20 de mayo de 2024

TODOS LOS DICCIONARIOS DE ARQUITECTURA

Si se mira comparativamente con otras disciplinas, el número de diccionarios de arquitectura no resulta excesivo. La razón es sencilla de explicar. Un voluntarioso autor comienza su tarea y se queda paralizado en la primera página, incapaz de ir más allá de la única y posible primera palabra: AALTO. Entonces hace un diccionario diferente o cambia de tema o se dedica a otra cosa...
El aguijón de la primera palabra marca la extensión de la totalidad del diccionario. Y claro, ¿Cuánto espacio debe dedicarse a esa misma primera definición? AALTO. Alvar AALTO. Entonces se abandona, decía.
Hay algo en ese conjunto de vocales y sonidos, AALTO, en su misma pronunciación, que hace que todo a su alrededor sea complejo. Un leve tartamudeo que alarga la primera vocal y la convierte en algo difícil de pronunciar sin parecer algo lelo. A-A-LTO. Se abre la boca y se retrae la lengua con un leve trabucarse, igual que sucede con la visita a alguna de sus obras: A-A... Llegados a un momento en la vida, además se baja el volumen de esas dos primeras Aes... Como si hubiesen penetrado muy dentro del arquitecto que las pronuncia y se hubiesen fusionado formalmente en una especie de A larga como una M. Ese proceso de macla cerebral afecta a nuestras relaciones con la obra real del arquitecto finés. También su obra se funde neuronalmente en un sólido Maireasainayokimuuratsalo... Una especie de amable grúfalo de ladrillo y madera.¿Cuántos años más seguiremos boquiabiertos? ¿cuántas generaciones más permanecerán balbuceantes ante ese  AAAAAaaaalto?
A Alvar Aalto se vuelve como a los amigos. Tarde o temprano se vuelve. Como el que acude al calor de una taza de café o a la proximidad de una chimenea. AALTO es la casa de nuestros padres.
If you compare it to other disciplines, the number of architecture dictionaries doesn't seem excessive. The reason is simple. An eager author starts their task and becomes paralyzed on the first page, unable to move past the single, inevitable first word: AALTO. So, they create a different kind of dictionary or change the subject or move on to something else entirely...
The sting of the first word dictates the scope of the entire dictionary. And, of course, how much space should be dedicated to that very first definition? AALTO. Alvar AALTO. And so, they give up, as I was saying.
There’s something about that combination of vowels and sounds, AALTO, in its very pronunciation, that makes everything around it complex. A slight stammer that stretches the first vowel and makes it hard to say without seeming a bit foolish. A-A-LTO. You open your mouth and retract your tongue with a slight stumble, just like visiting one of his works: A-A... At a certain point in life, you even lower the volume of those first two As... As if they had penetrated deep inside the architect who pronounces them and had formally fused into a kind of long A, like an M. This process of cerebral fusion affects our relationship with the real work of the Finnish architect. His work also merges neuronally into a solid Maireasainayokimuuratsalo... A kind of gentle gruffalo made of brick and wood. How many more years will we remain awestruck? How many more generations will stay tongue-tied before that AAAAAaaaalto?
You return to Alvar Aalto like you return to friends. Sooner or later, you come back. Like seeking the warmth of a cup of coffee or the closeness of a fireplace. AALTO is the home of our parents.

13 de mayo de 2024

TALENTO CRIMINAL

Un detenido por portar un arma blanca; demandado por agresión en varias ocasiones; arrestado por golpear a pedradas a un agente de la autoridad y, finalmente, condenado por homicidio y lesiones graves durante una riña, fue, además, autor de algunas de las pinturas más excepcionales del barroco de todos los tiempos. Caravaggio era un delincuente y sin embargo, su obra resulta inmortal... ¿O tal vez no? ¿Deberían ser descolgados sus cuadros de los museos por sus abominables crímenes? El problema moral que asoma tras cada obra del pasado nos sitúa ante un vértigo difícil de soportar para la susceptibilidad occidental contemporánea... 
La casa de Philip Johnson, es decir, la casa que construyó como estudiante en Harvard como proyecto de graduación, ha pasado a denominarse "la casa en la que vivió Philip Johnson". Para la academia americana resulta intolerable que una de las figuras más importantes de la historia de la arquitectura de su país mostrase una familiaridad inaceptable con el nazismo. Para occidente toda figura cuyo nombre sea empleado en el espacio público debe ser ejemplar: "No nos detendremos aquí", ha dicho la Decana de Harvard. (Mientras se debate sobre eso con vehemencia, no hay declaración oficial alguna sobre los crímenes de lesa humanidad que se televisan hoy en todo el mundo) ¿Alguno de los actuales miembros del "Johnson Study Group" que trata hoy de "resituar" su figura -es decir, condenarle al ostracismo-, apelará en unos años a su condición homosexual en la búsqueda de referentes por parte de ese colectivo antes que a su intragable ideología? ¿Podrá eso resarcirle de sus inmorales actitudes supremacistas, antisemitas y misóginas? ¿Hace eso deplorable su casa de la calle 9 Ash, en Cambridge, que fue en realidad la primera "casa patio miesiana" construida de todo el mundo?
El legado de Mies o Le Corbusier pueden verse comprometidos si se estudian en profundidad sus ambigüedades. El haberse despedido en algunas de sus cartas con el saludo nazi, en el caso del alemán, o el haber colaborado lateralmente con el régimen de Vichy en el caso del pintor suizo, ¿desligitiman algunas de las obras maestras de la arquitectura moderna? ¿Debería dejar de enseñarse la obra de Mies en las escuelas de arquitectura por los dibujos que hizo del pabellón Alemán para la Feria Mundial de Bruselas de 1935 en los que ondeaba la bandera nazi?
Existen más frentes abiertos. El exceso de consumo energético de los inmensos vidrios simples empleados por el mismo Mies Van der Rohe, o el exceso de hormigón usado por Le Corbusier, les hace ser mirados hoy con ojos sospechosos a pesar del magisterio de su arquitectura. ¿Hasta dónde se producirá el juicio sumario al pasado? ¿Aguanta alguna obra actual las acusaciones en el territorio de lo sostenible o de la equidad cuando habitamos en un mundo impuro?
A pesar de que se afanen por realizar candorosas declaraciones sobre el bienestar tecnopolítico, económico, social y ecológico de sus obras, ¿acaso alguien cree que próximamente no se analizarán, y hasta el extremo, el real consumo y desperdicio de energía, medios o la más ligera explotación laboral encubierta de los edificios erigidos por cada reputado decano o catedrático? ¿Se comprometieron ejemplarmente con la paridad de género o la equidad étnica del colectivo de los ferralistas, alicatadores o instaladores que construyeron sus edificios? Unas simples mediciones pueden dar al traste una carrera construida sobre un discurso que no se compadece con la realidad. ¿Hasta donde debe llevarse esto? La obra concreta y los propios valores que es capaz de generar un edificio no importan si se considera este tema del valor como algo relativo. Y sin embargo ver la dosis de mejora del lugar que ocupa, el matiz de sensibilidad que abre, la cantidad de verdad que ofrece esa obra de arquitectura, tal vez brindase alguna salida, aunque fuese provisional. 
Parece más sencillo comprometerse con la crítica al pasado, considerado como algo refutable, que con la crudeza del presente. En fin, lo único claro es que Caravaggio no saldrá en nuestro auxilio.
A detainee for carrying a bladed weapon; sued for assault on multiple occasions; arrested for pelting a law enforcement officer with stones and ultimately convicted of homicide and grievous bodily harm during a brawl, was also the author of some of the most exceptional Baroque paintings of all time. Caravaggio was a criminal, yet his work remains immortal... Or does it? Should his paintings be removed from museums due to his abominable crimes? The moral dilemma that emerges with each work from the past presents a vertigo difficult to bear for contemporary Western sensibilities...
Philip Johnson's house, that is, the house he built as a student at Harvard as his graduation project, has now been renamed "the house where Philip Johnson lived." For the American academy, it is intolerable that one of the most important figures in the history of architecture in their country showed unacceptable familiarity with Nazism. In the West, any figure whose name is used in the public sphere must be exemplary: "We will not stop here" said the Dean of Harvard. (While this is hotly debated, there is no official statement on the crimes against humanity being televised around the world today).Will any of the current members of the "Johnson Study Group" who today seek to "reposition" his figure - that is, condemn him to ostracism - appeal in a few years to his homosexual condition in the search for references by that collective rather than to his unpalatable ideology? Can that compensate for his immoral supremacist, anti-Semitic, and misogynistic attitudes? Does that make his residence at 9 Ash Street in Cambridge, which was actually the first "Miesian courtyard house" built in the world, deplorable?
The legacy of Mies or Le Corbusier may be compromised if their ambiguities are studied in depth. Saying farewell in some of their letters with the Nazi salute, in the case of the German, or collaborating tangentially with the Vichy regime in the case of the Swiss painter, does it delegitimize some of the masterpieces of modern architecture? Should Mies's work stop being taught in architecture schools because of the drawings he made of the German Pavilion for the 1935 Brussels World's Fair with the Nazi flag flying?
There are more fronts open. The excessive energy consumption of the immense single glasses used by Mies Van der Rohe himself, or the excessive concrete used by Le Corbusier, makes them looked at today with suspicious eyes despite the mastery of their architecture. How far will the summary judgment of the past go? Does any current work withstand accusations in the realm of sustainability or equity when we inhabit an impure world?
Despite their efforts to make candid statements about the tecnopolitical and ecological well-being of their works, does anyone believe that soon their real energy consumption and waste, means, or even the slightest covert labor exploitation of the buildings erected by every renowned Dean or professor will not be analyzed to the extreme? Did they exemplarily commit to gender parity or ethnic equity in the collective of ironworkers, tilers, or installers who built their buildings? Simple measurements can thwart a career built on a discourse that does not align with reality. How far should this be taken? The specific work and the values that architecture is capable of generating do not matter if that value is considered relative. And yet perhaps seeing the dose of improvement in its place, the nuance of sensitivity it opens, the dose of truth that work of architecture offers, perhaps it would provide some way out, even if it were temporary.
It seems easier to commit oneself to the criticism of the past as something refutable than to the crudeness of the present. In the end, the only thing that is clear is that Caravaggio will not come to our rescue.

