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1 de diciembre de 2024

ENCABALGAMIENTO

Le Corbusier, Weissenhofsiedlung
Le Corbusier hablaba del encabalgamiento como uno de los fenómenos más específicos de la arquitectura moderna. Una habitación no acababa donde lo hacían sus cuatro paredes, sino que se encontraba solapada con la siguiente porque alguno de sus muros, muy probablemente, asomaba fuera de sus bordes. El tiempo de la habitación roja y la sala azul se había acabado con el siglo XIX, decía. Y no le faltaba razón.
El encabalgamiento era un fenómeno hermoso y propio de la poesía desde tiempos ancestrales. El efecto de no terminar un verso en su sitio, sino hacer que montase sobre el siguiente, encabritando su métrica, introduce el misterio y la urgencia en la lectura. La poesía que se deja guiar por el ritmo de los versos y su tonalidad encuentra en el encabalgamiento tensión y efectos inesperados. El encabalgamiento despierta, a otra escala, la incertidumbre del “¿qué pasará?” en que se fundan el final de los episodios de una serie televisiva o de las viejas novelas por fascículos.
Curiosamente, este fenómeno del encabalgamiento se dejó en el cajón por mucho tiempo. Lo más cerca que se estuvo de su análisis fue aquel famosísimo escrito sobre la transparencia literal y fenomenal. Pero a pocos se les ocurrió que el encabalgamiento era uno de los ejes constituyentes de la arquitectura moderna misma. Dicho de otro modo, que en el uso de una silla estaba implícito su empleo ocasional como escalera, o que un cuadro purista era un solape contaminado de formas en interacción antes que un juego de transparencias entre botellas y guitarras.
El encabalgamiento explicaba la plástica moderna y encontraba su culmen en el paseo arquitectónico, en el que cada espacio estaba contaminado por el anterior. El fenómeno del encabalgamiento nos recuerda que ninguna forma se encuentra encapsulada. Para bien, la realidad de la arquitectura se encuentra permanentemente inmiscuida por lo que le rodea. Por mucho que una pared pueda desempeñar varios papeles sin perder su integridad, el conjunto de todas las piezas de una obra se encuentra barajado como un mazo de cartas.
Le Corbusier spoke of enjambment as one of the most specific phenomena of modern architecture. A room no longer ended where its four walls did; instead, it overlapped with the next because one of its walls, most likely, extended beyond its boundaries. The era of the red room and the blue salon had ended with the 19th century, he claimed. And he wasn’t wrong.
Enjambment was a phenomenon both beautiful and inherent to poetry since ancient times. The effect of not ending a line where it "should" but letting it spill over into the next, unsettling its rhythm, introduces mystery and urgency to the reading. Poetry guided by the rhythm and tonality of its verses finds in enjambment a tension and unexpected effects. At another scale, enjambment evokes the uncertainty of “what will happen next?” on which the finales of TV episodes or serialized novels are built.
Curiously, this phenomenon of enjambment was left in the drawer for a long time. The closest it came to analysis was that famous essay on literal and phenomenal transparency. Yet few realized that enjambment was one of the very pillars of modern architecture itself. Put differently, that the use of a chair implied its occasional function as a ladder, or that a Purist painting was an interplay of overlapping forms rather than merely a transparent arrangement of bottles and guitars.
Enjambment explained modern plasticity and reached its apex in the architectural promenade, where every space was infused with traces of the one before. This phenomenon reminds us that no form exists in isolation. For better or worse, the reality of architecture is perpetually entangled with what surrounds it. No matter how many roles a wall might play without losing its integrity, the entirety of a work’s pieces is shuffled together like a deck of cards.

25 de agosto de 2024

EL AGUJERITO DE LA PARED


Toda pared, a los dos días de haber sido pintada, posee un habitante inevitable fruto de un error de cálculo: el agujerito. Se intenta colgar un cuadro, o el retrato materno o el poster adolescente e, inexplicablemente, se clava en el sitio inadecuado. El agujerito entonces se convierte en un polifemo que nos vigilará por el resto de nuestros días. O hasta el nuevo repintado. El único remedio, como es bien sabido, no consiste en volver a llamar al pintor. Cosa impensable. Sino añadir más y más agujeritos que soporten un cuadro que tape ese recién despertado ojo espía.
El agujerito como actor secundario aparece en la historia del hogar desde antiguo. Desde allí se escucha el otro lado del muro, y ayuda a Vermeer a que sus paredes sean seres ancianos, con pasado, y de un color irrepetible. Los agujeritos que existen tras su mujer vertiendo leche son constelaciones no menos hermosas que las que formaban los agujeritos que soportaban los andamios en el muro este de la capilla de Ronchamp de Le Corbusier. Estrellas domésticas, que una vez suprimidos los cuadros, quedan como un conjunto de perforaciones rellenas de alcayatas, desconchones y sombras y que representan un tipo de huellas del habitar que solo percibimos en los desahucios y las mudanzas. 
Every wall, just days after being painted, inevitably gains a new inhabitant due to a miscalculation: the little hole. When trying to hang a picture, a family portrait, or a teenager poster, it inexplicably ends up in the wrong spot. This tiny hole then becomes a Cyclops that watches us for the rest of our days—or until the next repainting. The only remedy, as is well known, isn’t to call the painter again, which is unthinkable. Instead, it’s to add more and more holes to support a picture that will cover up that newly awakened spying eye.
The little hole, as a supporting character, has appeared in the history of homes for ages. From there, you can hear the other side of the wall, helping Vermeer’s walls appear ancient, with a past, and of an irreplaceable color. The holes behind his wife pouring milk are constellations, no less beautiful than those that held the scaffolding on the east wall of Le Corbusier’s Ronchamp chapel. These domestic stars, once the pictures are removed, remain as a collection of filled perforations, chips, and shadows, representing a type of living footprint that we only notice during evictions and moves.

