El adjetivo “acogedor” permanece instalado de la manera más inmisericorde y unánime en el centro de toda revista de decoración que se precie, desde que éstas existen. No es el único que goza de semejantes honores: lo “confortable” disfruta del resto. De hecho podría decirse, que el sentido único, secreto y exclusivo de dichas publicaciones está en reforzar esas dos indiscutibles aspiraciones en las almas atribuladas por la aspereza de la vida diaria. Misteriosamente en esas publicaciones de sala espera, lo acogedor está constantemente enraizado en un sentido de lo puramente interior. Resultaría inimaginable trasladar tan noble adjetivo a una revista de viajes y decir de un paisaje que es acogedor, como tampoco sería posible expresarlo de una taza de desayuno o de un perfume...
Y sin embargo existe un sentido de lo acogedor digno de consideración, donde el habitar está dirigido desde los objetos hacia nosotros.
"En ocasiones", decía Bertolt Brecht a Walter Benjamin, “me siento invitado por el sofá en el que tomo asiento, y en ciertos momentos siento anulada esa invitación”. Ese habitar, como huéspedes perpetuos, manifiesta la esencia del habitar verdaderamente acogedor. Todo objeto, toda arquitectura, en ese sentido, funcionaría como un recipiente dedicado a contenernos como habitantes de paso. Es decir, a generar nuestros hábitos.
Una de las tareas más profundas del quehacer del arquitecto o el diseñador no sería, por tanto, el dotar de buena forma a los objetos, sino definir esa capacidad contenedora, receptora, a fin de cuentas, hospitalaria.
Todo objeto que aspire a ser habitado, debiera tener un poco de cuenco, un poco de fosa y otro de caja de caudales.
2 comentarios:
Enhorabuena por el artículo Santiago.
No puedo estar más de acuerdo: siempre será el continente lo que define si algo es, o no es, acogedor. El contenido por sí solo no es nada sin el continente. El bueno de Robert Louis Stevenson nos dejó escrito en uno de sus grandes libritos para una siesta (La Casa Ideal y otros textos. ed Hiperión) que el mejor modo de viajar, según él, consistía en tumbarse en su diván, pero que éste no debiera estar dispuesto de cualquier manera ni en cualquier lugar dentro de "su casa ideal", de "su templo", éste si debiera ser acogedor... en cuanto al diván: le bastaba con que fuera cómodo. Muy recomendable lectura, si no lo has leído, de un escritor al que huebiera sido un gran honor construirle esa "su casa ideal".
Un saludo,
Justo
Justo, no conocía el texto que nos recomo das aunque si la cita. Intentaré leerlo, claro que si.
Gracias por tu comentario.
Saludos
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