22 de septiembre de 2024

LA RECONSTRUCCIÓN INFINITA

Varsovia en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial - Escena de la película El Pianista

El nacimiento de una ciudad es un fenómeno misterioso. Pero más aún su incansable pervivencia a lo largo del tiempo. Por mucho que pensemos con nostalgia en Babilonia, en Troya, en Knossos o en Pompeya como metáforas de nuestra inevitable extinción, lo cierto es que la capacidad de sobrevivir de las ciudades es mayor que la del resto de los inventos humanos (salvo el misterio que supone la palabra escrita, a pesar de la fragilidad de su soporte). Destruir una ciudad requiere de unas energías y de una persistencia inhumanas. De las ciudades fundadas antes del año cero, sobreviven cerca de la mitad. De las fundadas hace mil años, solo ha desaparecido el diez por ciento. Esto debiera suponer una interesante lección para el ser humano a la hora de buscar los mejores medios para preservar su nombre. Sabedor de lo efímero de la historia, Alejandro Magno garantizó su inmortalidad gracias a la fundación de Alejandría. 
Las ciudades persistentemente destruidas han resurgido de sus cenizas, alimentadas por energías que manan de lugares ignotos. Con una constancia que está por encima de su belleza, multitud de ciudades han sobrevivido a volcanes, inundaciones, subidas del nivel del mar y terremotos. Ni la guerra, ni los saqueos, ni los motines, ni las epidemias han sido capaces de aniquilar Bagdad. Hasta hoy, Roma es eterna. El exterminio de Varsovia, incendiada distrito por distrito y luego demolida a conciencia por equipos profesionales de nazis, fue ejecutado con la misma diabólica inhumanidad que la destrucción de vidas en los campos de concentración. Varsovia, sabemos, se reconstruyó por completo y goza hoy de la misma mala salud de hierro que el resto de las ciudades, incluida Berlín.
Cualquier intento de destrucción de una ciudad, y esto aplica hoy especialmente a las ciudades de Palestina y de Ucrania, es de una ignorancia, maldad y crueldad estúpidas. Toda ciudad, sabemos, resurge de sus cenizas. Las ciudades estarán aquí cuando nosotros y nuestras imbéciles batallas se hayan ido.  
  
The birth of a city is a mysterious phenomenon. But even more so is its tireless survival through time. As much as we nostalgically think of Babylon, Troy, Knossos, or Pompeii as metaphors for our inevitable extinction, the truth is that cities have a greater capacity to endure than any other human invention (except, perhaps, the mystery of the written word, despite the fragility of its medium). Destroying a city requires inhuman energy and persistence. Of the cities founded before year zero, about half still survive. Of those founded a thousand years ago, only ten percent have disappeared. This should serve as an important lesson for humanity when it comes to seeking the best means to preserve its name. Aware of history’s fleeting nature, Alexander the Great guaranteed his immortality through the founding of Alexandria.
Cities that have been persistently destroyed have risen from their ashes, fueled by energies that flow from unknown places. With a resilience that surpasses their beauty, countless cities have survived volcanoes, floods, rising sea levels, and earthquakes. Neither war, nor looting, nor riots, nor epidemics have been able to annihilate Baghdad. Until now, Rome is eternal. The extermination of Warsaw, burned district by district and then thoroughly demolished by professional Nazi teams, was carried out with the same diabolical inhumanity as the destruction of lives in the concentration camps. Warsaw, as we know, was completely rebuilt and today enjoys the same robust yet unhealthy resilience as the rest of the cities, including Berlin.
Any attempt to destroy a city, and this applies especially today to the cities of Palestine and Ukraine, is an act of ignorance, evil, and stupid cruelty. Every city, as we know, rises from its ashes. Cities will be here when we, and our foolish battles, are long gone.


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