13 de mayo de 2024

TALENTO CRIMINAL

Un detenido por portar un arma blanca; demandado por agresión en varias ocasiones; arrestado por golpear a pedradas a un agente de la autoridad y, finalmente, condenado por homicidio y lesiones graves durante una riña, fue, además, autor de algunas de las pinturas más excepcionales del barroco de todos los tiempos. Caravaggio era un delincuente y sin embargo, su obra resulta inmortal... ¿O tal vez no? ¿Deberían ser descolgados sus cuadros de los museos por sus abominables crímenes? El problema moral que asoma tras cada obra del pasado nos sitúa ante un vértigo difícil de soportar para la susceptibilidad occidental contemporánea... 
La casa de Philip Johnson, es decir, la casa que construyó como estudiante en Harvard como proyecto de graduación, ha pasado a denominarse "la casa en la que vivió Philip Johnson". Para la academia americana resulta intolerable que una de las figuras más importantes de la historia de la arquitectura de su país mostrase una familiaridad inaceptable con el nazismo. Para occidente toda figura cuyo nombre sea empleado en el espacio público debe ser ejemplar: "No nos detendremos aquí", ha dicho la Decana de Harvard. (Mientras se debate sobre eso con vehemencia, no hay declaración oficial alguna sobre los crímenes de lesa humanidad que se televisan hoy en todo el mundo) ¿Alguno de los actuales miembros del "Johnson Study Group" que trata hoy de "resituar" su figura -es decir, condenarle al ostracismo-, apelará en unos años a su condición homosexual en la búsqueda de referentes por parte de ese colectivo antes que a su intragable ideología? ¿Podrá eso resarcirle de sus inmorales actitudes supremacistas, antisemitas y misóginas? ¿Hace eso deplorable su casa de la calle 9 Ash, en Cambridge, que fue en realidad la primera "casa patio miesiana" construida de todo el mundo?
El legado de Mies o Le Corbusier pueden verse comprometidos si se estudian en profundidad sus ambigüedades. El haberse despedido en algunas de sus cartas con el saludo nazi, en el caso del alemán, o el haber colaborado lateralmente con el régimen de Vichy en el caso del pintor suizo, ¿desligitiman algunas de las obras maestras de la arquitectura moderna? ¿Debería dejar de enseñarse la obra de Mies en las escuelas de arquitectura por los dibujos que hizo del pabellón Alemán para la Feria Mundial de Bruselas de 1935 en los que ondeaba la bandera nazi?
Existen más frentes abiertos. El exceso de consumo energético de los inmensos vidrios simples empleados por el mismo Mies Van der Rohe, o el exceso de hormigón usado por Le Corbusier, les hace ser mirados hoy con ojos sospechosos a pesar del magisterio de su arquitectura. ¿Hasta dónde se producirá el juicio sumario al pasado? ¿Aguanta alguna obra actual las acusaciones en el territorio de lo sostenible o de la equidad cuando habitamos en un mundo impuro?
A pesar de que se afanen por realizar candorosas declaraciones sobre el bienestar tecnopolítico, económico, social y ecológico de sus obras, ¿acaso alguien cree que próximamente no se analizarán, y hasta el extremo, el real consumo y desperdicio de energía, medios o la más ligera explotación laboral encubierta de los edificios erigidos por cada reputado decano o catedrático? ¿Se comprometieron ejemplarmente con la paridad de género o la equidad étnica del colectivo de los ferralistas, alicatadores o instaladores que construyeron sus edificios? Unas simples mediciones pueden dar al traste una carrera construida sobre un discurso que no se compadece con la realidad. ¿Hasta donde debe llevarse esto? La obra concreta y los propios valores que es capaz de generar un edificio no importan si se considera este tema del valor como algo relativo. Y sin embargo ver la dosis de mejora del lugar que ocupa, el matiz de sensibilidad que abre, la cantidad de verdad que ofrece esa obra de arquitectura, tal vez brindase alguna salida, aunque fuese provisional. 
Parece más sencillo comprometerse con la crítica al pasado, considerado como algo refutable, que con la crudeza del presente. En fin, lo único claro es que Caravaggio no saldrá en nuestro auxilio.
A detainee for carrying a bladed weapon; sued for assault on multiple occasions; arrested for pelting a law enforcement officer with stones and ultimately convicted of homicide and grievous bodily harm during a brawl, was also the author of some of the most exceptional Baroque paintings of all time. Caravaggio was a criminal, yet his work remains immortal... Or does it? Should his paintings be removed from museums due to his abominable crimes? The moral dilemma that emerges with each work from the past presents a vertigo difficult to bear for contemporary Western sensibilities...
Philip Johnson's house, that is, the house he built as a student at Harvard as his graduation project, has now been renamed "the house where Philip Johnson lived." For the American academy, it is intolerable that one of the most important figures in the history of architecture in their country showed unacceptable familiarity with Nazism. In the West, any figure whose name is used in the public sphere must be exemplary: "We will not stop here" said the Dean of Harvard. (While this is hotly debated, there is no official statement on the crimes against humanity being televised around the world today).Will any of the current members of the "Johnson Study Group" who today seek to "reposition" his figure - that is, condemn him to ostracism - appeal in a few years to his homosexual condition in the search for references by that collective rather than to his unpalatable ideology? Can that compensate for his immoral supremacist, anti-Semitic, and misogynistic attitudes? Does that make his residence at 9 Ash Street in Cambridge, which was actually the first "Miesian courtyard house" built in the world, deplorable?
The legacy of Mies or Le Corbusier may be compromised if their ambiguities are studied in depth. Saying farewell in some of their letters with the Nazi salute, in the case of the German, or collaborating tangentially with the Vichy regime in the case of the Swiss painter, does it delegitimize some of the masterpieces of modern architecture? Should Mies's work stop being taught in architecture schools because of the drawings he made of the German Pavilion for the 1935 Brussels World's Fair with the Nazi flag flying?
There are more fronts open. The excessive energy consumption of the immense single glasses used by Mies Van der Rohe himself, or the excessive concrete used by Le Corbusier, makes them looked at today with suspicious eyes despite the mastery of their architecture. How far will the summary judgment of the past go? Does any current work withstand accusations in the realm of sustainability or equity when we inhabit an impure world?
Despite their efforts to make candid statements about the tecnopolitical and ecological well-being of their works, does anyone believe that soon their real energy consumption and waste, means, or even the slightest covert labor exploitation of the buildings erected by every renowned Dean or professor will not be analyzed to the extreme? Did they exemplarily commit to gender parity or ethnic equity in the collective of ironworkers, tilers, or installers who built their buildings? Simple measurements can thwart a career built on a discourse that does not align with reality. How far should this be taken? The specific work and the values that architecture is capable of generating do not matter if that value is considered relative. And yet perhaps seeing the dose of improvement in its place, the nuance of sensitivity it opens, the dose of truth that work of architecture offers, perhaps it would provide some way out, even if it were temporary.
It seems easier to commit oneself to the criticism of the past as something refutable than to the crudeness of the present. In the end, the only thing that is clear is that Caravaggio will not come to our rescue.

