 de julio de 2024

LA COCINA FUERA DE LA COCINA

Kitchen, Ole Scheeren Dean and Deluca Design, Miami
Cuando el dormitorio se ha convertido en oficina y escenario, cuando el baño ha dejado de ser un espacio de intimidad, no es de extrañar que la cocina haya dejado de ser una habitación para reducirse a tres electrodomésticos y una pila donde rellenar la botella de agua antes de ir a pilates.
Entre todas, la metamorfosis de la cocina ha sido la más silenciosa y profunda de la casa. Las cocinas de humo y vapores, las que nutrían nuestra cotidianidad con olores de hogar y promesas de sustento, han encontrado refugio en la comida prefabricada y en las “dark kitchens”. La venta de pizza congelada es un negocio milmillonario que no hace más que crecer en todo el mundo. La comida mediterránea, asiática, las hamburguesas gourmet y los sándwiches que llegan a la mesa a lomos de ciclistas en cajas térmicas se preparan en el mismo local y por los mismos cocineros. Sin ventanas, comensales, ni escaparates las cocinas fantasmas son tecnificados puntos de logística que operan fuera de la vista. A la vez, los restaurantes han convertido la alta cocina en un espectáculo al que es imposible sustraerse. Las estrellas michelín ultravisibilizan sus realizaciones. El kimchi y el alginato sódico invaden las redes sociales y los estantes del supermercado. La web del restaurante de lujo promete una experiencia culinaria a la que hay que ir preparado como se va a una circuncisión. Entre la cocina convertida en una caja negra y la experiencia religiosa de comer, está el mundo del comer sano y los “foodies”. Solo que ya nadie puede hacer otra cosa que preparar ensaladas ya que los antiguos pucheros han perdido su sitio y las recetas de cuchara requieren de un tiempo y de la compra de productos que poco a poco se vuelven imposibles de encontrar.
En este panorama el espacio dedicado a preparar la comida en nuestras casas se ha ido reduciendo. A la vez que crece la venta de microondas y hornos de aire, disminuye la de metros lineales de encimera de Ikea. Con cada llamada de teléfono a un delivery, la cocina se repliega. La arquitectura de la cocina ha dejado de ser una estructura fija para convertirse en una entidad viviente y fuera de casa. En la cocina fantasma los sistemas de gestión de pedidos y los sensores que monitorean cada aspecto del proceso culinario tienen un ritmo frenético y preciso. Las dark kitchens gentrifican las cocinas domésticas. Lo que antes era un almacén vacío a las afueras de la ciudad ahora es un hervidero de actividad culinaria multiétnica manejado por las mismas manos. La inteligencia artificial y la automatización prometen llevar la eficiencia a niveles aún más altos, quizás hasta el punto de que las manos humanas sean reemplazadas por brazos robóticos. De la cocina entendida como lugar hemos pasado a la cocina como punto de mero mantenimiento vital. Su arquitectura se reduce, encoge y se mezcla dentro de la casa.
El futuro tal vez sea “kitchenless”, es decir con cocinas fuera de las cocinas. O con particulares que cocinan en sus propias casas para los demás, como ya sucede en la India. El tiempo y el dinero mandan. Los argumentos para mantener el espacio de la cocina en casa por motivos de pura salud no son, por ahora, competitivos. Ni siquiera las cocinas cooperativas son una buena respuesta. Pero cualquier reivindicación de productos de proximidad, de vida sana y de alimentación responsable comienza con disponer de un espacio propio para la cocina doméstica. Tarde o temprano los estudios clínicos, energéticos y sociales reivindicarán que el espacio de las cocinas rentaba más que tener la cocina fuera de casa. Como sucede ya con el tabaco.
When the bedroom has become an office and stage, and the bathroom has ceased to be a private space, it’s no surprise that the kitchen has shrunk to just three appliances and a sink to fill a water bottle before heading to Pilates.
Among all transformations, the kitchen’s metamorphosis has been the most silent and profound of homes. Kitchens filled with smoke and steam, nourishing our daily lives with homey aromas and promises of sustenance, have found refuge in prepackaged meals and "dark kitchens." The frozen pizza industry is a multibillion-dollar business that continues to grow globally. Mediterranean, Asian food, gourmet burgers, and sandwiches delivered by cyclists in thermal boxes are all prepared in the same location by the same cooks. Without windows, diners, or storefronts, ghost kitchens are tech-driven logistics hubs operating out of sight. Meanwhile, restaurants have turned haute cuisine into an inescapable spectacle. Michelin stars spotlight their creations. Kimchi and sodium alginate flood social media and supermarket shelves. A luxury restaurant’s website promises a culinary experience requiring as much preparation as a major ritual. Between the black box kitchen and the religious experience of dining, lies the world of healthy eating and “foodies.” Yet, few can do more than make salads, as traditional pots have lost their place, and slow-cooked recipes demand time and ingredients that are increasingly hard to find.
In this landscape, the space for food preparation at home has been shrinking. As microwave and air fryer sales soar, linear feet of countertop from Ikea dwindle. With each delivery call, the kitchen retracts. Kitchen architecture has shifted from a fixed structure to a living entity beyond the home. In ghost kitchens, order management systems and sensors monitoring every culinary process move with a frenetic precision. Dark kitchens gentrify domestic kitchens. What once was an empty warehouse on the city outskirts is now a hive of multiethnic culinary activity, managed by the same hands. Artificial intelligence and automation promise even greater efficiency, potentially replacing human hands with robotic arms.
We’ve shifted from understanding the kitchen as a place to seeing it as a mere point of vital maintenance. Its architecture contracts, shrinks, and blends within the home. The future may be “kitchenless,” with kitchens existing outside traditional spaces. Or with individuals who cook in their own homes for others, as already happens in India. Time and money dictate. Arguments for keeping kitchen space at home for health reasons are currently not competitive. Even cooperative kitchens are not a good answer. However, any advocacy for local products, healthy living, and responsible eating begins with having a dedicated space for home cooking. Sooner or later, clinical, energy, and social studies will claim that having kitchen space at home is more beneficial than outsourcing it. Just as has happened with smoking.