6 de mayo de 2024

LA IMPORTANCIA DE LA MANCHA NEGRA

Si en el dibujo de la arquitectura las líneas continuas y a puntos tienen su propio sentido e historia, existe otra familia de gestos significantes, con su taxonomía y significado: la de las manchas. Dichas superficies, que en el mundo del CAD se conocen como meros rayados, y que durante décadas se encontraron con el problema informático de encontrar sus bordes para poder ser trazadas sin fugas, son representantes de la vieja tradición del espacio poché.
Lo rayado en negro, o sepia, era lo sólido, lo inaccesible y lo opaco. Sin embargo por mucho que se representase así, la física elemental de partículas dice que lo invisible y macizo no lo es. El caso es que de las muchísimas manchas de negro de las que hablar, una resulta inevitable. La del famosísimo plano de Roma, trazado por encargo papal por Giambattista Nolli desde 1736 hasta su publicación, más de una década después, en 1748. Ese plano, el más ambicioso, exacto y hermoso de todos los realizados en Roma hasta ese momento, estaba colmatado de un relleno costoso y delicado que representaba el caserío de la ciudad, lo privado, en fin, lo invisible. En esa mancha negra estaba contenida la vida cotidiana. El resto, como es sabido, era el espacio público, de lo excepcional y del bullicio ciudadano.
Ese rayado, ese poché urbano, resultaba entonces extremadamente elocuente y hoy no ha perdido sentido. La técnica del relleno empleada por Nolli, derivada del grabado barroco y del rayado unidireccional de los muros que servía para ilustrar el tratado de “Architettura civile” de Guarini de 1734, permitía notar cuanto Roma era la paradigmátrica res-pública occidental. Visto con el tiempo, los bordes de aquellas manchas negras se han mantenido como un contenedor estable a lo largo de los siglos. Si bien el vacío que representa se ha demolido, transformado y mutado, el contorno de sus irregulares figuras han servido para que generaciones pudieran seguir viendo en la ciudad la misma eternidad de hace centurias. El poché, mientras, ha funcionado como un antifaz a los ojos inquisidores del usuario del plano. Lo rayado funciona como un velo protector de la vida de los ciudadanos. Si la planta de arquitectura desvela lo que sucede en todo interior, sin ocultar nada, ese relleno funciona como un filtro, como una cortina de las interioridades domésticas. Este pudoroso y preciso plano, gracias a una mancha que durante mucho tiempo ha sido interpretada como un fondo mudo, o como un plano de contraste con el urbanismo moderno en relación a su densidad (por Rowe), ofrece hoy más que nunca un filtro de privacidad diferente, memorable, que merece ser elevado a la categoría de figura por derecho propio. Aunque solo sea porque dentro de esa sustancia negra hoy el mundo en red trata de entrar sin pedir permiso. Esa mancha negra es el petróleo que trata de extraer Airbnb.


In architectural drawings, continuous and dashed lines have their own meaning and history, but there's another significant family of gestures with their own taxonomy and significance: that of stains. These surfaces, known in the CAD world as mere hatches, struggled for decades with the computer problem of defining their edges to be traced without leaks, representing the old tradition of poche space.
What was hatched in black or sepia was the solid, the inaccessible, the opaque. However, no matter how it was represented, elementary particle physics tells us that the invisible and dense is not truly so. Among the countless black stains to discuss, one is unavoidable: the famously detailed map of Rome, commissioned by the papacy and executed by Giambattista Nolli from 1736 until its publication over a decade later in 1748. This map, the most ambitious, accurate, and beautiful of all produced in Rome up to that point, was filled with costly and delicate shading representing the city's buildings, the private, in short, the invisible. In that black stain lay everyday life. The rest, as is well known, was the public space of the exceptional and the bustling city life.
That hatching, that urban poche, was therefore extremely eloquent and has not lost its meaning today. Nolli's shading technique, derived from Baroque engraving and the unidirectional hatching of walls used to illustrate Guarini's 1734 treatise "Architettura civile", revealed how Rome was the quintessential Western res publica. Over time, the edges of those black stains have remained as a stable container throughout the centuries. While the void it represents has been demolished, transformed, and mutated, the contours of its irregular shapes have allowed generations to continue seeing in the city the same eternity as centuries ago. The poche, meanwhile, has acted as a mask to the inquisitive eyes of the map user. The hatching functions as a protective veil for the lives of citizens. If the architectural plan reveals what happens within every interior, without hiding anything, this shading functions as a filter, as a curtain for domestic interiors. This modest and precise map, thanks to hatching that has long been interpreted as a mute background, or as a contrast to modern urbanism in terms of density (by Rowe), now offers more than ever a different, memorable privacy filter, worthy of being elevated to the status of a figure in its own right. If only because within that black stain, today's interconnected world tries to enter without asking permission. That black stain is the oil that Airbnb is trying to extract.
 