29 de abril de 2024

LA BRECHA

Es inevitable. Existe una brecha entre la sofisticación discursiva de un arquitecto y su obra. No se trata de un desfase de tiempo, es decir, no se trata de un retardo en el que las palabras se anticipan a la lentitud de la construcción, sino de una brecha que atañe a la densidad de lo alcanzado. Por supuesto, este desfase se produce en las dos direcciones. Sabemos que ha existido siempre en la historia de la arquitectura y hoy es muy sencillo percibirla.
Hay con nosotros arquitectos que nos hacen ver esa fisura nítidamente. Lo dicho por parte de muchos de nuestros contemporáneos no se compadece con lo logrado en la realidad construida. Hay mil ejemplos cercanos en los que se puede ver que las obras y su argumentario marchan palpablemente desacompasados. Seguramente el milagro se encuentra, precisamente, en el hecho de que la densidad mental y la de la obra encajen. Pocos lo logran y esto sirve para mostrar cuánto de independiente es la obra de su autor. A veces de padres memos nacen obras geniales, y viceversa.
Puede recurrirse a ejemplos ya históricos por no ir a lo sangrante de lo puramente actual. Wright criticaba a Le Corbusier por escribir tres libros por cada obra que construía. Claramente, Wright era consciente de esa brecha. En los demás. El discurso de los Smithson es mucho más hondo y avanzado que la obra edificada, por mucho que ésta sea valiosísima. Otro tanto sucede con Cedric Price. En el otro extremo, podemos encontrar casos lacónicos, vacíos u opacos, discursivamente, que alcanzan terrenos de verdadera hondura con su trabajo. A pesar de su evidente disparidad, Mies Van der Rohe, Paul Rudolph, Miguel Fisac o Craig Elwood son preclaros ejemplos de esto último... Como hecho construido, la arquitectura posee un nivel de densidad disciplinar, y no encuentro una palabra mejor, intelectual o cultural, que le es propia. Atañe al ser humano a un nivel sensorial y emocional diferente del mero discurso de la pintura, la música o la literatura. La toma de consciencia de esa brecha, además de ser un síntoma, supone un valioso rasero y una invitación. Tal vez al silencio.  
It's inevitable. There exists a gap between the discursive sophistication of an architect and the work. This is not a time lag, that is, it's not a delay of words upon the slowness of the building, but a gap that pertains to the density of what has been achieved. Of course, this discrepancy occurs in both directions. We know it has always existed in the history of architecture and today it is very easy to perceive it.
There are architects among us who make us see this fissure clearly. What is said by many of our contemporaries does not match what is achieved in the built reality. There are a thousand nearby examples where you can see that the works and their argument march palpably out of step. Surely the miracle lies precisely in the fact that the mental density and that of the work fit together. Few achieve it and this serves to show how independent the work is from its author. Sometimes from less gifted parents, brilliant works are born, and vice versa.
Historical examples can be used to avoid going to the bleeding edge of the purely current. Wright criticized Le Corbusier for writing three books for each work he built. Clearly, Wright was aware of that gap. In others. The discourse of the Smithsons is much deeper and more advanced than the built work, as valuable as it is. The same happens with Cedric Price. At the other extreme, we can find laconic, empty or opaque cases, discursively, that reach areas of true depth with their work. Despite their evident disparity, Mies Van der Rohe, Paul Rudolph, Miguel Fisac or Craig Elwood are clear examples of the latter... As a constructed fact, architecture possesses a level of disciplinary density, and I can't find a better word, intellectual or cultural, that is its own. It pertains to the human being at a sensory and emotional level different from mere discourse of painting, music or literature. The awareness of this gap, in addition to being a symptom, implies a valuable yardstick and an invitation. Perhaps to silence.



21 de agosto de 2023

LA PUERTA DEL PINTOR

 


La puerta del pintor, la diseñada por el pintor me refiero, es bien diferente a la puerta ideada por el arquitecto. Uno y otro habitan un mundo de intereses contrapuestos y hasta contradictorios.
Matisse, pintor cósmico, ante el encargo de la Chapelle du Rosaire de Vence hizo algo más que contentase con pintar sus paredes. Lo hizo todo. Incluso esta puerta calada, con su pomo y su celosía hermosa para introducirnos a su luz y color interior. Matisse consideraba esta obra como el culmen de su carrera. En los últimos años de su vida, las pruebas de color de los vitrales, los trazos de las paredes y el conjunto supusieron para él un reto. Algunas de las observaciones sobre la capilla resultan inolvidables: recomendaba su visita las mañanas de otoño debido a los matices de luz que adquiría el conjunto eran óptimos, en ese momento, para apreciar la belleza tonal. Algunas de las pruebas de los vidrios para las ventanas fueron descartados por ser de colores demasiado puros. El verde, el amarillo que entra por los huecos de las ventanas sirven para sugerir, como por arte de magia, el ausente color rojo...
Un monumento a la sensibilidad cromática y pictórica. Pero, sin que suponga un menoscabo de su belleza, poca cosa para una puerta desde el punto de vista de la arquitectura. (Que prestaría atención a si una puerta debe invadir un lugar sagrado al abrirse, a su tamaño y a su peso, a la postura en que quedaría el cuerpo de quien la usara y si se necesitaría, antes de entrar, un espacio de subida, como hace siempre, por ejemplo, Le Corbusier en las puertas de sus iglesias)  

The painter's door, the one designed by the painter, is quite different from the door conceived by the architect. Each inhabits a world of opposing and even contradictory interests.
Matisse, a cosmic painter, when commissioned for the Chapelle du Rosaire in Vence, did more than just paint its walls. He did it all. Including this intricate door, with its handle and beautiful lattice, invites us into its inner light and color. Matisse considered this work to be the pinnacle of his career. In the last years of his life, the color tests for the stained glass, the brushstrokes on the walls, and the overall composition posed a challenge for him. Some of his observations about the chapel are unforgettable: he recommended visiting it on autumn mornings, as the interplay of light and hues reached optimal levels for appreciating the tonal beauty. Certain glass samples for the windows were discarded for having colors that were too pure. The green and yellow streaming through the window openings seemingly conjured the absent red color, almost like magic...
A monument to chromatic and pictorial sensitivity. However, without diminishing its beauty, it is a minor matter for a door from the architectural point of view. (One that would pay attention to whether a door should intrude upon a sacred place upon opening, to its size and weight, to the posture in which the body of the user would be left, and whether a rising space would be needed before entering, as is always done, for example, by Le Corbusier in the doors of his churches).
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5 de junio de 2023

