"Por lo que a mi se refiere, siento una especie de terror cuando, al ponerme a trabajar, ante de la infinidad de posibilidades que se me ofrecen, tengo la sensación de que todo me está permitido. Si todo me está permitido, lo mejor y lo peor; si ninguna resistencia se me ofrece, todo esfuerzo es inconcebible; no puedo apoyarme en nada y toda empresa, desde entonces es vana"·. (1)
Aunque costoso, resulta alegre el instante de la aparición de las reglas de juego que dan comienzo al proyecto de arquitectura. Sin embargo, desde que están sobre la mesa, emerge por doquier un tipo de resistencia producto de la fricción del proyecto con la realidad.
Estos obstáculos que se interponen entre la idea y lo que será la obra construida no son solo inevitables, sino necesarios y productivos para la arquitectura. Significan, la progresiva madurez y unión del proyecto a su presencia física y la evolución de la idea inicial. Es decir, en esos conflictos es puesta a prueba su vitalidad.
Estos escollos imprevistos, son equivalentes a lo que para el carpintero supone encontrar nudos en la madera o para el escultor betas y debilidades en la piedra.
El trabajo con esas resistencias es productivo si no son excesivamente grandes, ni prolongadas. De lo contrario pueden ser paralizantes y aniquiladoras: un problema en la cimentación, un cambio funcional, un recorte económico o la obtención de un permiso legal imprevisible, obligan a redireccionar y enfocar el proyecto por nuevas vías. La habilidad para tratar con ellas es una parte valiosa del oficio de arquitecto que siempre ve ahí nuevas oportunidades de mejora para la arquitectura.
Aquí los mejores arquitectos emplean la imaginación, para ser capaces de mirar la nueva situación y reformularla, y paciencia, para saber que el deseo natural de finalizar la obra debe ser nuevamente pospuesto.
Alejandro de la Sota tenía escrito, en un papel, en una esquina de su tablero de dibujo, una antigua y conocida plegaria de San Rigoberto, implorando serenidad, para aceptar lo que no podía cambiar; valor, para cambiar lo que podía cambiar; y sabiduría, para distinguir lo uno de lo otro.
A veces, ante la resistencia, ni siquiera los maestros tienen mejores fórmulas.
(1) STRAVISNKI, IGOR, Poética musical, Editorial Acantilado, Barcelona, 2006, (1942), pp.65-66
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