29 de abril de 2024

LA BRECHA

Es inevitable. Existe una brecha entre la sofisticación discursiva de un arquitecto y su obra. No se trata de un desfase de tiempo, es decir, no se trata de un retardo en el que las palabras se anticipan a la lentitud de la construcción, sino de una brecha que atañe a la densidad de lo alcanzado. Por supuesto, este desfase se produce en las dos direcciones. Sabemos que ha existido siempre en la historia de la arquitectura y hoy es muy sencillo percibirla.
Hay con nosotros arquitectos que nos hacen ver esa fisura nítidamente. Lo dicho por parte de muchos de nuestros contemporáneos no se compadece con lo logrado en la realidad construida. Hay mil ejemplos cercanos en los que se puede ver que las obras y su argumentario marchan palpablemente desacompasados. Seguramente el milagro se encuentra, precisamente, en el hecho de que la densidad mental y la de la obra encajen. Pocos lo logran y esto sirve para mostrar cuánto de independiente es la obra de su autor. A veces de padres memos nacen obras geniales, y viceversa.
Puede recurrirse a ejemplos ya históricos por no ir a lo sangrante de lo puramente actual. Wright criticaba a Le Corbusier por escribir tres libros por cada obra que construía. Claramente, Wright era consciente de esa brecha. En los demás. El discurso de los Smithson es mucho más hondo y avanzado que la obra edificada, por mucho que ésta sea valiosísima. Otro tanto sucede con Cedric Price. En el otro extremo, podemos encontrar casos lacónicos, vacíos u opacos, discursivamente, que alcanzan terrenos de verdadera hondura con su trabajo. A pesar de su evidente disparidad, Mies Van der Rohe, Paul Rudolph, Miguel Fisac o Craig Elwood son preclaros ejemplos de esto último... Como hecho construido, la arquitectura posee un nivel de densidad disciplinar, y no encuentro una palabra mejor, intelectual o cultural, que le es propia. Atañe al ser humano a un nivel sensorial y emocional diferente del mero discurso de la pintura, la música o la literatura. La toma de consciencia de esa brecha, además de ser un síntoma, supone un valioso rasero y una invitación. Tal vez al silencio.  
It's inevitable. There exists a gap between the discursive sophistication of an architect and the work. This is not a time lag, that is, it's not a delay of words upon the slowness of the building, but a gap that pertains to the density of what has been achieved. Of course, this discrepancy occurs in both directions. We know it has always existed in the history of architecture and today it is very easy to perceive it.
There are architects among us who make us see this fissure clearly. What is said by many of our contemporaries does not match what is achieved in the built reality. There are a thousand nearby examples where you can see that the works and their argument march palpably out of step. Surely the miracle lies precisely in the fact that the mental density and that of the work fit together. Few achieve it and this serves to show how independent the work is from its author. Sometimes from less gifted parents, brilliant works are born, and vice versa.
Historical examples can be used to avoid going to the bleeding edge of the purely current. Wright criticized Le Corbusier for writing three books for each work he built. Clearly, Wright was aware of that gap. In others. The discourse of the Smithsons is much deeper and more advanced than the built work, as valuable as it is. The same happens with Cedric Price. At the other extreme, we can find laconic, empty or opaque cases, discursively, that reach areas of true depth with their work. Despite their evident disparity, Mies Van der Rohe, Paul Rudolph, Miguel Fisac or Craig Elwood are clear examples of the latter... As a constructed fact, architecture possesses a level of disciplinary density, and I can't find a better word, intellectual or cultural, that is its own. It pertains to the human being at a sensory and emotional level different from mere discourse of painting, music or literature. The awareness of this gap, in addition to being a symptom, implies a valuable yardstick and an invitation. Perhaps to silence.



22 de abril de 2024

BAJAR SIN FIN

No se puede bajar sin fin. Ninguna escalera es suficientemente eficaz en la vida real para bajar hasta el fondo. Por mucho que una sima o un ‘viaje al centro de la tierra’ hayan tratado de descender hasta el ultramundo, ninguna escalera puede llegar tan lejos como para asomarse al otro lado de lo profundo. En la Divina Comedia, Dante tuvo que inventarse una extraña pirueta sobre la tripa del mismo demonio para comenzar a subir después de haber descendido hasta más allá de los infiernos.
La mina más profunda conocida, situada en Sudáfrica, desciende cuatro kilómetros. Al fondo de semejante pozo, brilla el oro. Esa bajada, como puede imaginarse, se hace en ascensor. La mina de Sal “Wieliczka” en Polonia emplea 800 escalones para bajar 327 metros. No hay un ‘más allá’ en lo profundo valiéndonos de unas escaleras. Más allá, solo encontramos la misma idea de bajar, que, de alguna manera, es semejante a la línea del horizonte, pero de lo vertical: algo que resulta inalcanzable por definición. Si ahondamos en esto, la idea de lo vertical, infinitamente y hacia abajo, hay que mencionar que se trata de una pulsión que solo puede ser propia de nuestro planeta y que por mucho que encuentre en las escaleras una imagen icónica, se diluye de inmediato en cuanto nos asomamos a ese otro infinito vertical hacia arriba que es un firmamento poblado de estrellas.
Por su parte, las escaleras de la vida diaria ni llegan tan alto, ni caen tan bajo. La escalera más larga conocida tiene 11.674 escalones y corre paralela a la pendiente del Monte Niesen, en Suiza. Sin embargo, en absoluto atiende a esa idea vertiginosa de una bajada infinita por mucho que en su descenso privado de profundidad sea de mil setecientos metros... Así pues y llegados a este punto, el único remedio para ir al fondo, como ontología, es la literatura, gracias a Dante o a Julio Verne o al cine y sus "vértigos". Tal vez el intento de bajar sin fin sea solo eso, una idea extrema de lo profundo, muy difícilmente alcanzable por ese modesto conjuntos de pisas y tabicas. Por mucho que podamos pensar que su repetición ilimitada puede conducirnos a ese hondo lugar bajo nuestros pies.
One cannot descend endlessly. No staircase is sufficiently effective in real life to descend to the bottom. No matter how much a chasm or a 'journey to the center of the earth' have tried to descend to the underworld, no staircase can go so far as to peek on the other side of the deep. In the Divine Comedy, Dante had to invent a strange pirouette on the belly of the demon himself to start climbing after having descended beyond the hells.
The deepest known mine, located in South Africa, descends four kilometers. At the bottom of such well, gold shines. That descent, as you can imagine, is done by elevator. The Salt Mine "Wieliczka" in Poland uses 800 steps to descend 327 meters. There is no 'beyond' in the deep using stairs. Beyond, we only find the same idea of descending, which, in some way, is similar to the horizon line, but vertical: something that is unattainable by definition. If we delve into this, the idea of the vertical, infinitely and downwards, it should be mentioned that it is a drive that can only be unique to our planet and that although it finds in the stairs an iconic image, it immediately dilutes as soon as we peek at that other infinite vertical upwards that is a firmament populated with stars.
For their part, the stairs of daily life neither reach so high, nor fall so low. The longest known staircase has 11,674 steps and runs parallel to the slope of Mount Niesen, in Switzerland. However, it does not attend to that dizzying idea of an infinite descent even though its private descent devoid of depth is one thousand seven hundred meters... Thus, and having reached this point, the only remedy to go to the bottom, as ontology, remains literature, thanks to Dante or Jules Verne or cinema and its "vertigos". Perhaps the attempt to descend endlessly is just that, an extreme idea of the deep, very difficult to reach by this modest set of risers and treads. No matter how much we can think that their neverending repetition can lead us to that deep place under our feet.


