La pared que separa casas o estancias, además de brindarnos los jadeos contiguos, las peleas a voz en grito de los siguientes divorciados de la comunidad o el exceso de volumen de las emisoras dominicales que escucha nuestra vecina para soportar su insomnio, representa un mundo de comunicación imperfecta tremendamente sofisticada y no siempre banal.
El vaso interpuesto entre la pared y la oreja ha servido como fonendoscopio para el cotilleo de viejas generaciones. El encanto de esa forma de relación entre personas no se detiene allí. Proust evoca un placer semejante al escuchar a Albertina el otro lado de una pared: hablar con ella a través de un tabique posee para la ensoñación erótica un encanto nada desdeñable para la torturada imaginación del siglo XIX.
La cercanía inaccesible de la pared compartida ha fabricado su propio ardor amoroso. La historia entre Píramo y Tisbe, convertidos en amantes por la mitología y por un muro medianero entre sus casas, es legendaria. El muro les permite enamorarse. El muro intermedio les separa y les protege de un final desdichado y cruel que acaba con ambos de la peor manera posible. “¿Por qué te interpones en nuestro amor, pared cruel?” dice Ovidio. Los muros interpuestos, alcahuetes en toda regla, son más que muros: son un elixir para la imaginación. Poseen vida propia. Son celestinas, viejas y resabiadas, que han emparedado la ligereza de Cupido y sus flechas entre ladrillos de hueco doble y tendido de escayola, a cambio de impedirnos la felicidad de abrazar al ser amado.
The glass placed between the wall and the ear has served as a stethoscope for the gossip of past generations. The charm of this form of relationship between people doesn't end there. Proust evokes a similar pleasure when he listens to Albertine on the other side of a wall: conversing with her through a partition possesses, for erotic daydreaming, a not insignificant charm for the feverish imagination of the 19th century.
The inaccessible closeness of the shared wall has created its own ardor of love. The story of Pyramus and Thisbe, turned into lovers by mythology and a dividing wall between their houses, is legendary. The wall allows them to fall in love. The intermediate wall separates them and protects them from a wretched and cruel ending that brings about the worst possible outcome for both. "Why do you stand in the way of our love, cruel wall?" says Ovid. The intervening walls, true meddlers, are more than walls: they are an elixir for the imagination. They possess their own life. They are matchmakers, old and worldly, who have walled up the lightness of Cupid and his arrows between double hollow bricks and plasterwork, in exchange for denying us the happiness of embracing our loved ones.
2 comentarios:
Fantástico Santi, as always!
Escribí esto hace años, aún en la Escuela…
Se miró al espejo.
Podría decirse que hoy estaba casi guapo.
Pensó en quien del otro lado del tabique también se miraba al espejo.
En su simetría.
Aguzó el oído…, bendito pladur.
Sonaba la ducha, calculó, tendría unos cinco minutos.
Salió rápido al descansillo, solo para saludar.
(…)
Se miró al espejo.
Podría decirse que hoy estaba casi guapo.
Pensó en quien del otro lado del tabique también se miraba al espejo.
En su simetría.
Aguzó el oído…, bendito pladur.
Se dio una ducha rápida, calculó, tendría unos cinco minutos.
Salió rápido al descansillo, solo para saludar.
Muchas gracias Daniel, Precioso relato. Las simetrías que ofrecen las paredes son maravillosas. Un abrazo
Publicar un comentario