20 de septiembre de 2010
PRINCIPIO DE TRANSMUTACIÓN
Hay que cambiar las cosas de sitio con cierta decisión para
experimentar el principio general de la transmutación arquitectónica en su
aproximación más inmediata. Este denostado principio en las épocas de bonanza,
ofrece a sus fieles conocimientos y gratificaciones maravillosas e
inconfesables.
Inicialmente cuesta entender que un muro puede proteger
tanto del sol como una cubierta, o que un techo puede separar estancias tanto
como lo hace un muro. Pero una vez comprendido, uno se atreve con juegos y
sustancias más complejas y el divertimento se hace infinito.
Que unas traviesas de ferrocarril puedan apilarse y
construir una fachada, que unas regletas eléctricas puedan convertirse en
parasoles, o que la expresión “alicatado hasta el techo” haga del mismísimo
techo algo repleto de azulejos, indica que este principio se maneja con soltura
irredenta también por los más avezados representantes de la contemporaneidad.
El principio de transmutación arquitectónica, cargado de
optimismo y de no pocas complejidades constructivas, podría si embargo
enunciarse de modo sencillo: “todo elemento de arquitectura admite al menos dos
posiciones o usos posibles”.
Esta formulación básica tiene como corolario el “principio
de la amplificación arquitectónica”, que dice: todo elemento u objeto no
arquitectónico puede, tras una manipulación directa, servir al fenómeno
constructivo. Este principio secundario encierra entre sus posibilidades
ejemplos de lo más extraño, y fruto de su aplicación, se advierte, se han
generado los casos más preclaros de la arquitectura Kistch pero también de la
más genial: desde la casa de los espejos de Clarence Schmidt, a los
tubos de vidrio de la Johnson Wax, de Wright.
El resto de las formulaciones derivadas de estos dos
principios universales resultan ingobernables y no son aptas para uso
doméstico. Aun sin dictar aquí su enunciación y para dar idea de su
peligrosidad, basta decir que están referidas a la producción de la
arquitectura por comités, al modo de hacer proyectos para las exposiciones
universales o la ley del mínimo esfuerzo de los concursos de arquitectura, y
eso por no enumerar otras de no menor riesgo relacionadas también con el fraude
y el engaño.
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2 comentarios:
Preclarísima conclusión, querido Santiago; en todo caso, el poder de la excepción es tan brutal, que muy pocos resisten llamarlo a filas académicas, amigo.
Jack,
Cierto, pero que universo se abre ante uno cuando se piensa que toda materia es material de construcción.
Solo que alguna es descartada siempre de antemano.
Es el "ante-mano" el enemigo a batir y no la lógica constructiva.
Saludos, amigo.
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