BLANCO PURO BLANCO

El blanco es más que un color. Es una idea. De hecho es un corpus filosófico por si mismo (y si se apura, hasta una religión). Asociado al vacío y a la pureza, el blanco representa lo nuevo y lo frágil. La leche, la luna y la nieve son más que un alimento primigenio, que el signo nocturno por excelencia, y que el totem del frío invernal gracias a su color. Ciertamente, lo blanco alimenta más que la lactosa. 
La página en blanco, o el lienzo, tanto da, precisamente por su blancura, engendra sus miedos. Malevich y su "cuadrado blanco sobre fondo blanco" trató de bordearlos jugando sobre el límite de su abismo. El "blanco manchado" que allí se desplegaba, no era por tanto un color sino un delicado oxímoron a la altura de "inteligencia militar" o "realidad virtual". El plomo sustentó la química del blanco en la historia del la pintura hasta la llegada a escena del óxido de titanio. Lawrence Herbert creó la guía Pantone para entrar en matices y en ella hasta se inventó un "blanco esperma", pero fue incapaz de distinguir en su carta cromática ni la mitad de matices del blanco que posee para el pueblo Inuit. El mundo cotidiano conoce bien esas sutilezas aunque sean de difícil definición. Sin el "blanco roto" el diseño de interiores seguramente no existiría como disciplina. (Del mismo modo, el universo ideológico de todo "libro blanco" sostiene la moral de instituciones que, de otro modo, difícilmente podrían justificar su utilidad pública). 
De los colores manejados en la arquitectura el blanco es el más neutro y sin embargo el más cargado de historia. "El blanco, ese color que no pesa", decía Alejando de la Sota. No solo no pesa, incluso hace levitar las cosas y las casas. Que se lo digan a Mies Van der Rohe y a toda la arquitectura blanca de Japón. El blanco de la cal ha brindado más unidad y congruencia a las ciudades y los pueblos que todos los planes urbanos juntos. Ese blanco hirviente es abrasivo y depurador. La higiene, durante siglos, dependió antes del uso del color blanco de la cal, que del jabón.
El blanco nostálgico de Le Corbusier cuando cantaba a un pasado donde las catedrales eran de ese color no era otra cosa que un programa fundacional de la modernidad antes que un alegato a la realidad. Entre los blancos más hermosos de la historia de la arquitectura están los de Brunelleschi, que precisamente por estar acompañados de grises adquirían mayor brillo. Los del mármol Pentélico, blancos como la luz gracias a la lejanía del mar. Los de Palladio y Alberti y sus piedras calcáreas. Los de los interiores rococó, empleados para hacer destacar lo demás...
Sin embargo el siglo del blanco es el XX. Desde allí Van Doesburg decía: "El Blanco es el color espiritual de nuestra era, la limpieza que dirige todas nuestras acciones. No es blanco manchado ni blanco marfil, sino blanco puro". Antes que un color, para la modernidad lo blanco fue una bandera (algo impura, ya que ni el mismo Le Corbusier hizo nunca un edificio completamente blanco). Lo blanco era el futuro. Era una promesa. Inclumplida, bien es cierto.
En relación a lo blanco, cada uno tiene sus preferencias pero hay un blanco del que uno no se puede olvidar. Uno que permanece grabado en el cerebro. En mi caso, es el blanco de las nubes que flotan como corderos sobre el tambor de la Biblioteca de Estocolmo de Asplund. Si hay unicornios blancos es por ese tipo de blanco recordado. 
White is more than just a color. It is an idea. In fact, it is a philosophical corpus in and of itself (and if pushed, even a religion). Associated with emptiness and purity, white represents the new and the fragile. Milk, the moon, and snow are more than just primal sustenance, the quintessential nocturnal symbol, and the totem of winter cold thanks to their color. Indeed, white nourishes more than lactose does.
The blank page, or the canvas, it doesn't matter, precisely because of its whiteness, engenders its fears. Malevich and his "white square on a white background" tried to skirt them, playing on the edge of their abyss. The "stained white" that unfolded there was not a color but a delicate oxymoron on par with "military intelligence" or "virtual reality." Lead supported the chemistry of white in the history of painting until titanium dioxide took the stage. Lawrence Herbert created the Pantone guide to delve into nuances, even inventing a "sperm white," yet he was unable to distinguish half of the white shades possessed by the Inuit people in his color chart. The everyday world is familiar with these nuances, albeit challenging to define. Without "off-white," interior design would likely not exist as a discipline. (Similarly, the ideological universe of every "white paper" upholds the morals of institutions that, otherwise, would struggle to justify their public utility.)
Of all the colors used in architecture, white is the most neutral and yet the most laden with history. "White, that color that carries no weight," said Alejandro de la Sota. Not only does it carry no weight, it even makes things and houses levitate. Just ask Mies Van der Rohe and all the white architecture of Japan. Lime white has brought more unity and coherence to cities and towns than all urban plans combined. That scorching white is abrasive and purifying. Hygiene, for centuries, depended more on the use of lime white than on soap.
The nostalgic white of Le Corbusier when he sang of a past where cathedrals were of that color was nothing more than a foundational program of modernity rather than a plea for reality. Among the most beautiful whites in architectural history are those of Brunelleschi, which acquired greater brilliance precisely because they were accompanied by grays. The Pentelic marble, white as light thanks to its distance from the sea. The limestone of Palladio and Alberti. The Rococo interiors, used to make everything else stand out...
However, the century of white is the 20th. From there, Van Doesburg said, "White is the spiritual color of our era, the cleanliness that guides all our actions. It is not stained white or ivory white, but pure white." For modernity, white was more than just a color; it was a flag (albeit impure, as not even Le Corbusier ever built a completely white building). White was the future. It was a promise. Unfulfilled, it is true.
Regarding white, everyone will have their preferences, but there is one white that one cannot forget because is engraved into the mind. In my case, the white of the clouds floating like lambs over Asplund's Stockholm Public Library. If there are white unicorns, it is because of that kind of remembered white.

21 de noviembre de 2022

ELOGIO DE LOS COJINES


Cuando Charlotte Perriand acudió a pedir trabajo al estudio de Le Corbusier, éste le contestó con un "Lo siento, aquí no bordamos cojines" que da idea de dos cosas: su destemplada estupidez machista y la posición intelectual de toda la modernidad respecto a los cojines.
Sigfried Giedion criticó el blando imperio de los cojines debido a su falta de estructura. La casa de los mil cojines era, para este novelista de lo moderno, la casa del ornamento y como tal, algo inquietante y cercano al surrealismo. Para la modernidad el mueble y la arquitectura eran uno. Y entre ambos universos no había espacio posible para esos elementos blandos y generalmente imposibles de diseñar. De hecho, un diseñador que se precie puede repensar una silla o una cafetera, pero  respecto a los cojines solo cabe una perpetua rendición. Salvo que se considere parte de esta tarea la innovación con el tejido que los recubre o sus motivos ornamentales, no hay verdaderos creadores de esos rectángulos universales tan inmejorables en lo esencial como el libro o la bicicleta.
Si las almohadas, familia cercana al cojín, disfrutan de un merecido prestigio, pues están ligadas a cosas serias y a una tradición que va, desde los muebles de madera para preservar la forma del peinado durante la noche de los egipcios y los japoneses, hasta los más punteros estudios sobre la apnea del sueño y la ergonomía vertebral, los cojines son esos parientes bastardos que se renuevan sin complejo de culpa cada visita a Ikea, solo por su buena entonación con el nuevo cuadro del salón. Sin embargo, esas piezas mullidas, constituyen un universo de matices en el habitar diario. Son el único elemento que ha hecho posible el habitar de los muebles de la modernidad. No hay quien use un sillón de impolutas líneas rectas sin la intermediación diplomática del cojín. No hay quien dormite tras una comida dominical sin esa barricada capaz de guarecernos de la proximidad escrutadora de la suegra de turno. No hay quien lea en una cama solo con la invariable angulación que ofrece la almohada... 
El cojín es el caballeroso intermediario entre la insoportable dureza de la vida y nuestra propia blandura de piel y huesos. El cojín, como los gatos, se acurruca sobre nosotros, y nos brinda un calor incompleto pero suficiente. Los cojines nos sostienen y animan a superar nuestras penosas convalecencias como el mejor de los médicos. Nos abrazamos a ellos, en fin, como el último amigo posible cuando no hay uno cerca. 
El cojín estará allí cuando todos se hayan ido. 
Solo por eso, merece, al menos en este modesto espacio, un breve elogio. 