14 de julio de 2024

MOTIVOS PARA HACER UN LABERINTO

Chartres, France, laberynth, imagen fuente desconocida
No se me ocurren motivos para hacer hoy un laberinto que no sean el puro ocio o el comercio. Ya no quedan minotauros, jardines, ni catedrales capaces de albergar en su seno recorridos infinitos. Tampoco quedan filántropos capaces de financiar un espacio dedicado a perderse por el puro placer de ese escalofrío. En un mundo que dedica estanterías kilométricas al mindfulnes de “encontrarse a uno mismo”, el hecho de perderse tal vez sea ir demasiado a contracorriente. Tal vez los recorridos donde vagar que no repercutan en aumentar las ventas resulten inexplicables. Tal vez la palabra laberinto misma no sea ya más que una idea, un concepto. Un horizonte borroso.
Además, ya no quedan arquitectos de laberintos ¿a quién encargar uno? Hasta los diseñadores de videojuegos tienen más práctica que los arquitectos, a quienes ese encargo les queda tan lejos como proyectar un gabinete de curiosidades, unas caballerizas reales o una cámara funeraria. Dédalo sigue siendo el decano de esta exhausta tipología. Y, si se apura, hasta Borges. El laberinto más reciente y universal es añil y amarillo, y encierra una monstruosa cantidad de sillas, mesas y encimeras de cocina. Para salir de él no vale el hilo de Teseo ni las matemáticas de Katie Steckles con su regla topológica del "gira siempre a la derecha", sino una tarjeta de plástico conectada electrónicamente con un banco. Una salida tan tramposa como la de Ícaro.
Reivindiquemos, sin embargo, los laberintos, aunque sean como una utopía, porque nos permiten recordar que la arquitectura no tiene como principal tarea simplificar la vida, sino dar luz a su complejidad.
  
I can’t find any reasons to build a labyrinth today beyond pure leisure or commerce. There are no minotaurs, gardens, or cathedrals capable of hosting endless pathways anymore. Nor are there philanthropists willing to fund spaces dedicated to the thrill of getting lost. In a world filled with endless shelves about mindfulness and “finding oneself,” losing oneself might seem too rebellious. Perhaps wandering through spaces that don’t boost sales is seen as inexplicable. Maybe the word labyrinth has become just an idea, a concept, a blurry horizon.
Moreover, we no longer have labyrinth architects. Who would you even hire to design one? Even video game designers have more experience than architects, as such tasks feel as distant as creating cabinets of curiosities, royal stables, or burial chambers. Daedalus remains the master of this exhausted typology, and perhaps Borges too. The most recent and universal labyrinth is blue and yellow, filled with countless chairs, tables, and kitchen counters. To escape, neither Theseus’s thread nor Katie Steckles’s topological rule of "always turn right" will do; it requires a plastic card connected to a bank. A trick as deceptive as Icarus’s escape.
Let’s reclaim labyrinths, even as a utopia, because they remind us that architecture’s main purpose isn’t to simplify life but to illuminate its complexity.

