En el pabellón de Carlos Ramos, en Oporto, puede verse un ejemplo de ese especial tipo de fortuna. Al dibujar sus alzados, en algún momento, inexplicablemente, Siza “olvidó” borrar una línea negra que no correspondía con forjados, ni con despieces, ni cambios de materia, ni resaltos. Una línea perdida y sin sentido que el constructor se vio en la necesidad de dar cuerpo a pesar de no poder entender su motivo. Aunque si la obra era de un maestro, pensó, algún sentido tendría. Y la interpretó.
Sobre un lateral del pequeño pabellón Carlos Ramos en Oporto una línea negra, delgada y de pequeñas teselas vitrificadas en negro, recorre horizontalmente su fachada. Inexplicablemente hermosa. Como un acento arquitectónico.
De ese descuido cabe un aprendizaje inmediato para cualquier arquitecto durante su formación: toda línea se construye. Todo lo dibujado acaba y tiene como finalidad una realidad física y tangible. En el caso de Siza cabe aludir a la suerte. Para el resto de los mortales esa línea sería un error irremediable, un horror.
Aunque en arquitectura esa suerte, la suerte de una buena interpretación, hay que ganársela - igual que un militar se gana el respeto en el campo de batalla- con otras miles de líneas con probado sentido. Tal vez por eso no se trate de suerte sino de algo parecido a un especial estado de atención que hace que cualquiera que participa en una obra maestra sepa, a priori, que cada dibujo es cosa seria. Porque para el arquitecto todo dibujo, cada línea, es intencionada y no cabe apenas nada fuera de esa vocación. Hay que recordarlo.(1)
(1) Cuantas veces no habremos hablado de esa línea perdida con P. Saiz.