23 de mayo de 2022

EL ÚNICO Y VERDADERO MUSEO DE CRECIMIENTO ILIMITADO


La revisión de lo sucedido en épocas con las que no podemos ya dialogar es una epidemia. El sentimiento de culpa y de reparación de lo irreparable se ha convertido en un leivmotiv en el mundo occidental contemporáneo. No hay herencia que no esté manchada por la sangre o por la culpa. En este concurrido campo de batalla, la arquitectura no es, ni mucho menos, una convidada de piedra.  
Las universidades, los museos y los memoriales deben recordar sin ofender. Deben brindar espacios donde saldar deudas con las injusticias cometidas por lejanos ancestros y por herederos de los mismos agraviados ¿Hasta dónde? Los herederos de Caín no hemos logrado aun reparar su ancestral desvarío fratricida (ni siquiera el de que fuese el inventor de las ciudades). A pesar de todo, las minorías y los crímenes merecen museos que registren y difundan la historia del pasado. Este sentimiento de culpa genera hoy sus propios edificios y su propia arquitectura. De hecho, nunca hasta el momento el número de obras con la aspiración de ser reparadoras, "máquinas de sanar injusticias", fue tan abundante. En esas obras, convertidas en una nueva y legítima tipología, y cuyo fin es guardar memoria, conmover y concienciar a sus habitantes, aspiran también a proveernos de objetos capaces de hacer recordar la experiencia de su visita, bien sea gracias a la imprescindible adquisición del catálogo o de la camiseta de la tienda de souvenirs. Al final del ciclo, y curiosamente, el museo de agravios es un instrumento, no solo del recuerdo, sino del turismo. En el sistema, ahora cerrado, vuelven a cometerse tropelías (aunque sean de otra escala), porque las camisetas de la tienda de recuerdos, por mucho que empleen algodón orgánico, perpetúan lo que las próximas generaciones considerarán nuevas injusticias...
Aunque creíamos que ya no había posibilidad de crear más tipos de museos, esta última variedad resulta inagotable. Su número y contenido acabará invadiendo cada rincón de occidente. La cantidad de agravios es irreparable e infinito (y se dice sin ningún ápice de ironía). Y más si se desciende al detalle con el necesario nivel de sensibilidad... Cada museo erigido para reparar una injusticia cometerá cien más. Sea debido a la contaminación que arrastra la fabricación de sus paneles de fachada, al elevado consumo de energía del hormigón de su cimentación, al desequilibrio salarial o de género perpetrado por alguna de las subcontratas de la obra, o a la semiesclavitud que implica un proceso (por el momento, oculto) de su construcción... 
Esos museos generarán nuevos museos para reparar la memoria de esas injusticias. Sin fin. El "museo de crecimiento ilimitado" era esto y no el infantil edificio con forma de caracola propuesto por Le Corbusier en los años cuarenta... 

11 de abril de 2022

CAMBIAR DE NOMBRE, O CÓMO TRIUNFAR COMO ARQUITECTO ANTES DE SERLO

“Charles-Édouard Jeanneret-Gris” no era más que un joven grabador de relojes hasta que procedió a bautizarse a sí mismo como “Le Corbusier”. El motivo y el origen de ese seudónimo ha sido debatido hasta la extenuación por los biógrafos del maestro suizo, pero ni los símiles encontrados con el famoso licor y con los córvidos, han hecho que la marca “Le Corbusier” fundada en el año 1920, haya dejado de ser un símbolo internacional. Que Le Corbusier rescatase el apellido de su abuelo materno “Lecorbésier” no resulta tan importante como la escisión nominal entre su dedicación a la pintura, donde siguió firmando como Jeanneret, y la arquitectura. Que emplease un seudónimo para ese arte mayor y que le ha reportado mayor fama, frente a su nombre real para la firma de su obra gráfica, no es un detalle que un psicoanalista medianamente solvente debiera pasar por alto. 
En 1919, el cambio de nombre de “Maria Ludwig Michael Mies” a un mucho más sonoro, aristocrático e internacional, “Mies Van der Rohe”, era algo aún más sofisticado. Mies probó que se puede construir y proyectar un nombre como se proyecta y construye un edificio. El suyo, fundado en el rescate del apellido materno con la partícula holandesa “von der Rohe”, algo impensable para un alemán, y la adición sonora de la vocal “e” haciendo de Mies una palabra de dos sílabas, libre entonces de su pronunciación original vinculada a significados como “menor”, “raro” o “miserable”, supuso el pasaporte hacia una clase social diferente. De hecho, y según cuenta Franz Schulze, la única pega que la familia Bruhn había puesto al joven Mies antes de aceptarlo como nuero no había consistido en reprocharle su escaso patrimonio, como suele ser habitual entre gente obtusa, sino la vulgaridad de su nombre.
El joven “Franklin Lincoln Wright” cambió sus apellidos hasta rebautizarse como “Frank Lloyd Wright” por un ajuste de cuentas familiar. Con ello puso en valor el papel jugado en su vida por su madre e, indirectamente, la obtención de un nombre mucho más memorable...
Alrededor de 1893 “Charles Rennie Mackintosh”, cambió la ortografía de 'McIntosh' a 'Mackintosh' igual que había hecho antes su propio progenitor, pero sin resolver la confusión que aún pervive de si el “Rennie” es parte de su nombre o de su apellido... 
La lista de los arquitectos cuyos nombres han sido reconstruidos no se detiene con el nacimiento de la modernidad. “John Nelson Burke” se rebautizó como “Craig Ellwood” inspirado en el nombre de una tienda de bebidas. En los años 50 se convirtió en uno de los arquitectos preferidos para erigir las Case Study Houses en América y hasta llegó a registrar su nombre como una marca... 
“Frank Owen Goldberg” es hoy mundialmente conocido como “Frank O. Gehry” y ya ni siquiera resulta efectiva la O. de Owen para que se sepa de quien se habla. Una vez más, los motivos para este cambio vuelven a ser de orden psicoanalítico. O aun peor: por la presión de una exmujer…Definitivamente, Freud olvidó dedicar un libro completo a estos desarreglos mentales de los arquitectos consigo mismos. 
Hoy a los traumas infantiles se añaden motivos de registro, legales, de sonoridad internacional, o de dominio web, igual que sucede con los nombres de los coches, los cantantes o las marcas de ropa. Hoy, lo mejor antes de adoptar un nombre es hablar con una empresa de marketing. O con un poeta. O aún mejor, recurrir a lo que nunca ha fallado: hacer, como todos ellos, buena arquitectura.

24 de enero de 2022

LA CABAÑA DEL ARQUITECTO


El "dejadme sólo" del torero, el "si me queréis irsen" de la folclórica y la construcción de la cabaña del arquitecto comparten el mismo territorio existencial: la necesidad de tranquilidad acompañada de entrega, esperanza y coraje. 
En el particular Cabanon construido por Le Corbusier en la costa Azul, apenas una caja de tres por tres metros, el pintor francés se retira del mundo con el mismo ansia de silencio que un monje laico. Desde allí volverá a su oficina de París, rejuvenecido. Estar en medio de la naturaleza marina para volver a la ciudad cargado de fe en sus posibilidades (las propias y las de la ciudad) resulta necesario.
Ese mismo impulso es el que anima a Steven Holl a permanecer en la suya. De espaldas, arropado por una caja no mayor que la de Le Corbusier, desde donde se asoma a un paisaje de soledad. Frente a una oficina que cuenta con secretarias, arquitectos, administrativos, técnicos y especialistas en marketing, el "dejadme solo" es una necesidad. Permanecer sólo, no es un acto torero de mera valentía, supone rechazar momentáneamente toda ayuda subalterna. Sólo en soledad se puede pensar en la tarea que ahora nos apura y para ello basta con unos medios reducidos. Y uno mismo apretando los dientes. 
   