7 de julio de 2024

ESCALERA EN UN METRO CUADRADO

Si la arquitectura ha tenido a lo largo de su historia momentos de pura exploración de los límites de la enormidad (la torre más alta o el edificio más grande del mundo), pocas son las ocasiones en que esa búsqueda se ha producido en dirección contraria. La motivación por hacer algo lo más pequeño posible ha sido habitualmente fruto de la pura racanería. O de las crueles condiciones del mercado. Una casa de quince metros se publicita como un logro imbatible, cuando en realidad no es otra cosa que un cuchitril que se ofrece a los ojos lo más limpio y tecnificado posible. En esta carrera por el ahorro, uno de los objetos de odio ancestral es la escalera, debido a la enorme cantidad de espacio que consume. Blasfemia que las compañías de ascensores, por cierto, han explotado desde siempre como un negocio lucrativo y poco ecológico. La lucha por hacer que las casas pudiesen tener escaleras económicas desde el punto de vista de la ocupación, ha hecho despegar el ingenio de proyectistas, especialmente desde el siglo pasado. En esa línea se ha explorado la ingeniería de los materiales, la geometría, los procesos industriales de fabricación y las normativas como las mismas energías, talento e inventiva que la inmersión a las simas abisales o la propulsión en la ciencia astronáutica.
En este afán reductor, la escalera de menos de un metro cuadrado supone uno de los últimos unicornios. Si bien las escaleras de pates, las compensadas, las de tijera o las de barco han resuelto desde antiguo el problema del espacio, no resulta admisible hacer subir de un piso a otro a un ser humano de una edad que no sea la adolescencia por tan empinados lugares. Hoy ya existen escaleras de caracol que ha inclinado el eje y con ello han ganado espacio en su recorrido y multiplicado sus millones en ventas. Las hay que han compensado tanto sus peldaños que se han vuelto delicados instrumentos de tortura. Existen escaleras que han aligerado su peso hasta poderse trasladar como un sillón no muy pesado.
Como los récords olímpicos de triple salto o lanzamiento de martillo, el futuro nos deparará una escalera en medio metro cuadrado... Nadie lo duce. Nada hay que detenga la lucha por el record. Aunque la solución final pase por encoger a los habitantes...
If architecture has historically had moments of pure exploration of the limits of enormity (the tallest tower or the largest building in the world), there have been few occasions when that pursuit has gone in the opposite direction. The motivation to make something as small as possible has usually been the result of sheer stinginess or the harsh conditions of the market. A fifteen-square-meter house is advertised as an unbeatable achievement when, in reality, it’s nothing more than a hovel made to look as clean and high-tech as possible. In this race for savings, one of the age-old objects of disdain is the staircase, due to the vast amount of space it consumes. Blasphemy that elevator companies, incidentally, have always exploited as a lucrative and not very eco-friendly business. The struggle to make houses with space-efficient stairs has sparked the ingenuity of designers, especially since the last century. In this vein, the engineering of materials, geometry, industrial manufacturing processes, and regulations have been explored with the same energy, talent, and inventiveness as deep-sea diving or advancements in astronautical science.
In this reductive quest, the staircase of less than one square meter is one of the last unicorns. While paddle stairs, offset stairs, folding stairs, or ship ladders have long solved the space problem, it is unacceptable to make anyone beyond adolescence climb such steep places. Today, spiral staircases with inclined axes have gained space and multiplied sales. Some have balanced their steps so much that they've become delicate instruments of torture. There are staircases light enough to be moved like a not-too-heavy chair.
Like Olympic records in triple jump or hammer throw, the future will bring us a staircase within half a square meter... No one doubts it. Nothing will stop the quest for the record, even if the final solution involves shrinking the inhabitants...

