28 de noviembre de 2022

LO CREAS O NO, LA ARQUITECTURA SE MUEVE


La arquitectura suele ser considerada un bien inmueble y, consecuentemente, un arte de la "inmovilidad sustancial". Cosa, si se piensa, algo injusta dado que el listado de las obras que se mueven y trasladan de sitio, la de las arquitecturas que giran motorizadas para contemplar las vistas o el sol, y las de aquellas consideradas flexibles, efímeras, o nómadas, roza el infinito... 
Para desmentir esta creencia sobre la inmovilidad edilicia bastaría pensar que, en realidad, si no es a lo grande, toda arquitectura se mueve en lo pequeño. En muchos de sus componentes más menudos el desplazamiento es diario: giran sus puertas y armarios, se despliegan las hojas de sus ventanas o se abren sus persianas como los párpados de un inmenso animal. Ciertamente, los movimientos a esa escala no son significativos y en principio nadie considera que su casa se mueva porque lo hagan medio centenar de las bisagras de sus puertas o ventanas. Pero esos movimientos condicionan la vida del interior tanto como lo hacen la solidez de las paredes o el hormigón de la estructura...
Además y a la vez, con otra velocidad invisible, la construcción va depositando su peso y aplastando el terreno dando lugar a pequeños asientos y a movimientos que se hacen palpables cuando aparecen fisuras en sus paredes. La arquitectura dilata y se retuerce como un ser dormido que a veces se despereza ante los cambios de temperatura. Entonces el movimiento se traduce en crujidos y chasquidos que confundimos con fantasmas nocturnos. Tras todos ellos la arquitectura permanece a la espera del último de sus movimientos: el colapso ruinoso al que toda obra está llamada... 
El sumatorio de todos esos vaivenes constituye una extraña y maravillosa coreografía. Somos ciegos espectadores de ese lentísimo bailarín, silencioso y amable, que nos deja encaramarnos a su espalda sin inmutarse. Aunque se mueva. Sin parar. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Eppur si muove" Y sin embargo se mueve... Estimado Santiago, tiene usted razón y su artículo me ha movido a hacer la siguiente reflexión... Dejando a un lado la certera movilidad de la arquitectura efímera, nómada y de las pequeñas cosas, cuando las montañas se mueven, los ríos cambian su curso, incluso el lenguaje se transforma, pensar que la arquitectura puede mantenerse ajena a esta agitación de proporciones y temporalidad geológicas es, como usted bien da a entender, ilusorio. Pero yo, llevado por la imaginación, observo que no sólo el desgaste natural de la fábrica y la propia fuerza de la gravedad, que acaban venciendo las más duras y resistentes estructuras, son responsables de este movimiento irremediable de desmoronamiento; también ante nosotros, ante nuestros ojos, cuando se modifica el entorno de un edificio, el propio edificio se transforma y, de algún modo, se mueve. Lo periférico se encamina inexorablemente hacia el centro mientras un nuevo elemento ocupa su lugar. Con un ligero cambio de plano, todos los elementos proyectados o contenidos en él cambian de posición. En cuanto al paso inevitable e implacable del tiempo, su artículo me ha traído a la memoria unas palabras de William Beckford, quien por boca de su personaje Og de Basan dice: "También llegará el día en que estos salones y el llano que los circunda sean una y la misma cosa, el día en que estos arcos se desplomen, y también ha de llegar esa época terrible en que la luna deje de proyectar su resplandor sobre sus ruinas." (Memorias biográficas de pintores extraordinarios).

Le saluda atentamente
EMP

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu comentario Eusebio. La cita a Beckford no la conocía y es muy hermosa. El suelo es el gran receptor del movimiento de la arquitectura. Es la casa madre. También nuestra. El suelo nos abraza, tarde o temprano.
Un saludo cordial.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Santiago. Es un placer leer sus artículos y reflexionar sobre ellos.
Saludos cordiales.