26 de diciembre de 2022

UN CALCULADO ANACRONISMO


El anacronismo pertenece a la categoría de los errores. Un vikingo leyendo la prensa o un astronauta entre los apóstoles esculpidos en una catedral gótica delatan una insoportable falta de congruencia temporal. Sin embargo de todas las incoherencias de la arquitectura, la del tiempo no es la más grave (he ahí el único gran éxito del juego posmoderno). 
En realidad, la arquitectura es el arte de un calculado anacronismo. Nada es de su tiempo preciso. Conviven entre sus paredes las técnicas más afinadas con soluciones ancestrales. La arquitectura sueña con el porvenir sin los medios necesarios para conquistarlo. Con peluca y corpiño, nos empeñamos en saborear los avances que traerá el futuro. La eco-tecno-política y la trans-disciplina se construyen con gotelé, tendido de yeso y rasillón, por mucho que se pinte todo de amarillo flúor. Ni María Antonieta ni Ben Hur son capaces de manejar ordenadores ni motocicletas sin volverse una parodia, pero no sucede lo mismo en la arquitectura. 
Este patológico anacronismo radica en que, llegados a un punto, la arquitectura no sabe lo que es verdaderamente de su tiempo y recurre a lo último sin soltar nada del pasado. Todo le pertenece. Avanza a tientas y emplea lo que puede para conseguir que todo funcione. Emplea todos los tiempos porque todos están a su alcance. Azulejos, fibra óptica, madera y lámparas leds, conviven en el mismo cuarto. Milenios de experiencia construida y la última actualidad se funden y aplanan en la misma obra.
El misterio, que no deja de asombrar a nadie, es que entre tal locura de tiempos solapados, la arquitectura es capaz de retratar de modo inmejorable el tiempo concreto en que se ha erigido. 
No pregunten a nadie cómo lo logra. Se trata de un hermoso misterio, tan inexplicable como cierto.



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