30 de junio de 2024

COSAS DE VOLVER A CASA

La llegada a la habitual casa de vacaciones (aquel que tenga esa suerte), ya sea en el pueblo o en la playa, o el regreso tras ellas a la casa donde pasamos la vida, tiene algo de reencuentro con un ser querido. No sé si será por los olores y la luz al llegar, lo leve de una atmósfera cerrada, o el reencuentro con los objetos que nos rodean por temporadas, pero parece que la arquitectura, en esos momentos, nos sonríe. Al igual que los perros con sus dueños, cuando la casa ha estado un tiempo sin sus habitantes, les recibe abierta desde su centro.
Pocas cosas son mejores, tanto de las vacaciones como de volver de ellas, que ese reencuentro con la casa, donde nos lanza un tipo de bienvenida propia, sin palabras ni gestos. Es la suma de un abrazo inmóvil y una sonrisa un poco ladeada, cálida, tan cierta como la amistad o el sentimiento de llegar a una patria de la infancia. La debió sentir Odiseo al tumbarse sobre la cama de su casa en Ítaca después de deshacer las maletas. Aunque nuestra llegada sea de un tono y escala menor, no lo es el sentimiento de que la arquitectura nos espera y nos recibe. No olvidemos que no solo los sitios, los amigos o los animales sienten nuestra partida o nuestra llegada. La casa también nos devuelve, tal vez como un espejo, a nosotros mismos sonriendo. De todo lo infraleve que ofrece lo doméstico, os deseo pronto esa sensación.
Y más aún si alguno o alguna, la semana pasada, se tropezó con el asesino resalto de una acera ciudadana.
Arriving at the usual vacation home, whether in the village or by the beach, or returning from it to the house where we spend our lives, feels like reuniting with a loved one. I don't know if it's the smells and the light upon arrival, the faint scent of a closed-up space, or the reunion with the objects that surround us seasonally, but it seems that the architecture, in those moments, smiles at us. Just like dogs with their owners, when the house has been without its inhabitants for a while, it greets them warmly from its core.
Few things are better, both about vacations and returning from them, than that reunion with the house, which gives us its own kind of welcome, without words or gestures. It is the sum of an immobile hug and a slightly tilted, warm smile, as real as friendship or the feeling of arriving in a childhood homeland. Odysseus must have felt it when he lay down on the bed of his house in Ithaca after unpacking. Although our arrival may be of a lesser tone and scale, the feeling that the architecture awaits us and welcomes us is not. Let's not forget that it's not just places, friends, or animals that feel our departure or arrival. The house also reflects us back, perhaps like a mirror, smiling. From all the subtle nuances that the domestic offers, I wish you soon that sensation.
And even more so if any of you, last week, stumbled over a killer speed bump of the city sidewalk.

23 de junio de 2024

CIEN MANERAS DE MORIR SOBRE UNA ACERA


charlot banana
Se llama “ceja”, no solamente a ese conjunto de pelos que pueblan la parte inferior de la frente y que impiden la caída del sudor a las cuencas de los ojos, sino el saltito del adoquín canalla y asesino que asoma en una de sus esquinas para que nos tropecemos al caminar por la ciudad. Ese resalto, que nunca resulta cómico para uno mismo, es un signo del carácter criminal de las calles que nos acecha de mil formas.
Las cejas pueden ser producto de una falta de oficio a la hora de poner las piezas de un pavimento, pero la mayor parte de las veces son solo el signo de que la ciudad se mueve. La acera debajo tiene raíces, humedades y a veces sus adoquines se empujan unos a otros igual que los manifestantes de una aglomerada procesión que no va a ninguna parte. Nadie puede señalizar esos dientes de las aceras con un cartel de peligro, porque supone una búsqueda tan infructuosa como la de una moneda perdida en la arena de la playa. Como mucho, y cuando el daño a algún transeúnte es reiterado o cuando alguna persona mayor sufre un serio tropiezo, la queja se convierte en una llamada a los servicios municipales, que acaban buscando y limando la esquina con una radial como el que desmocha las astas de un toro por miedo a su bravura.
Pese a todo, las cejas no son lo más humillante que puede suceder en una acera. Peor es el adoquín suelto y mal asentado. El adoquín que baila y que acumula de modo invisible agua en un charco oculto como una mina antipersona. En esas ocasiones el suelo nos escupe al poner nuestro pie sobre su traicionera superficie. El salpicado oscuro sobre los pantalones o la falda, la suciedad humillante como la cagada de una paloma subterránea, nos deja malhumorados el resto del día…
En todos esos casos, y tras dos pasos recuperándonos, volvemos la cabeza sin dejar de caminar, escudriñando el origen de la dentellada o el escupitajo, con una mirada retadora e inútil. La cobardía de la figura del peatón es tan legendaria como las espantás de Curro Romero, que no se atreve a volverse para localizar el origen de su deshonra y rematar su ira, aunque sea a golpes vengativos.
Existen millares de esos pequeños demonios urbanos. Menos mal que a veces las aceras nos regalan florecillas silvestres crecidas entre sus grietas. No sé si para compensar. O para hablarnos a través de lo minúsculo de esos detalles de la complejidad del resto de la ciudad y de su paisaje.
It’s called an “eyebrow” in Spanish, not just that cluster of hairs populating the lower forehead to prevent sweat from falling into the eye sockets, but also the mischievous and treacherous bump of a cobblestone that peeks out one of its corners to trip us as we walk through the city. In English, it’s simply called a "trip hazard" or "pavement bump." That bump, which is never comical for oneself, is a sign of the criminal character of the streets that stalk us in a thousand ways.
These bumps can be the product of a lack of skill when placing the pieces of a pavement, but most of the time they are simply a sign that the city is alive. The sidewalk underneath has roots, moisture, and sometimes its cobblestones push against each other like the protesters in a crowded procession going nowhere. No one can mark those sidewalk hazards with a danger sign because it would be as futile as searching for a lost coin in the beach sand. At most, and when the damage to a passerby is repeated or when an elderly person suffers a serious stumble, the complaint becomes a call to municipal services, who end up searching and sanding down the corner with a grinder like someone trimming a bull's horns out of fear of its ferocity.
Despite everything, these bumps are not the most humiliating thing that can happen on a sidewalk. Worse is the loose and poorly set cobblestone. The cobblestone that wobbles and invisibly accumulates water in a hidden puddle like an anti-personnel mine. On those occasions, the ground spits at us when we innocently step on its treacherous surface. The dark splatter on our pants or skirt, the humiliating dirt like the droppings of an underground pigeon, leaves us in a foul mood for the rest of the day…
In all these cases, and after taking two steps to recover, we turn our head without stopping walking, scrutinizing the origin of the bite or spit, with a defiant and useless look. The cowardice of the pedestrian figure is as legendary as the escapes of the famous bullfighter Curro Romero, who doesn’t dare turn around to locate the origin of their dishonor and finish off their anger, even if it’s with vengeful blows.
There are thousands of these small urban demons. Luckily, sometimes the sidewalks gift us with wildflowers growing between their cracks. I don’t know if it’s to compensate. Or to speak to us through the tiny details about the complexity of the rest of the city and its landscape.

