El traslado de una vajilla en una mudanza, la compra de un producto dispuesto a atravesar continentes embalado en papel de burbujas y foam, nos sitúa ante exacto abismo. Uno semejante al de las primera arruga en la frente o el signo de una incipiente pata de gallo detectada una mañana sin fecha. Muy pocas cosas en la vida logran una simbiosis entre esa mancha pastosa del tiempo y la propia obra sin que una y otra se engullan. Un simbionte con tensiones contrapuestas es mejor que llenar cada pieza de arquitectura de esquineros, o, como recuerdo a unos vecinos, que por miedo a que se estropeara su inmaculado salón, obligaba a cada visita a calzarse unas zapatillas de mopa. Y que a los pocos años, como es de imaginarse, tenían un perfecto salón, anticuado y podrido por el paso del tiempo como los del resto del bloque de pisos.
The transfer of a set of dishes in a move, the purchase of a product ready to cross continents packed in bubble wrap and foam, places us before the exact same abyss. One similar to the first wrinkle on the forehead or the sign of an incipient crow’s foot detected one dateless morning. Very few things in life achieve a symbiosis between that pasty stain of time and the work itself without one and the other engulfing each other. A symbiont with opposing tensions is better than filling each piece of architecture with corner guards, or, as I remember some neighbors, who, for fear of spoiling their immaculate living room, forced each visitor to wear mop slippers. And after a few years, as you can imagine, they had a perfect living room, outdated and rotten by the passage of time like the rest of the apartment block.
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