15 de abril de 2024

TEOREMA DEL CLARO EN EL BOSQUE

Todo bosque necesita un claro, una pausa entre los árboles, para ofrecer a sus habitantes un lugar desde donde poder contemplar su espesura. Este sencillo hecho constituye el prolegómeno del teorema del claro del bosque.
El claro del bosque representa la exaltación del bosque desde su corazón. Ese espacio libre de arbolado constituye un estamento no ligado al vacío como se entiende en la filosofía o las religiones orientales, sino más bien consiste en un acto de pura autoconsciencia. De ese modo, el bosque mira hacia su propia esencia. Esos límites internos, dado que esencialmente los bordes de todo lo boscoso son indefinidos y oscuros, refieren a su vez a un específico tipo de aislamiento, en cierto modo parejo al del oasis del desierto. Como puede comprenderse, el claro del bosque no necesariamente es un fenómeno natural sino que puede “plantarse”, (en puridad es un auténtico “desplante”).
El teorema del claro del bosque aplica no solo al bosque sino a toda sala hipóstila. En este sentido cabe interpretar la catedral inserta en medio del bosque de columnas de la mezquita de Córdoba como un claro. Y del mismo modo cabe decir de los cuatro pilares faltantes en el bosque de piedra retorcida del parque Güell, de Gaudí, y de los dos maravillosos ejemplos libres de columnas del Thersilion y de la sala hipóstila del Kanagawa Institute of Technology de Junya Ishigami.
El claro son los ojos concentrados del bosque, que nos mira.   
Every forest needs a clearing, a pause between the trees, to offer its inhabitants a place from which to contemplate its thickness. This simple fact constitutes the prologue of the forest clearing theorem.
The forest clearing represents the exaltation of the forest from its heart. This tree-free space constitutes an estate not linked to the void as understood in philosophy or Eastern religions, but rather consists of an act of pure self-awareness. In this way, the forest looks towards its own essence. These internal limits, since essentially the edges of everything woody are undefined and dark, refer in turn to a specific type of isolation, in a way similar to that of the desert oasis. As can be understood, the forest clearing is not necessarily a natural phenomenon but can be "planted", (in purity it is a real "snub").
The theorem of the forest clearing applies not only to the forest but to every hypostyle hall. In this sense, it is possible to interpret the cathedral inserted in the middle of the forest of columns of the Cordoba mosque as a clearing. And in the same way, it can be said of the four missing pillars in the twisted stone forest of Gaudí's Park Güell, and of the two wonderful examples free of columns of the Thersilion and the hypostyle hall of the Kanagawa Institute of Technology by Junya Ishigami.
The clearing is the concentrated eyes of the forest, which looks at us.



8 de abril de 2024

BOSQUES DE ARQUITECTURA

A pesar de que la sala hipóstila se ha emparejado habitualmente con el concepto de “bosque de columnas”, lo cierto es que la tendencia inmemorial de la arquitectura hacia la abstracción ha hecho de esos espacios un lugar regular, uniforme y reticulado. Sin embargo, algunas salas hipóstilas, pocas, han tratado de ahondar precisamente en la idea de bosque, y, del mismo modo a como los árboles crecen con un orden oculto a los ojos y fundado en relaciones de distancias entre raíces o copas, en la dureza del suelo o el irregular acceso a los nutrientes, han tratado de dislocar el orden de sus columnas emulando la naturaleza.
La sala del Thersilion, construida en la ciudad griega de Megalópolis, en el 370 AdC., pertenece a esta anomalía tipológica. Un gran rectángulo contenía 65 columnas desalineadas dedicado a albergar a cerca de 9000 personas. La arqueología ha desvelado que el orden entre las columnas conduce radialmente a un espacio central situado entre cuatro de ellas que poseen casi el carácter de un baldaquino. Ese paradójico arranque de los ejes estructurales, debido a que todo centro es negado en la retícula hipóstila, era necesario para que un orador pudiese ser visto y escuchado por toda la asamblea. El desorden de semejante espacio, donde no percibimos las fugas o los alineamientos se muestra aparentemente caótico. Solo el techo y sus vigas hoy ausentes podían darnos alguna pista de su jerarquía. 
Los mismos ecos del bosque atraviesan la sala construida para el campus del Kanagawa Institute of Technology, a 30 kilómetros al oeste de Tokio, por Junya Ishigami. La sala cuenta con 305 columnas de acero orientadas irregularmente y distribuidas por todo el espacio con un fingido desorden. Su forma y posición ocultan un delicado equilibrio estructural. De todas las columnas, tan solo 42 trabajan a compresión y permanecen sólidamente unidas a la estructura de la cubierta. El resto son cables-columna que contribuyen a la estabilidad de las cargas horizontales del viento o posibles terremotos, y “cuelgan” de la cubierta. El aspecto de simples pletinas de acero pintado de blanco de todas ellas apenas permite distinguir a cuál familia pertenece cada una.
Gracias a la fidelidad a la idea de lo boscoso, en ambos proyectos, apenas separados por miles de años y kilómetros, aparecen claros en el bosque y espacios ocluidos a la mirada allí donde se solapan las columnas. Se nos invita a imaginar que cada sala hipóstila, entendida en su sentido original, debiera diferir en su luz, sus especies y su clima. Es decir, gracias a su preciso desorden y su carácter, podemos imaginar, en una, el aire seco de una Grecia espartana atravesando un bosque de robles y olivos; y en otra, la ligereza agitada por el viento y la luz tintineante de un bosque de bambú…
“Tengo yo ahora en torno mío hasta dos docenas de robles graves y de fresnos gentiles. ¿Es esto un bosque? Ciertamente que no: éstos son los árboles que veo de un bosque. El bosque verdadero se compone de los árboles que no veo. El bosque es una naturaleza invisible — por eso en todos los idiomas conserva su nombre un halo de misterio”(1).

(1) José Ortega y Gasset, "El bosque", 1914.  
Although the hypostyle hall has often been paired with the concept of a 'forest of columns', the truth is that architecture's timeless tendency towards abstraction has made these spaces regular, uniform, and reticulated. However, some hypostyle halls, few in number, have sought to delve precisely into the idea of a forest, and, in the same way that trees grow with an order hidden to the eyes and based on relationships of distances between roots or crowns, on the hardness of the ground or the irregular access to nutrients, they have tried to dislocate the order of their columns emulating nature. 
The Thersilion hall, built in the Greek city of Megalopolis in 370 BC, belongs to this typological anomaly. A large rectangle contained 65 misaligned columns dedicated to housing about 9000 people. Archaeology has revealed that the order among the columns leads radially to a central space located between four of them that almost have the character of a canopy despite being the same as the others. This paradoxical start of the structural axes, because every center is denied in the hypostyle grid, was necessary for a speaker to be seen and heard by the entire assembly. The disorder of such a space, where we do not perceive the leaks or alignments, appears to be chaotic. Only the roof and its beams, now absent, could give us some clue to its hierarchy. 

The same echoes of the forest run through the hall built for the campus of the Kanagawa Institute of Technology, 30 kilometers west of Tokyo, by Junya Ishigami. The hall has 305 irregularly oriented steel columns distributed throughout the space with feigned disorder. Their shape and position hide a delicate structural balance. Of all the columns, only 42 work in compression and remain solidly attached to the roof structure. The rest are cable-columns that contribute to the stability of the horizontal wind loads or possible earthquakes, and 'hang' from the roof. The appearance of simple white painted steel plates of all of them barely allows to distinguish to which family each one belongs. 

Thanks to the fidelity to the idea of the wooded, in both projects, barely separated by thousands of years and kilometers, clearings appear in the forest and spaces occluded to the gaze where the columns overlap. We are invited to imagine that each hypostyle hall, understood in its original sense, should differ in its light, its species, and its climate. That is, thanks to its precise disorder and its character, we can imagine, in one, the dry air of a Spartan Greece crossing a forest of oaks and olives; and in another, the lightness stirred by the wind and the tinkling light of a bamboo forest...

'I now have around me up to two dozen serious oaks and gentle ashes. Is this a forest? Certainly not: these are the trees I see from a forest. The true forest is made up of the trees I do not see. The forest is an invisible nature - that's why in all languages its name retains a halo of mystery'(1).

(1) José Ortega y Gasset, "the forest", 1914.