17 de junio de 2024

EL ALGORITMO Y LA ARQUITECTURA

El algoritmo acabará arrinconando a André Luçat, a Norma Merrick Sklarek y a Viljo Revell al ostracismo. No hay un museo imaginario posible de obras maestras minoritarias. Tarde o temprano, el algoritmo acabará con el mundo de la diversidad cultural y de los márgenes, por el simple motivo de que selecciona con un criterio fundado en visualizaciones o clics. La viralidad no construye obras maestras. Ni ayuda a conservarlas en la memoria. En el territorio de la calidad el algoritmo anda perdido como un topo en mitad de la arena del desierto.
Bajando en el scroll de la pantalla, y ante nuestros ojos, vemos pasar la misma y repetida imagen. Fuera de nuestro alcance se van quedando progresivamente las obras maestras menores, los matices de sus plantas y las rarezas del gusto de los frikis y de las minorías. Spotify, Netflix o Pinterest suprimen sistemáticamente la periferia y los bordes. El turismo y la posibilidad de descubrir obras limítrofes guiados por un algoritmo, dejarán de lado la visita a los palazzi de Alessandro Specchi o al exotismo de William Chambers. El discurso hegemónico se vuelve entonces de un imperativo dictatorial. Pronto Robert Smythson será corregido como Smithson. Ya ni Philibert Delorme merecerá el calificativo del mayor de los arquitectos franceses del siglo XVI… Ni siquiera si el número de frikis se vuelve considerable, es decir, rentable, tendrán cabida en el top ten de turno Albert Laprade, Elizabeth Wilbraham, Rodolfo Fioravanti o Guillaume Gillet. Tal vez la Wikipedia sea el refugio. O ese viejo invento, ya poco visitado para su fin original, que fueron las bibliotecas.
Cuando el mundo de la diversidad celebra prácticas que enfatizan la importancia de la diferencia en la creación de lazos de solidaridad, encarnación y deseo, tal vez el reivindicar los márgenes culturales sea un sueño que languidece ante la catástrofe climática y el pensamiento posantropocéntrico. Sin embargo, toda reivindicación que no contemple el cuidado de esas minorías del pasado, minorías sin voz, es peor que una criminal estafa de Ponzi: es puro colaboracionismo con el exterminio de la memoria.
The algorithm will eventually corner André Luçat, Norma Merrick Sklarek and Viljo Revell into obscurity. There is no possible imaginary museum of minority masterpieces. Sooner or later, the algorithm will end the world of cultural diversity and margins, simply because it selects based on views or clicks. Virality does not build masterpieces. Nor does it help to preserve them in memory. In the territory of quality, the algorithm is as lost as a mole in the middle of the desert sand.
Scrolling down the screen, before our eyes, we see the same repeated image passing by. Out of our reach are progressively left the lesser masterpieces, the nuances of their plans, and the quirks of the tastes of geeks and minorities. Spotify, Netflix, or Pinterest systematically suppress the periphery and the edges. Tourism and the possibility of discovering border works guided by an algorithm will leave aside the visit to the palazzi of Alessandro Specchi or the exoticism of William Chambers. The hegemonic discourse then becomes a dictatorial imperative. Soon Robert Smythson will be corrected as Smithson. Not even Philibert Delorme will deserve the qualification of the greatest of the French architects of the 16th century... Not even if the number of geeks becomes considerable, that is, profitable, will Albert Laprade, Elizabeth Wilbraham, Rodolfo Fioravanti or Guillaume Gillet have a place in the top ten of the moment. Perhaps Wikipedia is the refuge. Or that old invention, now little visited for its original purpose, which were libraries.
When the world of diversity celebrates practices that emphasize the importance of difference in creating bonds of solidarity, embodiment, and desire, perhaps claiming cultural margins is a dream that languishes in the face of the climate catastrophe and post-anthropocentric thinking. However, any claim that does not contemplate the care of those minorities of the past, voiceless minorities, is worse than a criminal Ponzi scheme: it is pure collaboration with the extermination of memory.