17 de enero de 2022

DESCARNAR

Todo proceso constructivo consiste en un progresivo e insoportable engordamiento. A la desnudez de la estructura se le añade un sinfín de envoltorios, mantas, conductos y barnices. Luego se continúa ese proceso pegando capas de tela, papel, suciedad, colgajos y más y más pintura... El proceso de engorde no se detiene en lo puramente material. La arquitectura se implementa con un sinfín de añadidos fruto de su condición práctica “con multitud de envoltorios de lenguajes significantes, de referencias, de formas activas, de juicios y prejuicios, de pasados e historias”(1). El resultado es una masa hipertrófica donde los diferentes tejidos se encuentran sistemáticamente en conflicto. (¿Cabe hablar de “coherencia” o de “unidad” en un contexto de crecientes añadidos en evidente oposición?) 
El acto de descarnar, hasta los huesos, quitar la masa blanda alrededor de lo sustancial, es la base de un "menos es más" verosímil y contemporáneo. Aunque más que de disminuir el tamaño de las capas y de los añadidos, que es una de las líneas de investigación preferidas por la arquitectura ansiosa por ofrecer una imagen de sencillez, se trataría de hacer desaparecer elementos antes que de reducir su tamaño o de disimularlo. Es decir, más que usar un lenguaje limpio, se trata de reducir el lenguaje mismo. Vaciarlo de vocabulario y de gramática, para quedarnos con su tuétano. Porque con el tuétano basta.
Para ir más allá de Mies siguiendo su estela en un eficaz “menos es más” moderno, hoy sería preferible habitar el esqueleto de la Maison Dom-Ino, de Le Corbusier. Bastarían para ello unos vidrios sujetos con grapas de acero, como hace Lewerentz. O incluso más lejos aún, y como han demostrado Herzog y de Meuron en el aparcamiento situado en Lincoln Road 1111, de Miami, sería suficiente con dejar la arquitectura al aire. Dejar “todos los músculos de un edificio sencillamente a la vista”.
Descarnar la arquitectura no es una meta. "Se llega a la simplicidad a pesar de uno mismo", dice Brancusi.

(1) Soriano, Federico. Encoger. Madrid: Editorial Fisuras, 2020, pp. 162.

13 de diciembre de 2021

CUANDO LOS NÚMEROS CANTAN

De los más de mil edificios que Frank Lloyd Wright proyectó en su vida, increíblemente construyó más de la mitad. De esos quinientos puestos en pie, más de trescientos sobreviven. La mayor parte fueron encargos directos de uso residencial. Por su parte, de los quinientos proyectos que salieron de las manos de Alvar Aalto, construyó algo más de trescientos y en una gran parte fueron fruto de concursos ganados… 
Para levantar Villa Mairea, Alvar Aalto necesitó mil quinientos planos. De los ciento cincuenta planos necesarios para erigir la casa que Le Corbusier construyó a su madre en el borde del lago Lemán, más de un tercio estuvieron dedicados a detallar la ventana.
La biblioteca de Le Corbusier contaba con mil seiscientos ejemplares. De ellos cerca de un diez por ciento fueron regalos dedicados por sus admiradores y amigos. Él había escrito cincuenta. De los tres mil libros que Mies Van der Rohe tenía en su casa de Berlín, en su huida a América solo llevó consigo un diez por ciento...  
Puede construirse una historia de la arquitectura prestando simple atención a los números: el éxito comercial de Wright y de Aalto. La sociedad, el sistema económico y político en el que se dieron sus prolíficas carreras y el papel del arquitecto en ese contexto. El nivel de detalle y la atención prestada al invento de la ventana corrida por parte de Le Corbusier habla de la autoconsciencia de su hallazgo. El apego a ciertas lecturas y autores habla de la influencia cultural bajo la que hicieron su trabajo. También sus círculos de amistad. 
Todo parecen números pero no lo son. Los números cantan. Los números cuentan mejores historias que las escritas. 

13 de septiembre de 2021

CURVAS PARA NO PERDER LA CABEZA

Si en Occidente cuando se decapitaba a alguien la parte escindida rodaba desde el patíbulo con el golpe hueco de una sandía, en oriente ese perder la cabeza fue, desde antiguo, algo mucho más sutil. De hecho, en oriente las cabezas no siempre se desprendían del todo, dando lugar a la creación de unos monstruos verdaderamente imaginativos denominados Rokurokubi
Las cabezas casi perdidas de esos seres inventados antes del siglo de la francesa guillotina, exploraban el espacio a su alrededor. Seguían vivos y camuflados como seres ordinarios pero dejaban volar esos apéndices durante las noches causando no pocos problemas. Esa ligera conexión ha hecho que a menudo se identifiquen con serpientes por parte de los estudiosos occidentales, sin embargo no lo son. Y nos descubren una forma de vínculo entre las cosas de lo más interesante, al menos desde el punto de vista metafórico: el de la unión fluida.  
En esas cabezas flotantes el cuerpo vive en dos partes conectadas muy sutilmente. Hay ligereza sin elasticidad y una forma de existencia en la que no importa la fuerza de la gravedad, ni acaso la anatomía, sino el poder vinculante de lo curvo. En esa sinuosidad importa, más que su forma, las partes que vincula con su gesto. 
Esa línea, ese tipo de trazado, podría haber sido realizado por Kandinsky. O por Niemeyer. Esa misma línea-idea es la del Plan Obús para Argel de Le Corbusier. Se trata de un gesto especial en la arquitectura, trascendente, porque, aun siendo una línea, no es de las que escinden o seccionan sino de otro tipo. Es una sutura. 
Más que nunca, hoy este tipo de líneas que cosen y hacen circular, como finos cordones umbilicales, vida a su través, son incluso una forma de entender la misma arquitectura.

