14 de julio de 2024

MOTIVOS PARA HACER UN LABERINTO

Chartres, France, laberynth, imagen fuente desconocida
No se me ocurren motivos para hacer hoy un laberinto que no sean el puro ocio o el comercio. Ya no quedan minotauros, jardines, ni catedrales capaces de albergar en su seno recorridos infinitos. Tampoco quedan filántropos capaces de financiar un espacio dedicado a perderse por el puro placer de ese escalofrío. En un mundo que dedica estanterías kilométricas al mindfulnes de “encontrarse a uno mismo”, el hecho de perderse tal vez sea ir demasiado a contracorriente. Tal vez los recorridos donde vagar que no repercutan en aumentar las ventas resulten inexplicables. Tal vez la palabra laberinto misma no sea ya más que una idea, un concepto. Un horizonte borroso.
Además, ya no quedan arquitectos de laberintos ¿a quién encargar uno? Hasta los diseñadores de videojuegos tienen más práctica que los arquitectos, a quienes ese encargo les queda tan lejos como proyectar un gabinete de curiosidades, unas caballerizas reales o una cámara funeraria. Dédalo sigue siendo el decano de esta exhausta tipología. Y, si se apura, hasta Borges. El laberinto más reciente y universal es añil y amarillo, y encierra una monstruosa cantidad de sillas, mesas y encimeras de cocina. Para salir de él no vale el hilo de Teseo ni las matemáticas de Katie Steckles con su regla topológica del "gira siempre a la derecha", sino una tarjeta de plástico conectada electrónicamente con un banco. Una salida tan tramposa como la de Ícaro.
Reivindiquemos, sin embargo, los laberintos, aunque sean como una utopía, porque nos permiten recordar que la arquitectura no tiene como principal tarea simplificar la vida, sino dar luz a su complejidad.
  
I can’t find any reasons to build a labyrinth today beyond pure leisure or commerce. There are no minotaurs, gardens, or cathedrals capable of hosting endless pathways anymore. Nor are there philanthropists willing to fund spaces dedicated to the thrill of getting lost. In a world filled with endless shelves about mindfulness and “finding oneself,” losing oneself might seem too rebellious. Perhaps wandering through spaces that don’t boost sales is seen as inexplicable. Maybe the word labyrinth has become just an idea, a concept, a blurry horizon.
Moreover, we no longer have labyrinth architects. Who would you even hire to design one? Even video game designers have more experience than architects, as such tasks feel as distant as creating cabinets of curiosities, royal stables, or burial chambers. Daedalus remains the master of this exhausted typology, and perhaps Borges too. The most recent and universal labyrinth is blue and yellow, filled with countless chairs, tables, and kitchen counters. To escape, neither Theseus’s thread nor Katie Steckles’s topological rule of "always turn right" will do; it requires a plastic card connected to a bank. A trick as deceptive as Icarus’s escape.
Let’s reclaim labyrinths, even as a utopia, because they remind us that architecture’s main purpose isn’t to simplify life but to illuminate its complexity.

2 comentarios:

Néstor Casanova Berna dijo...

Tu último párrafo es especialmente clarividente. Lo citaré tan pronto tenga la oportunidad. Saludos cordiales desde Montevideo

Santiago de Molina dijo...

Muy agradecido siempre por tu lectura y tu amabilidad Néstor. Te envío un fuerte abrazo!