9 de junio de 2024

GIRAR, LEVEMENTE, EL MUNDO

Tras la conquista de Atenas a manos de los turcos, en medio de un Partenón hecho añicos se construyó una mezquita. Su giro en dirección a la Meca, convirtió al edificio griego en algo anómalo. El cubo otomano permaneció injertado entre las columnas casi ciento cincuenta años. En lugar de un dios destronado, la antigua cella y la sucesión de columnas se convirtió en un anómalo patio para las abluciones. Si se piensa, ese giro es más impositivo que la pieza en sí misma. Y se trata de un gesto que sobrevive en todas las iglesias bizantinas convertidas en mezquitas, donde las quiblas giradas retuercen la arquitectura sin lograr imponerse. Un giro que representa diferentes concepciones teológicas del mundo.
El palacio de Carlos V, se construyó girado cerca de ocho grados respecto a los patios y ejes de la Alhambra. Un giro muy leve pero apreciable. Esa dislocación cose la grandeza de la pieza de Pedro Machuca con el ámbito urbano próximo y deja una provechosa y estudiada cuña entre ambos edificios. El espacio triangular que cose ambas geometrías es una de las maravillas de la Alhambra. No tanto por su contenido arquitectónico, sino por ofrecerse como el signo de un posible espacio de diálogo entre dos universos mentales y formales aparentemente irreconciliables.
El pórtico de entrada a la Capilla de la Resurrección del Cementerio de Estocolmo, diseñada por Lewerentz y construida entre 1922 y 1926, está separado y rotado apenas dos grados respecto al cuerpo de la nave. El giro acomoda el larguísimo camino de entrada entre árboles al espacio interior de la capilla. El pórtico columnado, que además del levísimo giro no toca la caja, resulta una anomalía difícil de percibir. No obstante para algún crítico ese leve gesto representa por sí mismo la subversión del canon clásico (1). Para algún otro estudioso imaginativo, es una clara alusión a la piedra que cerraba el sepulcro de Cristo y que los apóstoles encontraron desplazada (2). Sin ir tan lejos, ese giro es un signo de la independencia de ambos cuerpos y, con ello, de nuevo, dos mundos: el cargado del lenguaje clásico y el depuradamente sobrio y abstracto de la modernidad
Esos grados de más, mucho menos peligrosos que el exceso de grados Celsius, aportan otras lecturas al mundo. 

(1) St. John Wilson, Colin. "Sigurd Lewerentz and the Dilemma of the Classical." Perspecta nº 24, 1988, p. 50
(2) Hart, Vaughan. “Sigurd Lewerentz and the ‘Half-Open Door.’” Architectural History, vol. 39, 1996, p. 181–96.

