Versión tras versión, cuando ya todo dibujo adquiere nombre de final y de término, cuando aparece la cruel y falsa nomenclatura de “definitivo”, y tras esa la de “definitivo último” o “definitivo bueno”, y más tarde aun la de “versión buena definitiva final”, y se demuestra que no hay final posible y que todas son versiones de algo que difícilmente encajará nunca con nada que no sea un borrador, los archivos de arquitectura se nos aparecen como un listado de fantasmas.
Reflexionar sobre este curioso fenómeno, que puede conducir sin dificultad hacia los campos de la teología o la metafísica gracias a los efectos del insomnio prolongado con que semejantes nominaciones suelen acompañarse, haría más queridos y familiares para nosotros esos archivos perdidos, que son en definitiva los verdaderos ancestros del triunfante proyecto de arquitectura que saldrá a la luz.
Aparentemente poco ha cambiado la forma de trabajo del arquitecto en milenios, sin embargo, la tecnología ha multiplicado ese sinnúmero de fantasmas que habitan y acarician las húmedas entrañas de la forma arquitectónica. Las versiones que atraviesa el proyecto se han centuplicado y la locura de imprimir cada cambio, y renombrar y copiar archivos se hace exponencial cuanto más se acerca el plazo de entrega, aun sabiendo que nunca se encontrará la que culmine la serie. Por ello la futura tarea del historiador de la arquitectura será bien diferente y compleja, ya que tendrá que reconstruir todos esos borradores para poder desentrañar algo del proceso del proyecto digno de estudio.
Tras años de discusión sobre si lo que se ve sobre una pantalla es o no considerado suficientemente digno y por tanto merecedor de autoridad y fijeza, hoy esas versiones fantasma hablan de un lugar en el que el arquitecto puede ensañarse y mostrar su ferocidad crítica porque eso que se ve entre píxeles siempre está tan lejano que, efectivamente, es de otro.
Mientras, esos fantasmas se reproducen, peligran, se pierden, una vez abiertos contienen menos líneas y soluciones de lo que nuestra optimista memoria recuerda, pero ¡ay! sin ellos, apenas se podría acabar algo. Apenas podría edificarse nada si antes el arquitecto no hubiese lanzado sobre la obra esa multitud de ectoplasmas como habitantes primigenios.
A esos fantasmas habría que dedicar algún altar. Igual que Voltaire dedicó una iglesia a Dios.
4 comentarios:
Como cualquier arquitecto que titula un fichero de autocad: "Versión_final_de_la_buena_esta_sí_que_sí_de_verdad.dwg" me siento muy reflejado en lo que escribes. ¿Qué pasa con las versiones que se quedan por el camino?
Tienes razón . Nos pasa a todos, creo. Y la forma de nombrar los archivos ....ja, ja! Creo que tambien. Recuerdo los planos dibujados a mano. En alguna ocasión, incluso he vuelto a visar planos dibujados a mano. La paciencia, la calma, la meticulosidad de dibujar cada trazo para expresar bien la idea proporciona un tiempo "regalado" para la consecución más cercana del proyecto definitivamente final.¡Y tener la determinación sana de arrugar y tirar a una papelera-no-virtual que se vacíe a diario! .... Quizás es el tiempo que tenemos para definirlo el causante de todas esas versiones que nos acechan como "fantasmas" . Saludos y un buen 2014, por cierto!
Jose Ramón, las versiones que se quedan por el camino, todos sabemos, son las que acabamos usando años después con alivio cuando el archivo definitivo y último de verdad se pierde.... Un abrazo y gracias por tu comentario.
Hola ChusdB,
Efectivamente hay algo entre la papelera y esas versiones que aparentemente guardamos sin querer guardar...
Te deseo igualmente un año 2014 buenísimo.
Abrazos
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