14 de junio de 2021

RESTAURAR A MIES

 


Definitivamente, el siglo XXI es el siglo de Mies van der Rohe. También y paradójicamente, el de su restauración. En los últimos veinte años la musealización de sus edificios - tarea postrera y realizada in extremis si la comparamos con la de Le Corbusier - se ha convertido, incluso, en una ocasión para mitificar, más si cabe, un intangible “espíritu miesiano”. 
Si lo sucedido con el Pabellón de Barcelona, que como sabemos era una pura reinvención guiada y publicitada como una auténtica sesión de espiritismo, (ni la palabra reconstrucción parece adecuada), lo ocurrido con el Crown Hall y los Apartamentos en Lake Shore Drive, a manos de Krueck and Sexton, el McCormick Center en el IIT de Chicago a manos de Koolhaas, o la Galería Nacional de Berlín recientemente recuperada por David Chipperfield, (por no hablar de las obras de Chicago, desde la Carr Memorial Chapel al Chicago Federal Center), son un ejercicio de pura arqueología forense. Bajo la excusa de “para Mies era importante hasta la textura de la pintura”, la reparación de la Galería Nacional de Berlín ha supuesto, por ejemplo, diez años de trabajo, el desmontaje de 35.000 piezas (que han sido restauradas y recolocadas en su posición original como un puzzle desquiciado) y un presupuesto que multiplicaba, con mucho, el coste original del proyecto.
Llegados a un punto, y como ha dicho Koolhaas, Mies necesita ser protegido de sus defensores. A menudo el sacerdocio se convierte en un secuestro, o en algo aun peor, en un vil negocio. (Del que no puede excluirse que Mies mismo no fuese en gran medida responsable). Sin embargo hoy sus exegetas, teóricos, archivistas, directores de sus muchas fundaciones, académicos y arquitectos a cargo de su mantenimiento, no son conscientes de que la industria Mies se acerca a su colapso... Una vez que todo Mies se ha restaurado, embalsamado y pulido, ¿acaso quedará algo más que una tienda de recuerdos privada de todo misterio?
Hoy la multinacional Mies factura millones gracias a ser una empresa de vigilancia, o si se quiere, gracias a la venta de la sombra de un Mies despojado del aura de arquitecto y convertido en artista. Puede que lo que tocó Mies, el cuerpo de Mies, sea en realidad el verdadero producto. ¿Es eso lo más miesiano que nos queda?

21 de diciembre de 2020

EL CADAVER DE LAS PROPORCIONES

 


“Las proporciones murieron en Milán en las últimas horas de la tarde del 28 de septiembre de 1951, al cerrarse las puertas del First International Congress on Proportions and the Arts”. Una fecha triste, sin duda. Wittkower cuenta que aquel fue un congreso memorable, sin embargo no sobrevivieron de él ni las actas. (1) 
Desde entonces y a pesar de que la arquitectura es reticente a estar al día de las necrológicas, en sus escuelas dio tiempo hasta a producir nuevas teorías sobre las proporciones y hasta a amaestrar con ellas a generaciones y generaciones de arquitectos. ¿Nadie sabía que trabajaban con un cadáver? 
Las proporciones, que habían sido la piedra de toque de la profesión más allá de la modernidad, se desmoronaron en un mundo en el que lo desproporcionado se había instalado en su centro existencial. Si el sistema de órdenes clásico se había mantenido en pie durante siglos gracias al delicadísimo y frágil equilibrio de un sistema de proporciones (antes que de formas y volutas), y ni siquiera “los trazados reguladores” del mismo Le Corbusier habían podido renunciar a la proporción como centro regulador, una vez demolido, ¿sobre qué bases hacer funcionar la rueda de la disposición de la forma arquitectónica? Sin proporción, sin su base más sólida, ¿cómo avanzar? 
La respuesta la han dado los hechos. Misteriosamente y sin mucho debate, la proporción, como esos familiares lejanos de los que ya nadie se acuerda, sumergidos en el fondo del tiempo, ha pasado a ser una fotografía descolorida de la historia. Nadie teoriza su ausencia y menos se echan de menos sus nombres. Y sin embargo ese fantasma a veces acecha. Y hasta nos recuerda que la desproporción puede aun arruinar la arquitectura, igual que sucede en la cocina con un exceso de sal o de dulzor
Menos mal que de vez en cuando aparece algún arquitecto-medium. Como Juliaan Lampens que nos recuerda que la proporción por muy muerta que parezca, late como el ruido de fondo estelar: "La proporción no es el tamaño, no es el peso, no es la forma, no es una idea, no es plantear un proyecto - ES PROYECTAR EN SÍ MISMO, no es lo grande ni lo pequeño - ES GRANDE Y PEQUEÑO - ES GRANDE, no es pesado ni liviano - ni pesa ni es pesado-, no es mucho o poco - ES TODO, no es ni principio ni fin - ES COMIENZO DE UN FIN - es ilimitada, no es un sentido ni una lógica - es emocionalmente LÓGICA, no es conocida, no es factible - SE PUEDE EXPERIMENTAR, es ahora y antes y mañana - ES SIEMPRE, es nuevo y viejo - es más nuevo que NUEVO, MÁS VIEJO QUE VIEJO, es inmutable, renovable, no reproducible, no es una ciencia, no es una técnica, no es un fin, no es la efectividad, no es la moderación, no es la moda, no es la tendencia, en su fijación - es definible, no es una solución, no es un lujo, en su SIMPLICIDAD es rica, es intrínsecamente valiosa, es una sustancia insustancial, es la corporeidad engendrada por el espíritu, es presencia ausente – es una ocupación enriquecedora, es espacio ilimitado dentro de la espacialidad, es extraordinariamente ordinaria”. (2) 

(1) Pierantoni, Ruggero. El ojo y la idea. Fisiología e Historia de la Visión. Buenos Aires: Paidos, 1984, pp. 135. 
(2) Campens, Angelique (ed.). Juliaan Lampens. Brussels: Asa Publishers, 2010, pp. 121.

14 de diciembre de 2020

LAS SECUELAS DE LA ARQUITECTURA


Es propio de los movimientos artísticos más poderosos, los seriales televisivos y las más graves enfermedades, dejar secuelas. Procesos que acaban con un enfermo convaleciente, actores renovados y jugosas exposiciones bienales. Curiosamente, y al igual que tras un mal catarro, esto también sucede en la arquitectura. 
Las peores secuelas de Le Corbusier son tangibles en las periferias de las ciudades gracias a moles de edificios rodeados de autopistas. El minimalismo de Mies Van der Rohe colea pasados sesenta años incluso en los suplementos dominicales, donde se hace difícil no encontrar su lema (robado) de “menos es más” en la casa de turno cuando en un cuarto hay “pocos” cojines o jarrones… 
Esas secuelas son la prueba del éxito cultural de un arquitecto. Son su pasaporte a la eternidad. (Un pasaporte mejor aún que ser copiado impunemente por sus más jóvenes contemporáneos). En ocasiones las secuelas están garantizadas por la idolatría de los discípulos hacia el maestro, en otras por los signos de los tiempos o el aparato publicitario que el arquitecto haya sido capaz de desplegar. Sin embargo pocas veces se logra el éxito de esa “viralidad” sin recurrir a la solidez de su efecto simultáneo. Y si no, que se lo digan a Koolhaas
Con el paso del tiempo y cuando el holandés ha construido lo más importante de medio mundo, cuando ha teorizado sobre Manhattan, lo grande, lo genérico, el oriente, lo elemental y hasta del campo y sus flores, ¿le queda solo limpiar a su alrededor para que sus descendientes puedan prolongar su magisterio con secuelas de todo tipo?
A veces se olvida que las secuelas pueden ser aun más peligrosas, disparatadas o exageradas que el original. En la inminente era pos-Koolhaas (que el Señor tenga a bien mantener en su plenitud muchos años) habrá que agarrarse a su recuerdo, pero ¿qué recordar? ¿Su renovado “elementarismo”? ¿Su campo productivo y automatizado? ¿Su amor por la congestión urbana? A veces, y siguiendo con el símil de los seriales televisivos, a uno le gustaría que el fenómeno Koolhaas continuará, sí, pero con una buena “precuela”. 
Protagonizada por él mismo, por supuesto. 