After the conquest of Athens by the Turks, a mosque was built amidst the shattered remains of the Parthenon. Its orientation towards Mecca made the Greek building anomalous. The Ottoman cube remained grafted among the columns for almost one hundred and fifty years. Instead of a dethroned god, the ancient cella and the succession of columns became an unusual courtyard for ablutions. If you think about it, that orientation is more imposing than the structure itself. It is a gesture that survives in all Byzantine churches converted into mosques, where the turned qiblas twist the architecture without managing to dominate it. A turn that represents different theological conceptions of the world.  
The Palace of Charles V was built rotated about eight degrees from the courtyards and axes of the Alhambra. A very slight but noticeable turn. This dislocation stitches the grandeur of Pedro Machuca's piece with the nearby urban environment, leaving a useful and studied wedge between the two buildings. The triangular space that sews both geometries together is one of the wonders of the Alhambra. Not so much for its architectural content, but for offering itself as a sign of a possible dialogue between two seemingly irreconcilable mental and formal universes.
The portico of the Chapel of the Resurrection at the Stockholm Cemetery, designed by Lewerentz and built between 1922 and 1926, is separated and rotated barely two degrees from the nave. The turn accommodates the long entrance path through the trees to the interior space of the chapel. The columned portico, which besides the slight turn does not touch the box, results in an anomaly that is difficult to perceive. However, for some critics, this slight gesture represents the subversion of the classical canon (1). For another imaginative scholar, it is "an allusion to the stone that closed Christ's tomb and was found open by his disciples"(2). Without going so far, this turn represents the independence of both bodies and, with it, once again, two worlds: the loaded classical language and the refined, sober, and abstract modernity.
These extra degrees, much less dangerous than the excess degrees Celsius, offer other readings to the world.

3 de junio de 2024

EL OLVIDADO PARVIS

Los bolardos, los cercados, los pivotes, los muretes y las barandas han sido empleados desde antiguo para marcar ciertos espacios abiertos en la ciudad que no eran propiamente plazas ni puro espacio de circulación. A un lado y al otro de esos lugares protegidos, la vida ciudadana se desarrolla de modo diferente. Ese espacio con un significado diluido en el tiempo, generalmente situado antes de los edificios sagrados, es lo que se denominó durante mucho tiempo como “parvis”.
El recorrido etimológico del término atraviesa continentes y siglos sufriendo delicadas mutaciones. El “pardesu” indoeuropeo fue adoptado por el griego como “parádeisos”, y más tarde traducido al latín como “paradisus”. Desde ahí llegó al francés antiguo, de donde proviene la casi desaparecida palabra “parvis”. Todas ellas conservan el significado de "recinto protegido". En el espacio del parvis, se debatía, se comerciaba, se realizaban representaciones teatrales y hasta juicios. Era un espacio "sagrado" anterior al espacio del templo y de hecho allí uno quedaba a salvo de las exigencias legales de la ciudad para gozar del amparo de las leyes eclesiásticas. El viejo parvis de las iglesias se fue transformando a lo largo de los siglos y hoy se ha convertido en lo que se conoce como "explanada": un espacio previo a los edificios públicos que sirve como espacio de acogida de viajeros, turistas o visitantes.
El parvis, convertido en una cosa intermedia ya sin forma reconocible, es poco reivindicado por casi nadie. Sin embargo, es un tipo de espacio importante en cualquier ciudad que se precie de serlo, no porque permita sacar fotografías de los monumentos y edificios públicos con algo de espacio, sino porque son parte de lo público sin ser propiamente ni espacio de plaza ni de calle como tal. Lugares casi sin nombre, pero que no son ni mucho menos, "no lugares", resultan algo fantasmales pero no están muertos. Allí el griterío o los juegos de los niños no es bien recibido, una sutil sombra de dignidad aún flota en su ambiente, y permiten contemplar la ciudad y disfrutar de sus recodos sin la urgencia del paso apresurado. El parvis, o lo que queda de el, tiene algo de isla dentro del fragor ciudadano. Por eso, si camina entre algún edificio público y de pronto parece que algo a su alrededor le invita a ir algo más sosegado, mire a su alrededor. Tal vez se trate de un parvis que tira, silencioso, de la manga de su chaqueta.
 
