Existe, para Steven Holl, una ley
de la gravitación universal arquitectónica. Desconocemos precisamente su
enunciado, pero si podemos deducir a través de su dibujo que las piezas de
arquitectura, por medio de sus elementos constituyentes, sienten una mutua
atracción que las obliga a permanecer en tenso equilibrio. Ese equilibrio
secreto es el que el arquitecto debe amparar y sostener cuando inserta una
nueva pieza. Todas deben reacomodar calladamente sus vínculos, igual que un
malabarista que en su aéreo ejercicio introduce, el más difícil todavía de una
pelota más, rítmica, flotando un instante junto a las otras.
Esas fuerzas de atracción y rechazo, quizás tienen componentes magnéticos o
gravitatorios, pero sobre todo y principalmente arquitectónicos. Son logradas
por objetos con una densidad de cargas simbólicas, funcionales y formales
adecuadas al equilibrio global que llamamos contexto. Como tantos otros juegos
de pulso y equilibrio, cualquier fallo puede provocar el desplome de todas. A
pesar del riesgo, es un juego magnífico.
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