23 de noviembre de 2020

SOBRE EL CIELO RASO

 

Los terraplanistas, cuyo número crece últimamente como hongos, tarde o temprano tendrán que enfrentar sus creencias, no tanto con la ciencia y los hechos presentados por los que piensan que la tierra es redonda, sino con su única y verdadera contrareligión, la de los “cielorrasistas”. 
La potencia evangelizadora del “cielorraso” está en el hecho de su callada pero evidente extensión mundial. Es ese techo plano, liso y a menudo encalado, casi como una especie de budismo seglar de los cuartos, quien emite uno de los mensajes más elocuentes y serenos de la vida diaria. Con su silencio franciscano y austero el cielorraso nos dice que en la habitación, entre el bullicio de lo que sucede en su interior, siempre hay algo el calma. 
Aunque dicho esto, eso no significa que no esconda sus contradicciones. (Como por otra parte sucede con toda religión que se precie de ofrecer algo trascendente). Si estamos de acuerdo en que lo raso es lo despejado, lo que permanece libre de obstáculos, ¿por qué entonces cuando se dice que alguien duerme “al raso” se entiende que lo hace sin techo, es decir, a la pura y dura intemperie? ¿Acaso la bóveda celeste es igual de plana que un cielorraso? ¿Acaso no está suficientemente llena de cosas? 
El cielorraso es llamado por muchos falso techo, aludiendo con ello a la poca fiabilidad que merece. Pero se olvidan que el falso techo no tiene porqué ser sustancialmente algo liso y despejado. El falso techo puede adquirir formas de lo más ornamentadas. (De hecho el rococó no era otra cosa que un arte decorativo de falsos techos, pero no de cielorrasos). 
¿Es posible dormir al raso bajo un cielorraso? (Mantegna en la “Cámara degli Sposi” demostró que sí) ¿Es todo esto solo un tonto juego de palabras o se trata de algo más serio? 
¿Se acuerdan cuando Le Corbusier se inventó aquella diabólica estructura “dominó”? ¿No era perverso convertir el techo de una estructura de hormigón en un cielorraso? ¿No era retorcido y contranatural evitar que hubiese vigas a la vista? ¿Se debía todo ese esfuerzo por alisar sus techos en un capricho para luego poder colocar las paredes donde le diese la gana sin depender de tan incómodos descuelgues estructurales? Los cielorrasos, no se olvide, cuestan. Pero esa ansiada lisura algo de bueno tendrá que tanto se persigue en aras de la libertad de lo que sucede bajo ella. 
Aunque puede que le estemos dando tanta importancia a esto solamente porque de algún modo forma parte de nuestro ser diario. El cielorraso es el último paisaje que vemos justo antes de cerrar los ojos, desde lo más mullido de nuestras camas. Y sobre ese paisaje iluminador tomamos muchas más decisiones en nuestra vida de las que parece.
Puede que por eso, frente a la religión del cielorrasismo, ningún insomne terraplanista tiene nada que hacer.

21 de septiembre de 2020

EL CERCADO ESENCIAL


El seto es suficientemente alto como para interrumpir el horizonte. Gracias a él la casa se hace invisible y su interior se transforma en un lugar señalado, específico e irrepetible. El rectángulo, como las antiguas empalizadas, marca un dentro y un fuera mejor de lo que lo hace la propia construcción de su interior. Le Corbusier dibujó un templo primitivo protegido por una empalizada no muy diferente a este seto de árboles. Lo maravilloso es que lo hizo como si lo sagrado surgiese precisamente no gracias al templo interior sino al espacio surgido por el simple cercado rectangular.
Adán y Eva fueron expulsados fuera del "cercado", es decir y en su etimología original, del Paraíso. La historia de la humanidad dice que aquel que queda fuera de la empalizada no es ciudadano ni habitante, sino bárbaro o extranjero. La ciudad, el invento de Caín, surge precisamente de ese espacio entre la empalizada y las cosas, las casas. Esta empalizada por mucho que se haga muralla, tapia o límite es la raíz de la polis. Como los círculos que forma una piedra lanzada a un estanque, ese límite esencial se repite luego como un eco dentro de la ciudad o se irradia hacia el exterior formando países y continentes.
Gracias a esos cercados primarios, sean psicológicos, olfativos o legales, hasta los animales reconocen su propio territorio y a sus congéneres. En ese lugar fronterizo y dependiendo de su grado de civilización, a los seres humanos les basta, en ocasiones, no con sembrar setos sino con dejar de segar el césped.
Tras ese cercado comienza la política. Y no antes.

14 de septiembre de 2020

UN VERDADERO PROYECTO DE DEMOLICIÓN


El proyecto de demolición es el hermano desheredado de los proyectos. Nadie proyecta la demolición con la misma prometedora alegría de lo que se va a construir. La demolición, por mucho que se intente, carece de futuro. Solo habla de un pasado que se va a erradicar de un modo más o menos delicado (o ecológico). Y es una pena. En lugar de la habitual desidia de destruir lo existente de arriba abajo, previa desconexión de los suministros, habría modos más interesantes, o al menos, más arquitectónicos de arruinar lo existente. Modos que poco tienen que ver con la manida deconstrucción. El proyecto de demolición sería de ese modo un acto de arquitectura e implicaría quitar piezas como lo hace el ajedrez en el desarrollo de sus partidas. Con una lógica y un tiempo determinante. 
Por mucho que viejas piedras construyan el proyecto del porvenir, por mucho que cada materia vaya a ser empleada para construir nuevas pirámides - y pienso en la erigida por Le Corbusier con los cascotes de la vieja iglesia de Rochamp – me temo que el cadáver proyectado por la demolición no será nunca tan vital y lleno de energías como lo recién inaugurado... Pero no desistamos de intentarlo. Tal vez existan otras opciones para encontrar un proyectar demoliciones con futuro. 
“Proyectar se ha convertido en una labor editorial”, dice Jill Stoner (1). En realidad se refiere que hay que quitar mucho, demoler mucho y con orden para poder avanzar en el proyecto de construcción. O, tal vez, algo más sofisticado: cada proyecto contiene un proyecto de demolición en su propio seno. No que cada proyecto deba incluir un futuro proyecto de demolición, como hicieron Stirling, Soane o Speer dibujando las ruinas de sus propios proyectos, sino que proyectar obliga a demoler muchas cosas en el hacerse, que existe un proyecto de derribo dentro de cada proyecto que podría llegar a tener eco en la obra. Sabemos que el proyectar implica demoler pasos intermedios, partes indeseadas, que implica pulir y desprenderse de materia e ideas. ¿Es posible pensar en ese quitar como un proyecto dentro del proyecto? ¿Uno que se extiende más allá de la misma construcción y le acompaña hasta el final de su vida?

 (1) Jill Stoner, Hacia una arquitectura menor, Madrid: Bartlebooth, pp. 115. (Towards a Minor Architecture, Mit Press, 2012. Traducción Lucía Jalón).