7 de febrero de 2022
UN FRÍO DE MUERTE ME RECORRE
A menudo
se acusa a la arquitectura moderna de ser “fría”. Los arquitectos ante esa
observación suben las cejas con displicencia o se encogen de hombros, sea
como estúpido gesto de superioridad o como débil signo de incomprensión. Aun a sabiendas de que “el acero puede ser tan cálido como la madera”, nadie se preocupa de explicarlo y menos de pensar sobre esa verdad psicológica. Sin embargo mientras no sean capaces de abrir su
pensamiento a esa capa ocluida de realidad no podrán comprender
siquiera la profunda aportación al campo de la temperatura ofrecido por la modernidad, y menos aun por parte Mies Van der Rohe.
Si bien la modernidad no tuvo nunca por qué ser fría
como tal, el pabellón de Barcelona o la casa Farnsworth por ejemplo, su simiente y su epílogo, son la encarnación y el
manantial de esa heladora sensación. Una frialdad contagiosa, convertida en logo, y perseguida con el mismo
ansia que pusieron Amundsen, Ellsworth y Nobile para contemplar por vez
primera el polo Norte.
Ni la casa Farnsworth ni acaso el pabellón de Barcelona superaron nunca la condición térmica de obra inacabada. Por mucho que se terminaran los trabajos de sus respectivos interiores, ambas obras estuvieron siempre sujetas a la constante amenaza de las temperaturas extremas. Aun hoy el frío que soportan sus vigilantes no se puede atemperar. El problema no es el de un insuficiente aporte de calorías o aislamiento sino que se encuentra en su mismo centro. La arquitectura de Mies Van der Rohe es una máquina térmica, una cámara frigorífica
destinada a helar a sus visitantes. Para lograrlo, cada uno de sus
componentes, cada una de sus piezas está diseñada para eliminar el calor
consustancial a la sensación de abrigo que puedan ofrecer tanto techos y muros como
la propia interioridad de la materia. Walter Benjamin dijo de las cosas (casas) modernas: “el hombre tiene que compensar con su calor la frialdad de las
cosas”. Si el calor de las manos que trabajan la materia se transfiere a su ser,
Mies es el descubridor del mecanismo por el que esas huellas han sido
eliminadas hasta lograr una arquitectura repelente al calor. Al igual que Willis Haviland Carrier, inventor del aire acondicionado, Mies
construye pozos térmicos.
La historia de frialdad acumulada en sus obras es
patológica y llega a expulsar toda posibilidad de habitación e interioridad.
La falta de calorías en estas obras es consustancial a su concepción y construcción y su capacidad virulenta sobre toda la modernidad, un hecho. Un exceso premonitorio.
No se puede habitar un cubo de hielo, pero sí, admirarlo. Por mucho que no haya madera suficiente capaz de caldear los grados bajo cero fenomenológicos de esa arquitectura, al menos si puede uno deleitarse con su belleza.
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5 comentarios:
Interante articulo
Interesante
Gracias por haber depositado interés en esta lectura, Cristian y Oniria. Un saludo cordial.
Aaaa
Gracias por tu lectura y tu elocuente respuesta onomatopéyica, Ana. Un saludo cordial.
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