1 de abril de 2024

ELOGIO DE LA CARTA DE AJUSTE

Cada cambio de cartucho de la impresora, además de teñir nuestros pulgares de una imborrable mancha de azul o negro, arroja un desperdicio en forma de hoja impresa relleno de una costosísima rejilla de cian, magenta y amarillo. Por mucho que se intente detener semejante eyaculación cromática, la impresora, impertérrita, continúa su labor hasta no haber completado su mecánica tarea. La hoja resultante aspira, con su utilidad intempestiva, a poder ajustar la correcta impresión de colores, letras y líneas... Pese a que la mayor parte de las veces acaba arrugada de mala manera en la papelera, lo cierto es que recurrimos a ese ajuste cuando la pobre y temblequeante calidad de lo impreso nos asoma al borde de la desesperación.
Como una carta de ajuste musical, Johann Sebastian Bach compuso el "clave bien temperado" para cada sonido que puede hacerse con un piano o un órgano. Escrito en dos partes, una en 1722 y la otra en 1744, se asemeja a una carta cromática y aspiraba a ofrecer un sistema de afinación “temperado” que rectificara el viejo e imperfecto sistema griego. El conjunto ha pasado a la historia como una obra maestra, no solo como método de afinación. Los ecos de ese sistema de ajuste sonoro aun resuenan en la música culta, tanto como en los beatles, John Williams, cientos de anuncios publicitarios y en cada punteo de guitarra eléctrica de heavy metal.
Cuando la emisión televisiva no era de veinticuatro horas seguidas, se rellenaba el espacio sin programación con una imagen fija que tenía mejor intención y aspecto que la televenta de electrodomésticos y colchones. Una coloreada y particular carta de ajuste diseñada por un ingeniero danés llamado Finn Hendil, con un borde ajedrezado, servía de marco a una parrilla que contenía en su centro un gran círculo lleno de colores. Cada una de sus partes servía para ajustar el tamaño de la imagen, la frecuencia, el color, el contraste y hasta la convergencia del tubo catódico. Su particular diseño pervivió en antena, cada vez más arrinconado en canales secundarios de la parrilla pública, hasta su definitiva desaparición en el año 2005.
La arquitectura se debe a si misma, y más en este tiempo de incertidumbre donde toda obra parece destinada a no poder corroborar su valor, una sencilla carta de ajuste. Si el tiempo de lo canónico pasó, al menos una carta de ajuste nos permitiría ir tirando. Y valdría, para que, cada egotista encumbrado sobre su propio discurso, dejase que la obra contrastase su verdadera relevancia. Cuando cualquiera cree que todo vale lo mismo o que todo "depende", conviene recordar que no es así. Que, como sucede con las opiniones, las hay que están calibradas y nos acercan a una dimensión más profunda de la vida y de la arquitectura, y las hay que son simple ruido edificado, que, en el mejor de los casos, no tiene goteras. Que existe una jerarquía del valor, y del saber, que resulta imperativo defender.
Every printer cartridge change, in addition to staining our thumbs with an indelible blue or black mark, throws out a waste in the form of a printed sheet filled with a costly grid of cyan, magenta, and yellow. No matter how much one tries to stop such a chromatic ejaculation, the printer, imperturbable, continues its work until it has completed its mechanical task. The resulting sheet aspires, with its untimely utility, to be able to adjust the correct printing of colors, letters, and lines… Despite the fact that most of the time it ends up crumpled badly in the trash, the truth is that we resort to this adjustment when the poor and trembling quality of the printed material brings us to the edge of despair.
Like a musical test card, Johann Sebastian Bach composed the “well-tempered clavier” for each sound that can be made with a piano or an organ. Written in two parts, one in 1722 and the other in 1744, it resembles a chromatic card and aspired to offer a “tempered” tuning system that rectified the old and imperfect Greek system. The set has gone down in history as a masterpiece, not only as a tuning method. The echoes of that sound adjustment system still resonate in classical music, as well as in the Beatles, John Williams, hundreds of commercials, and in every electric guitar riff of heavy metal.
When television broadcasting was not twenty-four hours straight, the space without programming was filled with a still image that had better intention and appearance than the telesales of appliances and mattresses. A colored and particular test card designed by a Danish engineer named Finn Hendil, with a checkered border, served as a frame for a grid that contained a large circle full of colors in its center. Each of its parts served to adjust the size of the image, the frequency, the color, the contrast, and even the convergence of the cathode tube. Its particular design survived on the air, increasingly cornered on secondary channels of the public grid, until its definitive disappearance in 2005.
Architecture owes itself, and more in this time of uncertainty where every work seems destined to not be able to corroborate its value, a simple test card. If the time of the canonical passed, at least a test card would allow us to keep going. And it would be worth it, so that every egotist perched on his own discourse, let the work contrast its true relevance. When anyone believes that everything is worth the same or that everything “depends”, it is worth remembering that it is not so. That, as with opinions, there are those that are calibrated and bring us closer to a deeper dimension of life and architecture, and there are those that are simple built noise, which, in the best of cases, does not leak. That there is a hierarchy of value, and of knowledge, that it is imperative to defend.

25 de marzo de 2024

SECTARISMO TRANSPOLÍTICO

Cuando el colonialismo, lo ecológico o el trasunto del género o del color de la piel parecen ocupar el centro del debate académico occidental, el hecho de que ninguna de esas temáticas sean capaces de generar por sí mismas ni media obra de arquitectura decente, por muy performativa que quiera pergeñarse, da que pensar.
La pugna para imponer el discurso de lo políticamente correcto, o su derivada, el de la cancelación, está intrínsecamente limitado a mirar todo bajo su propia óptica y volverse de un onanismo vergonzante o peor, de un radicalismo intransigente y sectario camuflado bajo el aspecto de un mundo de falso bienestar y de cosmopolitismo universal. Sobre todo porque lo transpolítico no pasa de ser más que una voluntad, un clima, pero no una verdadera agenda o un proyecto. Estamos instalados en un clima mental gobernado por un fantasma de una fatua negatividad propositiva. El mundo de la exaltación de la diferencia está dejando aflorar uno de los mayores debates en el terreno de la arquitectura: un abismal y nada gratuito sectarismo, (junto a un victimismo de traca) y una incapacidad escandalosa para producir nada relevante.
El mercado transpolítico de la arquitectura es excluyente e intolerante bajo una capa de igualitarismo. Esa es la batalla que se libra hoy con su artillería más gruesa en la universidad americana y en los museos de arte modernos. Y en arquitectura puede detectarse en un discurso donde se intenta que difumine sus bordes con el arte y se borre el concepto de valor a cambio de integrar el más escolástico matiz de sensibilidad. Sin embargo, no puede olvidarse que en este clima de suspicacia, a todo se le puede encontrar un pero. El dilema y la urgencia no es cómo salir del atolladero del penúltimo discurso, sino preguntarnos si el atolladero es real o ficticio. ¿De verdad hay que elegir entre los hormigones blancos y la solidez de la madera maciza frente al fluor neobrutalista en descomposición y unas fútiles burbujas de vidrio? Resistirse a la propagandista simplificación de los polos es heroico. Preferir lo bueno antes que lo que no ofende a nadie o exalta la diferencia, es suicida. Pero ese es el verdadero activismo de la arquitectura. Ese es el lugar desde el que construir verdadero bienestar social derivado de la cultura. Sin rebajas. Lo demás es pura voluntad de poder.
When colonialism, ecological concerns, or the shadow of gender or skin color seem to dominate the center of Western academic discourse, the fact that none of these themes are capable of generating even half a decent piece of architecture on their own, no matter how performative one might try to make it, gives pause for thought.
The struggle to impose the discourse of political correctness, or its derivative, that of cancel culture, is intrinsically limited to viewing everything through its own lens and becoming either embarrassingly self-indulgent or, worse, entrenched in intolerant and sectarian radicalism camouflaged under the guise of a world of false well-being and universal cosmopolitanism. Especially because the transpolitical will never be more than just that—a desire, a climate—but not a true agenda or project. We find ourselves in a mental climate governed by the specter of a futile propositional negativity. The world of celebrating difference is giving rise to one of the most significant debates in the realm of architecture: a glaring and anything but gratuitous sectarianism (along with an impressive victim complex) and a scandalous inability to produce anything relevant.
The transpolitical market of architecture is exclusionary and intolerant beneath a veneer of egalitarianism. That is the battle being waged today with its heaviest artillery in American universities and modern art museums. In architecture, this can be detected in a discourse where attempts are made to blur its boundaries with art and erase the concept of value in exchange for integrating the most scholastic nuances of sensitivity. However, it cannot be forgotten that in this climate of suspicion, a fault can be found in everything. The dilemma and the urgency lie not in how to escape the quagmire of the latest discourse, but in asking ourselves whether the quagmire is real or fictitious. Do we truly have to choose between white concrete and the solidity of solid wood versus decaying neo-brutalist fluorine and futile glass bubbles? To resist the propagandist simplification of poles is heroic. Let's stick with what's good not just what's inoffensive to nobody or exalts the difference. That is the real activism. That is the place from which to build true social well-being derived from culture. Without discounts. The rest is pure will to power. 

