La arquitectura siempre contiene un habitante. Y eso
aun antes de ser habitada. Al proyectar esta paradoja es de las más productivas para no olvidar que el futuro de la obra debe sustituir ese molde imaginado en el proyecto, por el habitante real.
Dicho de otro modo, la arquitectura nunca es una habitación vacante. Cada obra construida mantiene un sistema previo de relaciones con el hombre, sea con sus medidas o con sus sueños, que hace imposible concebirla deshabitada aunque permanezca vacía. Toda habitación tiene preformado un habitante fantasma que se convierte en el acontecimiento fundacional para el espacio que le rodea. De ese modo cada obra de arquitectura es un recipiente de esa criatura hechizada por el espacio aun antes de tener nombre y cuerpo propio.
Por eso mismo cada habitación construida necesita ser formateada para que el encaje entre lo construido y lo habitado se produzca de un modo honesto. Porque el espacio necesita ser verazmente ocupado por cada habitante real para que la arquitectura esté finalmente completa.
La arquitectura entra en carga como tal cuando ese habitante soñado,
fantasmagórico pero cierto con el que trabaja el arquitecto al proyectar, se sustituye por el de la vida real, con sus traumas, muebles, costumbres y olores.
Consecuentemente solo existe una indecencia intolerable en hecho de habitar, y no consiste en el buen o mal gusto de quien compra sus muebles en una superficie comercial o los hereda de sus antepasados, sino en delegar la tarea del primer habitar en decoradores u otra gente de mal vivir. Porque fingir ese exorcismo, como si se pudiese falsificar una casa que está hecha de juegos infantiles, de llantos y guisos supone falsear, como si fuera un teatrillo de bibelots y muebles falsamente envejecidos, la vida misma.
El ornamento no es el delito. El delito es fingir la vida.
Así cuando el habitante real abandone su habitación tampoco ésta
quedará vacía: “aunque la casa esté muda y cerrada, yo, aunque no estoy en ella, estoy en ella.”(1). Porque no hay habitaciones vacantes, decíamos.
(1) Jiménez, Juan Ramón, “Corazón en la Mano”, en
Segunda antología poética: (1898-1918), Madrid, Espasa-Calpe, 1987, p.177
3 comentarios:
Buenos días Santiago, me ha sorprendido este post, me gustaría que veas la empresa que he creado http://ga-arquitectos.wix.com/habitante
y si te interesa no pongamos en contacto para comentar..
Un saludo
La arquitectura siempre contiene un habitante, dices, y dices bien.
Yo redoblaría la apuesta: un habitante contiene y promueve una arquitectura. Esta arquitectura debería ser rigurosamente entendida por el arquitecto y copiada fielmente de los sueños lúcidos del habitante.
Gracias por tu estimulante artículo.
Saludos desde Montevideo.
Así es... buena reflexión!
Publicar un comentario