Si el vidrio es el material del futuro, el hormigón lo es del presente eterno. Como material asociado al nacimiento de la modernidad encierra todas sus mentiras y peligros.
Al contrario que la fábrica de ladrillo, el hormigón mantiene oculta su alma. Sus entrañas permanecen oscuras y solo vemos la complejidad de una superficie que ha retenido la memoria del molde en que fue pergeñado.
Material pastoso, artero, “agregado contaminado y artificial”, que aprovecha la forma recibida de un encofrado efímero y despreciable para lucir su dureza. Material sólido, pero híbrido, viejo antes de nacer porque encoge y achica con el tiempo.
Aunque híbrido no es la palabra precisa, el hormigón es más bien el material antológico del parasitismo: gracias a sus cualidades protege al acero interior de la corrosión, dilata y se comporta en conjunto con él. El acero presta al hormigón la elasticidad impropia de un material pétreo. Ambos se convierten en una acelerada roca metamórfica que tiñe lo moderno de gris sin fin.
El hormigón como masa construida, difiere en su nobleza de la arcilla y el adobe. El barro no juega con ese interior oculto para lucir sus proezas. Material que debe su éxito a su ligera costra superficial y unos poderes invisibles que le permiten volar.
O navegar.
Que durante años se fabricaran barcos de hormigón significa que, bien entrado el siglo de sus logros, aun no se supiera qué hacer con él de manera honesta.
Aprovechando la protección frente a la corrosión del mar, fue presentada en la exposición universal de 1854 una pequeña barquichuela de hormigón ideada por el Sr. Lambort, que apenas dio que pensar sobre sus cualidades ontológicas. Más tarde se llegaron a fabricar doce barcos en el astillero de William L. Comyn. Un barco de piedra resulta insensato, a pesar de que la física de Arquímedes imponga para su flotabilidad cuestiones contra las que la lógica no está preparada. (Aunque tal vez lo mismo podría decirse de los barcos construidos con acero).
Hoy el hormigón está esperando liberarse aun de sus corsés y sus moldes. El gunitado, vómito descontrolado y salvaje, no ha encontrado aun la obra que redima definitivamente al hormigón del insufrible ornamento del encofrado.
Sin embargo cabe aun la esperanza de su auténtica salvación como material en el siglo XXI.