Bollards, fences, posts, low walls, and railings have long been used to delineate certain open spaces in the city that were neither proper plazas nor purely circulation areas. On either side of these protected places, urban life unfolds differently. This space, whose significance has faded over time, generally found in front of sacred buildings, was known for a long time as the “parvis”.
The etymological journey of the term crosses continents and centuries, undergoing subtle mutations. The Indo-European “pardesu” was adopted by the Greeks as “parádeisos,” and later translated into Latin as “paradisus.” From there, it made its way to Old French, from which the nearly obsolete word “parvis” originates. All of these terms retain the meaning of "protected enclosure." In the space of the parvis, debates were held, commerce thrived, theatrical performances took place, and even trials were conducted. It was a "sacred" space preceding the temple grounds, where one was safe from the city's legal demands, enjoying the protection of ecclesiastical laws. Over the centuries, the old church parvis transformed and has now become what we know as the "esplanade": a space in front of public buildings serving as a welcoming area for travelers, tourists, or visitors.
The parvis, now an intermediate space with no recognizable form, is seldom celebrated by anyone. However, it remains an important type of space in any city worth its name, not because it allows for photographs of monuments and public buildings with some breathing room, but because it is part of the public domain without being strictly a plaza or street. These almost nameless places, far from being "non-places" possess a somewhat ghostly quality but are not dead. While the clamor of children playing is not welcome there, a subtle aura of dignity still lingers. They allow one to observe the city and enjoy its nooks without the urgency of hurried steps. The parvis, or what remains of it, is like an island amid the urban bustle. So, if you walk past a public building and suddenly feel an invitation to slow down, look around. It might be a parvis quietly tugging at your sleeve.

27 de mayo de 2024

LA INSATISFACCIÓN DEL DORMITORIO

Hay una alegría en el acto de dormir que no se corresponde con los espacios donde se produce. La más modesta siesta es mejor que el dormitorio de Luis XIV en Versalles. La arquitectura arrastra el invisible desajuste de no haber inventado un espacio para dormir a la altura de ese oscuro acto diario. Y no será porque los arquitectos no lo hayan intentado con todas sus fuerzas. Han construido cámaras y antecámaras, células y cápsulas con resonancias biológicas y espaciales, alojamientos y habitaciones que remiten a los tranquilizadores hábitos repetidos, han inventado cuartos y estancias con camas, lechos y doseles, aludiendo a un mundo de espacios dentro de espacios o a la relación ontológica entre el ser y el estar.
La pieza, el habitáculo, la alcoba, el camarote y la cabina, el apartamento y la celda monacal son especializaciones de un lugar incompleto, secretamente insatisfactorio y precario, por mucho que se haya especializado y llenado de riqueza y de matices. Inevitablemente, dormimos en un sitio peor que el propio dormir. Porque frente a lo que sucede con el dormitorio, el dormir no se puede proyectar. Por mucho que forremos esos lugares con mullidos cojines de plumones, cortinas, doseles y acolchadas alfombras, por mucho que sus proporciones, luz, ventilación o paisaje circundante hagan sublime la estancia, un descanso auténticamente reparador aún posee mayores virtudes que la habitación donde se produce. En esto, la farmacopea ha llegado mucho más lejos que la arquitectura. ¿Por qué esta simpleza en relación al dormir no da que pensar a los cansinos que aspiran a solventar los problemas del mundo con sus obras? ¿Acaso no es una aspiración más noble hacer de esta disciplina el mejor escenario de la vida en lugar de falsear sus posibilidades a la hora de arreglar los desencuentros cosmopolíticos entre actantes biodiversos?
There is a joy in the act of sleeping that does not correspond with the spaces where it takes place. The most modest nap is better than Louis XIV's bedroom in Versailles. Architecture carries the invisible mismatch of not having invented a space for sleeping that measures up to this dark daily act. And it’s not for lack of architects trying with all their might. They have built chambers and antechambers, cells and capsules with biological and spatial resonances, lodgings and rooms that refer to reassuring repeated habits, they have invented quarters and spaces with beds, cots, and canopies, alluding to a world of spaces within spaces or to the ontological relationship between being and being there.
The room, the dwelling, the alcove, the cabin, and the compartment, the apartment and the monastic cell are specializations of an incomplete place, secretly unsatisfactory and precarious, no matter how specialized and rich in nuances they have become. Inevitably, we sleep in a place worse than the sleep itself. Because, unlike the bedroom, sleep cannot be designed. No matter how much we line these places with soft feather cushions, curtains, canopies, and padded carpets, no matter how sublime their proportions, light, ventilation, or surrounding landscape make the stay, truly restorative rest still possesses greater virtues than the room where it occurs. In this, pharmacopeia has gone much further than architecture. Why does this simplicity not give pause to those weary souls who aspire to solve the world's problems with their works? Is it not a nobler aspiration to make this discipline the best stage for life instead of falsifying its possibilities when it comes to resolving the cosmopolitical disagreements among biodiverse actants?