18 de marzo de 2024

PRECIOSO ÁTICO PARA REFORMAR

Frente a lo que pueda parecer y aunque no suene bien, `guardilla´, `bohardilla´, `boardilla´ y `buhardilla´ son formas nominales aceptadas del mismo espacio. Difícilmente puede encontrarse un fenómeno de sinonimia tan amplio en el mundo edilicio para hablar exactamente de lo mismo. Sin embargo, ninguna de esas palabras, a las que puede añadirse sus equivalentes `desván´ y `palomar´, puede esconder que esos espacios bajo los tejados no estén hoy en su mejor momento.
Desde una inmemorial onomatopeya del acto de soplar, “buff”, surgió el “bufido” del que emana, según la etimología trazada por Corominas, un encadenamiento de variaciones fonéticas que conducen a la “buharda” que acabó convertida en el diminutivo ‘buhardilla’. No puede dejar de maravillarnos que la buharda fuese el lugar por donde se "evacuaba el humo de la casa" hasta que aparecieron las modernas chimeneas. Básicamente porque antes, las casas estaban llenas de humo. El siguiente paso histórico en cuanto a las buhardillas fue el de su iluminación y el de su cambio de pendiente para volverlas más habitables. En ese camino el papel que han jugado personajes como François Mansart, y su “mansarda” y las “velux”, resulta clave para que hoy el mercado inmobiliario siga vendiendo buhardillas, denominadas, eso si, con el cínico calificativo de “precioso ático”.
Justo por eso, se trata de una de las especies de espacios en verdadero peligro de extinción. La amenaza se produce, por explicarlo someramente, por esa mefítica presión del mercado y acarrea pérdidas psicológicas y culturales de peso, porque no hay que ser muy astuto para ver que los áticos están privados del sentido de la verticalidad necesario en todo lo doméstico. En los áticos no existe una ensoñación del subir y del soñar mismo. Sin embargo las buhardillas son el necesario recipiente de la imaginación y un perfecto trastero del pasado, de un tiempo escenificado, teatralizado, que nos permite situarnos respecto a nuestro árbol genealógico y los recuerdos. “En el desván los miedos se "racionalizan" fácilmente”, dice en su auxilio Bachelard.
En las buhardillas podemos encontrar, a pesar del frio o del calor exagerado, un rincón propio. Que tras la buhardilla no haya otro vecino pero si el cielo y el aire, insufla entre la inclinación de su techo que nos obliga a una genuflexión laica, un poder psicológico insospechado. Por eso la conversión de las buhardillas en hospedajes de Airbnb, es aún más peligrosa que la de toda la turistificación y la gentrificación juntas. Salvemos las buhardillas. 
Contrary to what may seem, and even though it may no longer sound familiar to a Spanish speaker, 'guardilla,' 'bohardilla,' 'boardilla,' and 'buhardilla' are accepted nominal forms of the same space. Hardly can one find such a broad phenomenon of synonymy in the world of building as that. However, none of these words, to which their equivalents loft and dovecote can be added, can hide that these spaces under the roofs are not at their best moment.
From an immemorial onomatopoeia of the act of blowing, “buff”, arose the “puff” from which emanates, according to the etymology traced by Corominas (a renowned Spanish dictionary), a chain of phonetic variations that lead to the “buharda” that ended up converted into the diminutive ‘buhardilla’. It cannot but amaze us that the buharda was the place where the “smoke of the house was evacuated” until modern chimneys appeared. Basically before the appearance of those ducts for smoke evacuation, houses were filled with smoke. The next historical step in terms of attics was their illumination and the change of slope to make them more habitable. In this journey, the role played by characters like François Mansart, and his “mansard” and the “velux”, is key for today’s real estate market to continue selling attics, denominated, that is, with the cynical qualifier of “beautiful penthouse”.
Precisely for this reason, it is one of the species of spaces in real danger of extinction. The threat occurs, to explain it briefly, by this mephitic pressure of the market and carries psychological and cultural losses of weight, because one does not have to be very astute to see that penthouses are deprived of the sense of verticality necessary in everything domestic. In the penthouses, there is no dream of going up and dreaming itself. However, attics are the necessary container of imagination and a perfect storage room of the past, of a staged, theatricalized time, that allows us to position ourselves regarding our genealogical tree and memories. “In the attic fears are easily ‘rationalized’”, says Bachelard in its defense.
In the attics we can find, despite the cold or the exaggerated heat, a corner of our own. That after the attic there is no other neighbor but the sky and the air, insufflates between the inclination of its roof that obliges us to a lay genuflection, an unsuspected power. That’s why the conversion of attics into Airbnb lodgings is even more dangerous than all the touristification and gentrification together. Save the attics. 

Note: The Spanish terms guardilla, bohardilla, boardilla, and buhardilla all refer to attic space do not have direct English equivalents.

11 de marzo de 2024

PASARSE DE LA RAYA

La arquitectura siempre se pasa de la raya. Por sistema. Sin remedio. Se pasa de la raya porque acaba en piedra, vidrio o acero y abandona el lenguaje gráfico de las simples líneas. Salta de los trazos de tinta, lápiz, píxeles o carbón y se transmuta en muros, suelos, techos y puertas. Ese salto olímpico, igual de maravilloso que el que se produce en algún punto del circuito que va de esos grupos de signos en negro sobre papel llamados letras, a los ojos, hasta llegar al cerebro donde se convierten en una Madame Bobary, un hidalgo manchego o en el vértigo salado de un regreso a Ítaca. Ese pasarse de la raya convertido en materia hace de las líneas seres parlantes que emergen desde una monumental rayuela sobre papel hasta ser obras hechas y derechas.
Y la arquitectura se pasa de la raya, también, porque va más allá de lo educado o de lo esperable. Se vuelve algo impertinente porque nos inquiere y urga en una específica intranquilidad.
Por eso precisamente, por las relaciones de la arquitectura con esa raya que siempre cruza, hay que cuidar mucho su cultivo. Los campesinos de rayas, es decir, los arquitectos, como ese arado romano que trazó con su grueso filo un rubicón, deben saber de las consecuencias de cruzarlas para buscar al otro lado una tierra prometida.


*Valga estas líneas para homenajear a alguien que supo bien lo que era pasarse de la raya, Ramón Masats. 
 
Architecture always crosses the line. Systematically. Inevitably. It crosses the line because it ends in stone, glass, or steel and abandons the graphic language of simple lines. It leaps from the strokes of ink, pencil, pixels, or charcoal and transmutes into walls, floors, ceilings, and doors. Such an Olympic leap, as wonderful as the one that occurs at some point in the circuit that goes from those groups of black signs on paper called letters, to the eyes, and then to the brain where they become a Madame Bobary, a Manchegan nobleman, or the salty vertigo of the waves of a return to Ithaca. That crossing of the line, transformed into matter, turns lines into speaking beings that emerge from a monumental hopscotch on paper until they become upright and complete works.
And architecture crosses the line, too, because it goes beyond what is polite or expected. It becomes somewhat audacious because it inquires and probes us in a specific restlessness.
Precisely for this reason, because of the relationships of architecture with that line that it always crosses, its cultivation must be taken care of a lot. The farmers of lines, which is to say, the architects, must know the consequences of crossing over and pursue them as if their promised land lay beyond those lines.


