Difícil por ser la suya una obra oscura y plagada de recodos. Heterodoxa porque desborda los lindes de una disciplina que ya tuvo que hacer esfuerzos con su predecesor finlandés, Alvar Aalto, para contemplarlo dentro de la severa óptica de un contexto internacional en que imperaba el puro racionalismo.
La escasez de su producción y su desigual calidad amplifican estos conflictos puesto que impide a la crítica establecer narcotizantes líneas estilísticas capaces de explicarlo.
Los dibujos de sus mejores proyectos, en Dipoli o Tampere, crecen al igual que lo hacen las plantas y las hierbas en el borde de un camino, - creo que a Pietilä le hubiese agradado la comparación-. Son los sucesivos trazos de un ser vivo en evolución en los que el arquitecto va a atrapando, veloz, su desarrollo.
Pietilä habla de esos dibujos como algo perdido que va emergiendo entre capas de papel semitransparente. También ha dejado dicho que esos trazos, si son buenos, contienen multitud de posibles interpretaciones (1). No se refiere con esto a las virtudes de unos dibujos tan preñados de posibles lecturas que cada uno puede interpretarlos a voluntad; sino a las mil formas y futuros posibles que contienen, en el mismo sentido que una semilla.
Porque, como semillas, como oráculos, esos croquis son prospecciones hacia lo que será la obra futura.
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