*May these lines serve as a tribute to someone who knew all too well what it meant to cross the line, Ramón Masats.

4 de marzo de 2024

LA RELIQUIA DEL PARTI

A no ser que tengas cerca de ochenta años y seas un vetusto arquitecto, tal vez no hayas tenido la fortuna de haber oído hablar del término “parti”-que no tiene nada que ver con la inglesa y fiestera palabra “party”-. El término, en sí, es una antigualla francesa del siglo XV que proviene de la expresión “parti pris” y que aludía a lo ya “decidido” y que iba a “permanecer”.
La culpa de no haber tratado con el parti no es tuya. Se trata de una reliquia que ha ido hundiéndose entre el polvo de los libros y que se refería a la forma en que la arquitectura venía al mundo. El nacimiento de una edificación, su embrión, podría ser descrito por el parti. Aunque generalmente el parti se ha entendido con “la idea principal” de un proyecto, va más allá porque supera lo que es un simple “concepto” o un “esquisse”, y abarca los rasgos planimétricos que contienen la fuerza motriz de la obra. El parti es pues, una trayectoria que queda atrapada en los esquemas iniciales y que toma cuerpo en el conjunto de los trazos y las trazas del edificio. Lo hermoso es que aunque aparezca en los primeros bocetos, el parti contiene el necesario impulso vital que puede reconocerse en la obra construida a través del tiempo. Por eso, pobre de aquel que aspire a restaurar un edificio sin haber entendido bien su parti.
Tras su momento de gloria en el siglo XIX, este todopoderoso fantasma dirigía la marcha de la arquitectura y de cada escuela de Beaux-Arts. Con el pensamiento del “parti” el sentido de una obra estaba garantizado. El parti legitimó a Durand y a Blondel y a la disciplina de la composición. Hoy el viejo parti se ha deformado hacia la palabra “partida”, se ha transmutado en “la idea”, o simplemente, ha desaparecido.
Sin embargo, en ocasiones, la ideología subyacente del parti, aun asoma: en Hejduk, en las plantas regidas por un esquema de cuadrados de tres por tres, en la actual repetición de habitaciones sin programa dispuestas en una retícula o cuando aparece un ligero embelesamiento geométrico en el trabajo en planta. Si es bueno hoy tratar con este fantasma es porque el parti nos recuerda que la arquitectura es más que un modelo BIM o un doble digital.
Y que siempre lo será. 
Unless you’re around eighty years old and a veteran architect, you might not have had the fortune of coming across the term "parti"—which has nothing to do with the lively English word "party". The term itself is a French relic from the 15th century, derived from the expression "parti pris", signifying what has already been "decided" and is set to "remain".
The blame for not having dealt with the parti is not yours. It is a relic that has been sinking among the dust of books and referred to the way architecture came into the world. The birth of a building, its embryo, could be described by the parti. Although generally the parti has been understood as “the main idea” of a project, it goes beyond because it surpasses what is a simple “concept” or a “sketch”, and encompasses the planimetric features that contain the driving force of the work. The parti is therefore, a trajectory that is trapped in the initial schemes and takes shape in the set of strokes and traces of the building. The beautiful thing is that although it appears in the first sketches, the parti contains the necessary vital impulse that can be recognized in the work built over time. So, poor is he who aspires to restore a building without having well understood its parti.
After its moment of glory in the 19th century, this all-powerful ghost led the march of architecture and of each Beaux-Arts school. With the thought of the “parti” the sense of a work was guaranteed. The parti legitimized Durand and Blondel and the discipline of composition. Today the old parti has deformed towards the word “partida”, it has transmuted into “the idea”, or simply, it has disappeared.
However, occasionally, the underlying ideology of the parti, still appears: in Hejduk, in the plants governed by a scheme of squares three by three, in the current repetition of rooms without program arranged in a grid or when a slight geometric enchantment appears in the work on the floor. If it is good to deal with this ghost today it is because the parti reminds us that architecture is more than a BIM model or a digital double.
And it always will be.

26 de febrero de 2024

PASTELERÍA Y ARQUITECTURA FINA

Las celebraciones de los cumpleaños son peligrosas. Y más si uno es arquitecto. Ver convertida tu obra querida en un pastel acaba por banalizar todo el trabajo que llevó a su consecución. Pero ante el gesto de cariño, ¿cómo resistirse? En esa trampa ha caído hasta Mies Van der Rohe, que se dejó retratar ante su obra del Crown Hall de Chicago convertida en un pastel de nata y azúcar glas, o en la torre de los apartamentos Lafayette, donde posó feliz con sus ayudantes. Un horror.
Aquí tenemos de celebración a Philip Johnson junto al pelota de John Burgee. Johnson, que copiaba todo de Mies, seguramente hasta copió la idea de celebrar su aniversario con una tarta de una de sus obras… En fin.
El apasionante tema de la pastelería y la arquitectura fina es un campo que no tenemos precisamente olvidado los arquitectos. El azúcar y la arquitectura guardan raras pero magníficas relaciones. Se trata de uno de los bordes morales que hay que sortear. En algún momento, como los malos cocineros, todo arquitecto serio se enfrenta a la tentación de poner algo de azúcar de más en su obra. Ya me entienden, hacerla pasar mejor, más digerible, es decir, dulcificarse. Ese es el comienzo del fin. Porque la arquitectura tiene ese inconfundible sabor amargo de la almendra fresca y del aceite de oliva recién prensado.
El caso es que si me ha dado por pensar en algo de esto es porque esta página cumple con esta novecientas entradas. Se dice pronto. Cuando lleguemos a mil, prometo que la liamos parda y hacemos una tarta. De almendra.
Birthday celebrations can be dangerous. Even more so if you’re an architect. Seeing your beloved work turned into a cake ends up trivializing all the effort that went into its achievement. But faced with a gesture of affection, how can one resist? Even Mies Van der Rohe fell into this trap, allowing himself to be photographed in front of his work, the Crown Hall in Chicago, transformed into a cream and icing sugar cake, or in front of the Lafayette apartment tower, where he posed happily with his assistants. A horror.
Here we have Philip Johnson celebrating with John Burgee, who is always buttering up Johnson. Johnson, who copied everything from Mies, probably even copied the idea of celebrating his anniversary with a cake of one of his works… Anyway.
The exciting topic of pastry and fine architecture is a field that we architects have not exactly forgotten. Sugar and architecture have strange but magnificent relationships. It is one of the moral edges that must be navigated. At some point, like bad cooks, every serious architect faces the temptation to put a little more sugar in his work. You know what I mean, make it go down better, more digestible, in other words, sweeten it. That is the beginning of the end. Because architecture has that unmistakable bitter taste of fresh almond and freshly pressed olive oil.
The thing is, if I’ve been thinking about any of this, it’s because this page is celebrating its nine hundredth entry. It’s said quickly. When we reach a thousand, I promise we’ll make a big fuss and bake a cake. An almond one.

19 de febrero de 2024

PUERTAS ENCADENADAS


Una puerta tras otra no es algo ante lo que quepa maravillarse. Ni siquiera lo es que esas dos puertas estén alineadas y que una sirva de marco a la otra. Tampoco causa admiración que a esos dos huecos le suceda otro más sobre el mismo eje. Se trata de inmemoriales recursos de la arquitectura clásica. Sobre la experiencia de puertas encadenadas se construyeron muchos de los mejores argumentos de la arquitectura doméstica y palaciega a partir del Renacimiento. Curiosamente, no antes. 
Cualquiera que se dedique a estudiar con la dedicación que merece este fenómeno en la arquitectura de Palladio, por ejemplo, descubrirá que una de las delicadezas de su trabajo se encuentra en haber ofrecido su propio modo de costura de estancias por medio de puertas encadenadas. Hizo que sus volúmenes proporcionados delicadamente se vincularan por medio de puertas alineadas pero se limitó a no coser más de cinco estancias consecutivas. Este principio de pasos comunicantes, que se popularizó posteriormente con el término enfilade, y cuyas resonancias etimológicas con "enhebrar" no son gratuitas, existía ya en la arquitectura del palazzo renacentista. Francesco di Giorgio Martini en su tratado habla de ese modo de unión entre cuartos en "le distribuzioni delle stanze". Ilustra con diversas plantas no solo enfilades sino dobles enfilades cruzando vertiginosamente sus trazados. En el Palazzo Farnese o el Medici Ricardi se producen enfilades canónicas tal como las entendió luego el barroco. Puertas que cruzan cuartos, generalmente cerca de los huecos de la fachada. Sin embargo, Palladio las extiende en las cuatro direcciones haciendo que crucen las casas como rayos, desplazando las enfilades hacia el eje del cuarto, con las implicaciones que eso implica en cuanto al uso de esas estancias y su privacidad, y hace que culminen en el desnudo paisaje y no, como sucederá poco después, en la cama de un rey.
Las enfilades de Palladio no son aún instrumentos de protocolo en los que nos vemos obligados a esperar al cruce del umbral dependiendo de nuestra categoría social, sino que se hallan libres de todo peso político. Que al fondo de las enfilades palladianas no nos espere nadie más que la levedad del horizonte, y el "plein air", aunque sea artificial en ocasiones, era, por mucho que hoy no captemos más que las grandes gestas de la arquitectura histórica, tan revolucionario como lo fue insertar una cúpula y el lenguaje del templo en el ámbito doméstico.
One door after another is not something to marvel at. Nor is it that these two doors are aligned and that one serves as a frame for the other. Nor does it cause admiration that another hole follows these two on the same axis. These are timeless resources of classical architecture. Many of the best arguments of domestic and palatial architecture were built on the experience of chained doors from the Renaissance onwards. Curiously, not before.
Anyone who dedicates themselves to studying this phenomenon in Palladio's architecture, for example, with the dedication it deserves, will discover that one of the delicacies of his work lies in having offered his own way of stitching rooms together through chained doors. He made his delicately proportioned volumes link through chained doors but limited himself to not threading more than five consecutive rooms. This principle of communicating doors, which later became popular with the term enfilade, and whose etymological resonances with "threading" are not gratuitous, already existed in the architecture of the Renaissance palazzo. Francesco di Giorgio Martini in his treatise speaks of this mode of union between rooms in "le distribuzioni delle stanze". He illustrates with various plans not only enfilades but double enfilades crossing their layouts vertiginously. In the Palazzo Farnese or the Medici Ricardi canonical enfilades are produced as the Baroque later understood them. Doors that cross rooms, usually near the facade openings. However, Palladio extends them in all four directions, making them cross the houses like rays, moving the enfilades towards the axis of the room, with the implications that this implies in terms of the use of these rooms and their privacy, and makes them culminate in the bare landscape and not, as will happen shortly afterwards, in a king's bed.
Palladio's enfilades are not yet instruments of protocol in which we are obliged to wait for the crossing of the threshold depending on our social category, but they are free of all political weight. That at the end of the Palladian enfilades we are not awaited by anyone more than the lightness of the horizon, and the "plein air", despite being an artificial one, was, as much as today we only capture the great feats of historical architecture, as revolutionary as it was to insert a dome and the language of the temple in the domestic sphere.

12 de febrero de 2024

TEMPLOS DE LADRILLO

No me pregunten por qué, pero el ladrillo ha gozado de poco lustre a la hora de ser empleado en los templos. Los romanos y los griegos fueron muy reticentes a la hora de construir templos con ese modesto material. Puede que no se fiaran mucho de su durabilidad o que los ladrillos no fuesen por entonces más que un buen relleno debido a su pobre calidad.
Sin embargo, el ladrillo es sólido, como bien sabía el más ilustrado de los tres cerditos, a pesar de no ser muy glamuroso a la hora de erigir monumentos con una fuerte aspiración de eternidad. El ladrillo, por eso mismo, se recubría habitualmente con estucos, morteros y aplacados. Las fachadas “inacabadas” de San Lorenzo en Florencia o San Petronio en Bolonia son un vivo ejemplo. El siglo XIX con el neomudejar, el siglo XX y la exhibición de su crudeza y sinceridad constructiva, o en el siglo XXI y la persecución de nuevas formas de colocación han supuesto solo gloriosos paréntesis. Ciertamente el ladrillo posee la misma dignidad que la paja, la madera o la piedra, de hecho, es bien sabido que para el buen arquitecto no hay materias con más o menos nobleza, pero lo cierto es que incluso el tercer cerdito tuvo que sufrir un ligero cambio entre las versiones del cuento fruto de la falta de confianza hacia la eternidad del ladrillo. Por lo visto, ni a los cuentistas les pareció que el ladrillo resolviese bien la imagen de solidez e inmutabilidad frente al soplido del lobo que pretendían transmitir y tuvieron que sustituir la versión de la última casa a una hecha de piedra.
Y si la literatura era sensible a esa solidez incompleta del ladrillo, no es de extrañar que medio Renacimiento y hasta Palladio, incluso, tuvieran que recubrir los suyos para no dejarlos a la vista.
La casa de ladrillo, o el templo, además de que tiene que tener chimenea, requiere de aparejar esos ladrillos, y de construir con reglas, plomadas y seguros. En fin. En el templo de ladrillo nos quedamos, como los tres cerditos reunidos al final del cuento. Tratando de encender el fuego para que no se cuele otro lobo por la chimenea.
Ahora que pienso en esto del fuego y la chimenea, puede que el tercero de los cerdos fuese el más termodinámico de los tres.
Don't ask me why, but brick has enjoyed little prestige when it comes to being used in temples. The Romans and Greeks were quite hesitant to build temples with this humble material. Perhaps they didn't trust its durability much, or maybe bricks were just considered good filler due to their poor quality back then.
Nevertheless, brick is solid, as the most enlightened of the three little pigs knew, despite not being very glamorous when it comes to erecting monuments with a strong aspiration for eternity. For this reason, brick was frequently covered with stuccos, mortars, and facings. The "unfinished" facades of Saint Lorenzo in Florence or Saint Petronio in Bologna are a vivid example. The 19th century with the neo-Mudejar, the 20th century with the display of its rawness and constructive sincerity, or the 21st century and the pursuit of new methods of placement have only represented glorious parentheses. Indeed, brick possesses the same dignity as straw, wood, or stone. It is well known that, for a good architect, there are no materials with more or less nobility. However, the truth is that even the third pig had to undergo a slight change between versions of the story due to a lack of confidence in the eternity of brick. Apparently, even storytellers didn't think that brick portrayed the image of solidity and immutability against the wolf's blow that they wanted to convey, and they had to replace the version of the last house with one made of stone.
And if literature was sensitive to this incomplete solidity of the brick, it's not surprising that half of the Renaissance, and even Palladio, had to cover theirs to keep them out of sight.
The brick house, or the temple, besides needing a chimney, requires laying those bricks and constructing with rules, plumb bobs, and liability insurances. That´s it. We are left with the brick temple, like the three pigs gathered at the end of the tale, trying to light the fire so that another wolf doesn't sneak in through the chimney.
Now that I think about this fire and chimney, the third of the pigs might have been the most thermodynamic of the three.